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- 07/11/2021 00:00
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Lucy Chau conoció a su hermana, la bailarina Vielka Chu, cuando tenía unos cinco o seis años de edad.
Regresó a la casa de donde había salido a sus escasos 18 años. Era rebelde, la oveja negra de la familia. Lucy siempre la admiró, no era difícil. Era una mujer decidida, imponente, como dirían actualmente, “empoderada”. Pero más allá había otras cosas.
De eso se enteró su hermana cuando Vielka enfermó y luego falleció. El vacío que continua a la muerte de un ser querido nos hace evaluar muchas cosas, sobre todo, aquello que no se alcanzó a hacer.
Lucy había ayudado a su hermana a desarrollar su tesis de maestría en danza. Además de estar más al día en temas tecnológicos, sus conocimientos sobre metodología de investigación le allanarían el camino a la bailarina. El tema que había seleccionado Vielka era justamente el nacimiento de la danza moderna en Panamá, a través del grupo Haikú, especializado en este tipo de arte y en el que ella había participado.
“Trabajando esa tesis con ella, me doy cuenta de la relación que tiene esto con la historia del país, el hecho de que al país llegara tarde la danza moderna; acá se privilegia mucho el ballet clásico… cuando cerramos el documento le dije Vielka, hay que hacer un libro, porque esto no se puede quedar solo como una tesis universidad”, recuerda Lucy.
Pero la salud de Vielka se deterioró y los planes de hacer un trabajo más accesible al público quedaron en el aire.
Luego del fallecimiento de la bailarina, durante el primer trimestre de 2020, Chau recibió una llamada de Víctor Mojica, de Editorial Descariada para hacerle una propuesta.
“A víctor le interesaba un perfil de Vielka Chu, más que un trabajo sobre la danza moderna, que en su historia se destacaría inevitablemente. Entonces, nació la intención de crear una obra biográfica que se llamaría “La Oveja negra de mi familia”.
Con aquella tesis como punto de partida Chau empezó a buscar otros elementos para desarrollar este recuento que pensó le sería muy familiar.
“Uno cree que conoce a su hermana”, dice. En el momento en que inició su investigación empezó a descubrir no tantos “ques” o “quienes”, sino muchos “porqués”.
“A la hora de vaciar su apartamento, me doy cuenta de que ella tenía en su casa un museo del arte: fotografías, afiches de las obras de teatro en que participó ella o sus amigos, un libreto de una obra de teatro de Rogelio Sinán, un montón de cosas que además de contar su historia contaban la historia del arte en Panamá. Eran cosas que yo nunca había visto. Tenía también un montón de cuadernos y agendas en las que escribía sus impresiones de las cosas, las personas, sus conflictos… y me dije, bueno… no conozco a mi hermana en realidad. No conozco la versión que ella misma hizo de ella. ¡Y está muy interesante!”, recuerda.
Leyendo esos diarios se dio cuenta de qué había detrás de esa personalidad tan avasalladora que tenía Vielka Chu. Cuando ella legaba a un lugar, todos lo notaban.
“Todo tenía que ver con nuestro padre, nuestra familia, que no terminaba de aceptarla. El perfil que fue emergiendo era el de una chica que fue rechazada por cosas que no estaban en el control de ella: su negritud, nuestra negritud que en el caso de ella era más evidente; el hecho de provenir también de una familia oriental, el hecho de ser mujer en una área donde los intelectuales en su mayoría eran hombres, e tema de ella no tener estudios formales en danza... todo esto se mezclaba en su cuerpo para decirle que ella no existía”, reconoce Chau.
Su personalidad obedecía a sus ganas de pertenecer a esta sociedad que no le brindaba un espacio propio. Por ello se fue armando de una coraza, un carácter por el que también es recordada.
Más adelante, Lucy debió continuar su investigación con entrevistas. “Tenía que preguntarle a los más grandes porque yo la conocí más adelante. Yo no sabía que tenía esta hermana porque se había ido de la casa. Y claro que me pregunté, ¿quién es esta mujer a quien admiré desde que la conocí, cual es su historia y por qué se vincula su historia con la historia del país?, ¿qué pasaba en Panamá para que Vielka fuera como fue y eligiera lo que eligió?”, cuestiona.
Para Chau fue muy importante la ayuda de su editor para lograr un buen balance entre la información histórica y académica y la personal, con toda su carga emotiva. “He aprendido a contar una historia de alguien, porque una biografía no es solo el curriculum vitae”, afirma.
