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Es urgente: necesitamos una disminución planeada de la dependencia del petróleo y el gas
- 04/05/2022 00:00
- 04/05/2022 00:00
El llamado del último reporte del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), del pasado 4 de abril, se hace de nuevo sobre la necesidad de acción urgente e inmediata para no desaprovechar la pequeñísima oportunidad que nos queda como humanidad para evitar los aún peores efectos de la crisis climática. En el lanzamiento del informe, la intervención del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, fue contundente: “Estamos en el camino hacia un calentamiento global de más del doble del límite de 1,5°C acordado en París. Algunos líderes gubernamentales y empresariales dicen una cosa y hacen otra. En pocas palabras, están mintiendo, y los resultados serán catastróficos”. Y añadió: “los activistas climáticos a veces son representados como radicales peligrosos. Pero los radicales verdaderamente peligrosos son los países que están aumentando la producción de combustibles fósiles”. Debemos tener claro que el único camino posible de lograr reducciones rápidas y pronunciadas de las emisiones de gases de efecto invernadero parte de disminuir radicalmente la quema de combustibles fósiles, lo que implicaría dejar la mayor parte del carbón, el petróleo y el gas, enterrados para siempre.
Según el IPCC, las concentraciones actuales de dióxido de carbono en la atmósfera no se han experimentado en por lo menos 2 millones de años, y del total de las emisiones generadas desde 1750, más del 64% son causadas por la quema de fósiles, que crecieron en sus aportes hasta el 86% en los últimos 10 años. Al ritmo actual, estiman que superaríamos los 1,5°C, límite del Acuerdo de París, en menos de diez años. Aunque el conocimiento científico de la relación entre calentamiento global y quema de fósiles es de vieja data, los intereses económicos han primado sobre el bien común. Para 1977, el científico principal de la empresa ExxonMobil, James Black, escribía en un informe interno revelado por Inside Climate News que: “(...) existe un acuerdo científico general de que la manera más probable en que la humanidad está influyendo en el clima global es a través de la liberación de dióxido de carbono por la quema de combustibles fósiles”. Y advertía, además, que duplicar el dióxido de carbono en la atmósfera aumentaría la temperatura global promedio en dos o tres grados centígrados. A pesar de la certeza, la compañía dedicó décadas, y millones de dólares, a financiar campañas de negación del cambio climático.
Según el IPCC, la cantidad de dióxido de carbono que puede llegar a la atmósfera para no superar los 1,5°C es 360 gigatoneladas de dióxido de carbono equivalente (GtCO2eq). Para que tengamos una dimensión de esta cifra, el promedio anual de emisiones del mundo está alrededor de 37 GtCO2eq. De acuerdo con el trabajo elaborado por Heed y Oreskes en 2016 a partir de los datos recopilados en el BP Statistical Review of World Energy de 2013, el dióxido de carbono acumulado en las reservas de carbón, petróleo y gas serían 2.734 GtCO2eq. Esta cifra es similar a la calculada por McGlade y Ekins en 2015 de 2.900 GtCO2eq. Como podríamos ver de un simple cálculo, las emisiones asociadas a la explotación de las reservas de fósiles conocidas en 2015 (las de hoy son incluso mayores) serían más de 8 veces las que podríamos usar de una manera segura. En este mismo sentido la revista científica Nature publicó a finales del año pasado una investigación, con gran nivel de detalle, donde se concluye que el 90% del carbón, el 58% del petróleo y el 59% deben quedarse enterrados para siempre, si queremos tener al menos una posibilidad del 50% de no superar los 1,5°C.
Siguiendo con la revisión de la evidencia sobre la necesidad de dejar de explotar combustibles fósiles, podemos señalar otros documentos decisivos. En 2017, el trabajo “The Carbon Majors” reveló que solamente 100 compañías extractoras de combustibles fósiles son responsables del 71% de las emisiones de gases de efecto invernadero desde 1988. La Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés), que nace con la crisis del petróleo de 1972 para asegurar el suministro de hidrocarburos de los países de la OCDE, publicó a finales del año pasado su “World Energy Outlook 2021”, la fuente de análisis y proyecciones más consultada del mundo energético; allí indicaron que no superar los 1,5°C solo es posible “sin exploración de combustibles fósiles” y “sin nuevos campos de petróleo y gas natural (...) más allá de los que ya han sido aprobados para el desarrollo”. También es el caso de Naciones Unidas, que en conjunto con el Instituto Ambiental de Estocolmo y otras prestigiosas organizaciones, describen en su último “Informe sobre la brecha de producción” cómo se planea extraer más del doble de fósiles a 2030 (240% más de carbón, 57% más de petróleo y 71% más de gas), de lo que sería consistente para no sobrepasar los 1,5°C.
Este camino de acción de ninguna manera implicaría dejar de explotar fósiles súbitamente. Como medida inicial, se debería detener la exploración de nuevas reservas de hidrocarburos y permitir un desmonte paulatino y ordenado de la dependencia de estas energías. Un acercamiento inicial al camino de disminución de la extracción de petróleo y gas se explica en el trabajo de Calvery y Anderson “Phaseout Pathways for Fossil Fuel Production within Paris-compliant carbon budgets”, publicado recientemente, en el que, a partir de los presupuestos de carbono para no superar los 1,5°C, se construye un modelo de línea de tiempo de reducción de la extracción desde una perspectiva de equidad. En términos de modelación, el trabajo divide a los países extractores en cinco grupos de acuerdo a su mayor o menor producto interno bruto (PIB) dependiente del petróleo y el gas; a mayor PIB “no petrolero”, habría una mayor capacidad para iniciar una transición. En esta ruta, los 19 países con mayores capacidades económicas, que extraen el 35% del petróleo y gas globales, deben reducir su extracción a valores cercanos a cero, para tener un 67% de posibilidades de no superar los 1,5°C, en 2031. Se sugiere además que las naciones más ricas, las mayores emisoras, deben hacer transferencias financieras substanciales a las de menores ingresos para facilitar su transición energética.
La formulación de políticas públicas de este tipo, soportadas en la realidad científica, plantean una ruptura con las evidentemente fracasadas del establecimiento global: más de 30 años de negociaciones estériles que han buscado engañar a la opinión pública, haciendo creer que trabajan en una solución mientras el modelo fósil sigue intacto. Abordar restricciones del lado de la oferta implica fundar un nuevo modelo energético orientado a la preservación de la vida, que entienda la energía como bien común, de acceso universal y base de construcción de los proyectos de vida de los diversos territorios de la Tierra: una profunda transformación cultural. Para mencionar uno solo de los amplios aspectos en juego, disminuir la oferta de petróleo y gas necesariamente implicaría la transformación del sector de mayor consumo (transporte), que usa alrededor del 40% de la energía total, más del 90% proveniente de combustibles fósiles (gasolina y diésel). Países conectados por trenes eléctricos, que estimulen las cadenas de consumo local, con nuevas fuentes de empleo relacionadas con la acción climática, en el que la restricción al automóvil particular fortalezca robustos esquemas públicos que devuelvan a las caóticas y contaminadas ciudades de hoy espacio para quebradas, caminos, rutas para bicicletas y alamedas, es a lo peor que nos arriesgaríamos; ¿No será que vale la pena?
El autor es investigador en hidrocarburos, clima, sociedades postpetroleras y transiciones ambientales en Censat Agua Viva (Amigos de la Tierra Colombia).