El Metro de Panamá detalló que la construcción de la Línea 3 cuenta con un avance del 75%. Aunque aún no se conoce una fecha para la terminación de la...



- 02/03/2025 00:00
Entre los géneros de cine inherentes a Japón existe uno que podría darnos algo de incomodidad al mencionarlo, el Pinku eiga —Película rosa—, películas independientes de trama erótica, incluye desnudos y contenido sexual no pornográfico cuyo costo de producción es muy bajo. De “este lado del charco” desde principios del siglo pasado existe el “soft porn” —porno suave— películas eróticas que utilizan desnudos femeninos para atraer a una audiencia masculina.
Antes de ser conocido como Pinku eiga, lo eran con diversos nombres: erodukushon —palabra creada de la unión de erótico y producción—, sanbyakuman-en eiga —Película de tres millones de yenes— por lo barato de su producción u o-iroke —Sexi honorable—.
Los Pinku eiga surgen en el Japón de los sesenta y representan un antes y un después en las producciones niponas, pues marcan el inicio de la segmentación del mercado. Contaban con dos tipos de salas, las hoga —películas niponas— y las yoga —películas extranjeras—. El problema fue que las mujeres dejaron de ir a los cines hoga por los disgustos que pasaban en las presentaciones de Pinku eiga. y al igual que un uroboro no sabemos cuál fue su inicio, pero a finales de la década de los setenta el 80 % de las películas en las salas hoga eran Pinku Eiga o Roman Poruno.
La ventaja principal era su bajo costo, pero además existían otras cualidades que las hacían más cine de autor o experimentales. Las presentaciones, conocidas como jitsuen —actuación real— iniciaban con actuaciones teatrales en las que podían trabajar los mismos actores, luego se presentaba la película que podía ser una mezcla de blanco y negro, color o secuencias coloreadas. La narrativa de la mayoría era sobre violencia sexual contra la mujer. Sin embargo, para algunos críticos de la época la narrativa oculta representaba la rebelión contra las políticas del Estado u otro tipo de protesta social como lo atestigua el crítico Yajima Midori sobre la película Kuroi Yuki (Nieve negra, 1965): “Cuando el cuerpo femenino es victimizado, abusado o golpeado en pantalla, es una recreación metafórica nacional: Japón, antes hombre, ahora mujer, visto como indefenso y violado”.
Los números hablan por sí solos. Las producciones de Pinku Eiga crecieron de forma exponencial; mientras que en 1962 se produjeron tres películas, en 1965 fueron 213. El papel de las mujeres era la piedra angular de las producciones, los hombres eran figuras desesperadas e impotentes cuyos deseos y fantasías eran rara vez representados y menos cumplidos. Sobre esto. Alexander Zahlten escribió: “Las Pinku eiga, especialmente en sus primeros diez años, presentaron fábulas de impotencia, frustración y violencia traumática, enmarcadas a través de complejos mecanismos de identificación que deliberadamente enredaron las líneas de género”.
En la industria de cine de adultos hay una máxima y es que ellos son los primeros en utilizar los nuevos recursos tecnológicos que surgen y la Pinku eiga no era menos; de la mano del director Toshio Godai se presenta Hentaima (Criminal pervertido, 1967) ¡la primera película japonesa en 3D!
Lo experimental se fue perdiendo poco a poco, se dejaron de lado las presentaciones teatrales y en 1967 comienzan a utilizar película de 35 mm a color solamente. A pesar de que muchas se han perdido, creemos oportuno mencionar por lo menos una, Fukai Yokubo no Tanima (El valle del deseo profundo, 1967) de Sawa Kensuke. En cuanto al color, se convertiría en norma a partir de 1973. (He omitido mencionar artistas y directores porque muchas de estas producciones son tan desconocidas que es difícil que se haya escuchado de los auters que las creaban).
Definitivamente, los años setenta fueron una época de cambio, mientras que en un principio las Pinku eiga eran creadas por “aficionados” encargados de producción, distribución y en ocasiones presentación de las películas. Una de las tres grandes productoras de la época —Nikkatsu, Shochiku y Toho— les puso el ojo y tan pronto como 1971 surgió la Nikkatsu Roman Poruno, que dependiendo de a quién se le pregunte lo traducirá como “Novela pornográfica” o “Porno romántico”. Es importante recordar que las cintas de la época eran eróticas, extremadamente alejadas de lo que se conoce como pornografía en la actualidad.
Nikkatsu apostó fuerte por su Roman Poruno, el cual se diferenciaba del Pinku eiga en que las producciones eran más elaboradas y por ende un poco más costosas, pues contaban no solo con el equipo, sino con los técnicos para la labor, lo que facilitaba su producción y distribución. Directores como Wakamatsu Koji o Yamamoto Shinya se iniciaron en el Pinku eiga sin ninguna experiencia cinematográfica, no obstante, crearon en su primer año entre ocho y nueve películas cada uno, la misma cantidad que hizo Nikkatsu en 1971. El género en 1973 había crecido un 800 %, en los diecisiete años (1971-1988) que dedicó al Roman Poruno y la producción fue cerca de 1.100 películas.
La historia del Pinku eiga y del Roman Poruno no termina en los ochenta; los Pinku eiga fueron de las pocas producciones cinematográficas que se mantuvieron usando película —a pesar de la existencia del video— hasta poco después del año 2000. Actualmente continúan produciéndose en una escala mínima y se proyectan en salas especializadas. Nikkatsu, por su parte, en 2021 celebró los cincuenta años del nacimiento del Roman Poruno, creando tres nuevas películas que presentó en salas especializadas. Además, en la actualidad muchos de sus títulos han sido restaurados y se distribuyen en DVD, Bluray y por canales especializados.
En Panamá contamos con “nuestra” película erótica —recomendamos su visionado—, protagonizada por la actriz argentina Isabel Sarli (Hilda Isabel Gorrindo Sarlí, 1929-2009), con una historia que parece ser dramática, pero termina en comedia —ignoramos si a propósito o si es que ha envejecido muy mal—, pero a nosotros nos permite regodearnos con paisajes del Panamá de los sesenta. Desnuda en la arena, (1969) está disponible gratuitamente en YouTube.
Rolando José Rodríguez De León es doctor en Comunicación Audiovisual y vicedecano de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Panamá.