Integrantes de la caravana migrante en el estado de Chiapas, en el sur de México, denunciaron este jueves 21 de noviembre que las autoridades les bloquearon...
- 07/02/2020 06:00
- 07/02/2020 06:00
Como todas las mañanas, después del desayuno, Elián Jesús, mi nieto de dos años y medio, permanece en la sala de la casa para observar el paso de las patrullas policiales y las ambulancias con sus luces y sirenas.
Estas utilizan la vía a Calzada Larga, una carretera de gruesa capa de concreto que parte desde la plaza de Buenos Aires y llega al poblado de Calzada Larga, cuya longitud es de 5 kilómetros, tras vencer una pendiente de 45 grados entre Buenos Aires y Altos de Jalisco. Es el tramo más peligroso y empinado.
Por aquí transitan, van y vienen, incesantemente, cientos de camiones a diario, desde que se asoma el día hasta bien entrada la noche. Entre ellos, inmensas grúas Hawthorne, cisternas cargadas de cemento, de agua, volquetes, articulados con grandes vagones de carga, equipo pesado desde tractores a palas mecánicas; pipas de gas, agua y combustible, así como de óleos industriales. No se excluyen taxis, sedanes, camionetas, motos, y los domingos, maratones ciclísticas.
Elián está preparado para su espectáculo diario. Desde la ventana mira el desfile que se come la larga cinta de cemento de 3.5 metros de ancho, sin acera o veredas para el caminar de los peatones. Solo se observa un delgado barandal de aluminio para evitar que cualquier vehículo que se salga de la vía, caiga al vacío.
De pronto se escucha a la distancia el ruido ensordecedor de un vehículo de transporte pesado que se acerca desde el lado este. Con sus dos añitos, Elián ya lo identifica y antes de que se aproxime, lleva sus manitas a los oídos y cierra los ojos para soportar lo que se acerca.
“¡Ya viene abuelo, ya viene!”, dice.
Es brutal la magnitud de contaminación ambiental que debemos soportar los que vivimos al pie de la carretera; en un inmueble separado solo por 5 metros de distancia.
Tal vez si solo fuera un camión lo que invadiera los oídos, se soportaría con paciencia franciscana. Pero no es así. Detrás de uno vienen otros y otros más, y así transcurren 13 horas insoportables de escándalo, durante las cuales no se puede conversar con los hijos, decirle un piropo a la esposa, ver las noticias en la televisión o meditar el rosario.
La filosofía de la empresa mexicana Cemex, que adquirió la antigua planta estatal Cemento Bayano, en 1993, es la de producir al máximo para el consumo y la exportación. Pero no tomó en cuenta las afectaciones que causa el paso frenético de los camiones en los diferentes poblados.
Igual pasa con la firma colombiana Argos. Esta compañía colombiana compró la icónica Cemento Panamá, en 2000 y durante 20 años se dedicó a expandir sus instalaciones, canteras y exportaciones. Argos se ufana en señalar que cuenta con 22,000 clientes a los que provee cemento y concreto.
No pocas veces el ruido es tan ensordecedor que pueda sufrirse. Elián huye hacia la cocina o la terraza, pero aun allá lo alcanza y fustigan los escapes del camión, y si no, el freno del motor cuando baja la pendiente.
Su sensibilidad infantil ya está afectada por el ruido constante, al grado de convertirlo en un niño nervioso al que aquejan las pesadillas. Los adultos podemos resistir ese embate, pero los tímpanos de los pequeños como Elián no tienen la habilidad de soportarlo.
Pero aunado al ensordecedor ruido que supera los 80 decibeles, también se suma como daño colateral el monóxido de carbono y hollín excesivos que lanzan las chimeneas de los camiones: ennegreciendo árboles, paredes, ropa y pulmones.
Hace dos años, algunos residentes decidieron protestar. Recogieron firmas para promover una reunión con las empresas cementeras y presionarlas para regular el ruido de la flota articulada. El esfuerzo inicial no fue secundado por el resto de los afectados y prefirieron taparse las orejas como el pequeño Elián y olvidar el tema. Las empresas saludaron con palmas la desidia y falta de compromiso de los afectados, y nadie más movió el tema.
Hace 18 años, la entonces presidenta de la República Mireya Moscoso intentó regular este problema social, a través del Decreto Ejecutivo 306 del 4 de septiembre de 2002, junto con su ministro de Salud, Fernando Gracia.
Se adoptó un reglamento para el control del ruido en los espacios públicos, áreas residenciales o de habitación, así como en ambientes laborales.
Sin embargo, las autoridades alcaldicias y ejecutivas han prestado poco interés en la aplicación de este decreto y sus sanciones.
Bien intencionado, la ordenanza señala en su artículo 1: “Queda prohibido producir ruidos que, por su naturaleza o inoportunidad, perturben la salud, el reposo o la tranquilidad de los miembros de las comunidades, o les causen perjuicio material o psicológico”.
El artículo 14 prohíbe, desde cualquier medio o fuente de ruido (vehículos de combustión interna, equipos y maquinarias), exceder los 64 db-A (decibeles), lo mismo que en áreas públicas, de comercio, industriales o de espacios públicos peatonales o vehiculares.
Tras ser demandado ante la Corte Suprema de Justicia, se emitió el Decreto Ejecutivo 1 del 5 de enero de 2004, que reglamentó la emisión de ruidos según este horario: De 6:00 a.m. a 9:59 p.m. no debe ser mayor a los 60 db-A. De 10:00 p.m. a 6:59 a.m. no debe pasar de los 50 db-A
La presión sonora se mide en decibeles, y los ruidos molestos en decibeles Escala A-. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda no superar los 55 dB durante el día.
El sonido se vuelve dañino a los 75 dB y doloroso alrededor de los 120 dB. El oído necesita algo más de 16 horas de reposo para compensar dos horas de exposición a 100 dB.
Si llega a los 180 dB, incluso puede llegar a provocar la muerte.
Fuentes ligadas a la empresas productoras de cemento se mostraron interesadas en colaborar para remediar un problema que no tiene solución final, pero sí mitigación.
Sin embargo, aclararon que sus equipos de transporte no generan ruidos tan intensos como los denunciados. Esos ruidos infernales, señalaron, lo crean los articulados y volquetes cuyos dueños no reemplazan los silenciadores gastados.
A la vez, advirtieron que es imposible acallar el freno de la máquina, pues se requiere para moderar la velocidad del vehículo pesado.
Plantean que este problema ya correspondería dilucidarlo con las empresas contratistas que rentan sus equipos para transporte de grava, clínker y otros insumos.
En cuanto a la Autoridad de Tránsito y Transporte Terrestre, se nos aconsejó presentar una denuncia al teléfono de emergencias 311, con el fin de que ellos “tomen cartas en el asunto”, toda vez que el reglamento contempla sanciones pecuniarias contra los conductores que generan ruidos excesivos en perjuicio de la comunidad.
El Artículo 241 del actual Reglamento de Tránsito dispone en su acápite 6 la prohibición al conductor de emitir gases, ruidos o sonidos excesivos. Ello será penado la primera vez con $50 y se le cargarán tres puntos a la licencia de conducir.
No obstante, es poco común que los inspectores de tránsito levanten una infracción por ruido excesivo en Panamá.