‘Un dolor real’, el drama que demanda ser explorado

Actualizado
  • 23/01/2025 00:00
Creado
  • 22/01/2025 19:12
La nueva cinta de Jesse Eisenberg nos lleva a entender el dolor desde otros ojos, el impacto de la pérdida y cómo nos transforma en quienes somos ahora

Todos somos meros turistas cuando se trata del dolor de los demás. El dolor no es algo transferible ni puede hacerse entender de forma rápida y expedita, sino que es una avalancha de golpes y bajos que culmina en una explosión de angustia, impotencia y, en algunos casos, la aceptación de una dura realidad. Esto no debería tomarse como una crítica a la importancia de la compasión y la empatía. Al contrario, ahora parecen más esenciales que nunca. Pero hay límites en cuanto a qué tan profundo podemos ponernos en el lugar del otro.

Estos temas los explora el cineasta Jesse Eisenberg (La red social) en su nueva cinta Un dolor real, en la que sigue a dos primos, David (Jesse Eisenberg) y Benjamin (Kieran Culkin) quienes comienzan un peregrinaje a Polonia para visitar la antigua casa de su recién difunta abuela. Pese a no ser polacos, los primos se embarcan en un tour por los puntos turísticos más importantes de la invasión alemana a Polonia y la historia de los judíos en el país antes y durante la Segunda Guerra Mundial.

Desde el primer momento de la cinta es notorio que Eisenberg busca mostrar dos puntos de vista diferentes, no solo de David y Benji como personas, sino el dolor causado por una misma situación en dos vidas distintas. David es quien llama múltiples veces para confirmar una cita, mientras que Benji es quien se sienta pacíficamente en medio de un aeropuerto ajetreado buscando nuevas personas a quien conocer. Junto a ellos se suma un grupo colorido de distintas personas que buscan compartir el dolor de la historia de los nazis en Polonia y encontrarse a sí mismos.

Entre ellos, una pareja de jubilados (David Oreskes y Liza Sadovy) en la que el esposo es polaco y busca reconectarse con sus raíces; una divorciada de Brooklyn (Jennifer Grey) que busca dar sentido a su vida más allá de sus privilegios; un hombre de Ruanda sobreviviente del genocidio que estremeció a su país (Kurt Egyiawan), y el guía turístico británico (William Sharpe) que batalla con su propios sentimientos mientras camina por Polonia con los demás.

Es en este grupo donde David y Benji descubren lo aislados que viven uno del otro y de sus realidades complejas. Si bien David se considera feliz con su esposa e hijo en la ciudad de Nueva York, combate día a día con la ansiedad y el dolor de sus propios sueños perdidos, mientras que Benji se considera feliz por momentos al estar rodeado de más personas que alimentan su energía y le permiten ser el centro de atención, hasta que sus adicciones lo llevan de nuevo a lo bajo y la impredictibilidad se convierte en una amenaza.

En cada personaje se esconde una gema que Eisenberg supo plasmar de forma convincente, aunque no pasamos suficiente tiempo con ninguno para realmente descubrir su pasado o su esencia. Y está bien, porque es la historia de dos primos que yacen rotos en su centro, tal como el país que visitan y que, sin importar cuánto tiempo pase, nunca podrán eliminar u olvidar el dolor que les fracturó su relación.

En su cinematografía, dirigida por Michal Dymek, se contempla la dinámica de los grupos, las familias y la misma Polonia en el desarrollo de lo que propone Eisenberg. Los lobbies de hoteles, trenes modernos y calles que sostienen la historia de la guerra se destacan en cada escena, llevándonos a que nos importe lo que vemos, aunque no entendamos qué sucederá después de la siguiente escena.

Eisenberg y Culkin se alimentan de la energía del otro y saltan de un lado a otro en sus diálogos cargados de culpa, cariño, pérdida y celos, siendo entretenido a la vez que doloroso de observar. En cada escena donde Benji explota de euforia o de enojo, es ver a un niño herido, castigado y aún no libre de una jaula emocional que solo empeora con su necesidad de ser lo que otros necesitan, aceptado y valorado.

“Es increíble, lee a la personas con gran claridad” es lo que David piensa de su primo es extrovertido, pero aquello también funciona como una espada de doble filo al momento en que nos damos cuenta de que David guarda sus propios esqueletos en su armario emocional. Casi paralizado por su propia inseguridad, David se sume en un viaje para entender a su primo, entenderse a sí mismo y descubrir por qué a las personas se les hace tan necesario compartir el dolor ajeno. “Todos tenemos dolor, no significa que podamos ir y ponerlo encima de otros”.

A grandes rasgos, Un dolor real busca crear exactamente eso: un dolor real para la audiencia. Pero no debe entenderse como un dolor por la película, sino que pueda caer tan profundo en importarle lo que sucede dentro de ella que una parte de su conciencia necesite compartir ese dolor. A riesgo de sonar cliché, al ver la cinta no paraban de resonar en mi mente las palabras del escritor John Greene: “El dolor demanda ser sentido”.

Quizás eso es lo que Eisenberg trata con tanta insistencia de decirnos, y no de forma sutil, sino como bombos y platillos y como el sonido de una bala al dispararse. El viaje de David y Benji no es para honrar, sino para intentar sentir ese dolor que se esfuerzan por mantener escondido o demasiado a flor de piel como una parte de sus identidades.

¿Qué tan profundo podemos ponernos en los zapatos de otro? Para Eisenberg y Culkin, es un juego de rayuela en el cual cada salto se cambia de zapato y se interrumpe el sentimiento. No pasamos demasiado tiempo entendiendo el dolor de los demás como para que nos importe realmente, sin embargo, Eisenberg parece implorarnos que lo hagamos.

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