Chau, quien disfrutó mucho leyendo una biografía como la de Bob Dylan, en la que cuenta sus vivencias, aportando el contexto histórico y sus relaciones con sus colegas no dejaba de pensar en qué hubiese contado Vielka sobre ella, su historia. En esos momentos no sabía que esa repsonsabilidad recaería en ella. “La idea es que se sintiera Vielka en ese relato. Así es que encontrarán frases que todo el mundo sabía que ella decía”, comenta. “Quería que la gente la reconociera en esa frases. Que ella pudiera hablar a través del libro que ella no pudo escribir. Me tocó a mí y eso me ayudó a sanar”, afirma. A sanar y a conocer mejor a su hermana ausente.
“La criticaba mucho por guardar cosas. Yo le decía ¿por qué andas siempre con maletas?, ¿por qué tu casa está tan llena de cosas? y el gran descubrimiento es que ella atesoraba momentos, personas afectos a través de esas cosas que guardaba… entrar a su casa y ver que tenía un mural sobre mí, me impresionó. Saber que guardaba registro hasta de los accidentes que nos habían pasado y que rezaba, tenía su altar (de la religión yoruba) y nos tenía a todos en cuenta. Que seguía sufriendo por el rechazo. Y ese rechazo la hizo ser mejor artista”, sostiene.
Cuando un familiar enferma repentinamente, habiendo sido tan sana y fuerte, no deja uno de cuestionarse. “Me dolió el proceso, me dolió los hospitales, me dolió la impotencia de no poderla ayudar más y quienes nos trataban de ayudar psicológicamente nos decían, 'es algo tan fuerte y tan rápido, que no la podías ayudar. No hubo errores…' . Y es que dentro del contexto de la pandemia no pudimos terminar de hacer el duelo como familia. Pero este libro me ocupó el tiempo y me ayudó a hacerle un homenaje”, cuenta.
Y ahora puedo ver que ella está en sus alumnas, en sus colegas, en la gente de la Facultad de Bellas Artes, en mí, en mi hijo, en toda nuestra familia. Esto te ayuda a sanar, porque yo no creo en otra vida, o en el cielo, pero eso es real en tanto que es como si la persona que ya no está te hubiera dejado la alacena llena. Sigues viviendo de esa persona, sigues alimentándote de sus investigaciones, eso de llevar el arte de la danza congo dentro de la danza moderna, eso quedó. Esa es Vielka. Ya trascendió. Dejó su legado. Ayuda a sanar como familia, ayuda a sanar como artista y digamos que ayuda a sanar esa impotencia decir ella vivió. Cuando ves las fotos de Vielka, te das cuenta de que la mujer gozó su vida, desde los 17-18 años que se fue de la casa hasta que murió esta mujer lo gozó todo. Entonces eso me dejó muy tranquila. Y espero, cuando le pasé el libro a mis familiares, que les ayude en su proceso.
Ella amó a quien quiso, vivió con quien quiso, se peleó con quien quiso, ya la vivió y así es que hay que hacer”, destaca.
Chu volvió a su casa con un enorme peinado afro y pantalones pata de elefante, para explicar a su familia que eran afrodescendientes. Para el común de las familias panameñas eso no era así. “El pelo hay que alisárselo y hay que vestirse bien, le decían mientras ella hablaba de las raíces y el black power, hablando del grupo teatral Oveja Negra, del movimiento pro afrodescendientes. Ella entendió que no era que su familia estuviese en su contra, que aquello era producto de una sociedad armada para rechazar lo negro. Ella se fue liberando poco a poco, 'soy artista, voy a vivir mi vida, empezó a llevarme a mí al teatro, y al llevarme a mí al teatro, limó con la mamá, con el papá … ya después queríamos ir a ver a la panameñísima reina negra, ya hicimos las paces con eso. Ya podíamos admitir que sí, en Panamá la gente es medio negra”.
Vielka se fue en paz, acompañada de su madre y sus hermanas con un semblante tranquilo, sereno. Como diciendo “sigan con la vida, ustedes son los que siguen con esto. Ya yo hice lo que tenía que hacer”.
A Lucy le queda como una gran enseñanza, el hecho de que hay que disfrutar de cada momento.
“Suena a cliché pero, nos preocupamos por muchas tonterías en lugar de pensar que lo que te vas a llevar al final son esos recuerdos que construiste. El proceso, el camino hay que disfrutarlo mucho, y disfrútalo me refiero a sufrir con intensidad, amar con intensidad, a que cada cosa que uno hace la hace con cariño, con amor, para ese momento en el que lo está viviendo. Para mí la historia de ella es esa, una enseñanza de intensidad rica, de disfrute y poner el cuerpo a todo”, concluye.