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- 10/11/2024 00:00
- 09/11/2024 16:02
La manera mediante la cual se produce la “separación política” de 1903, y la consecuente instalación del complejo militar-comercial estadounidense, instauró, como hecho primordial, la forma dependiente y colonial mediante la cual el territorio de la naciente “república” iba a participar del proceso de valorización y acumulación internacional.
La forma del establecimiento colonial “Zona del Canal” y la emergencia de una estructura de poder con pretensiones de Estado nacional en el territorio a principios del siglo XX, construyen la problemática nacional histórica, que sólo se resolverá en el contexto de interminables conflictos socioeconómicos, y con agudas expresiones de naturaleza política e ideológica a lo largo del siglo XX.
El historiador A. Castillero Calvo, en el contexto analítico de la teoría de la dependencia, define como “transitista” el carácter del istmo de Panamá. “La definición del carácter transitista del istmo de Panamá que se logra institucionalmente mediante la creación del sistema de ferias y galeones, constituye no tanto un reconocimiento a la llamada ‘vocación geográfica’ de nuestro territorio como a la voluntad discrecional de un foco hegemónico metropolitano”. Es la lógica de los factores de poder de España, en esta primera modernidad, la que vuelca hacia sus necesidades colonialistas el recurso estratégico de esta zona de la periferia.
El transitismo no solo caracteriza a la formación social panameña en su calidad de economía hiper-especializada, comercio y servicios; condición que atraviesa distintos escenarios político-estatales históricos. El transitismo configura desde la matriz socioeconómica, la política, la cultura y una determinada forma de intersubjetividad histórica, que definen una manera de sentir, pensar y obrar nacional. Intersubjetividad histórica que condiciona un tipo de vida comunitaria, que se afirma y se reproduce por una cultura de convivencia, conflictos y de referencias sociales. Como “momento constitutivo”, el transitismo como ideología y práctica ha creado una especie de determinismo histórico que instala como sentido común, una cotidianidad que se asume como inevitable, y pareciera que sella nuestro destino histórico (Zavaleta Mercado).
La exigencia de un Estado en pleno proceso de edificación en condiciones no coloniales constituye el obligado requerimiento para la producción del orden político e integración social de la dominación. Esta es la necesaria condición para erigirse como fundamento último de su legitima existencia, en la constitución del ciudadano como sujeto político. Es en la fundación o creación de dispositivos de poder para la producción de la institucionalidad estatal, y la materialidad social del territorio, que le son necesarios para el ejercicio pleno de tres componentes: monopolio de la violencia legítima, monopolio de la fiscalidad en todo el territorio, y monopolio de la integración política territorial. Las reiteradas intervenciones militares muestran la precariedad de este proceso.
Intervenciones solicitadas 1906, 1912, 1925, 1989. De facto 1926, 1918, 1921, 1964.
No obstante, “no siempre las fechas de declaración formal de independencia de una nación implican la simultánea creación de Estados nacionales” (Ozlak). En ese sentido, nada de los requisitos básicos de la materialidad del Estado existen en la primera década de la “separación” de 1903. Las “estructuras de poder” en los inicios del siglo XX sostienen una forma republicana vaciada de contenido, ya que comparten el monopolio de la violencia legítima con los “marines” del enclave militar neocolonial. Es también, una institucionalidad de poder sin ninguna capacidad de ejercer soberanía fiscal y territorial. El transitismo es el contenido de una formación social que nace sin mediación política estatal plena, en un contexto social poblacional mayormente analfabeta, que carece de una real condición político-jurídica propia de ciudadanos.
Para 1912 escribe Soler: “se perfilan los rasgos que han de caracterizar las sucesivas administraciones de Porras (...) se inicia un significativo empeño por crear los cimientos del aparato institucional y estatal de la nación. Desde las obras públicas indispensables: ampliación del espacio urbanístico de la capital, construcción de carreteras, ferrocarriles y telégrafos que unieran físicamente al país, hasta la modernización, y a veces creación exnihilo del aparato estatal” (Soler). “Creación exnihilo”, es decir, de la nada. Es la pretensión de una estatalidad en la formación económico social que no se llega a constituir como tal, hasta bien entrado el siglo (década de los 30).
La conformación del Estado y la política en el Panamá transitista tienen como constante el forjarse mediante un complejo proceso marcado por la dialéctica de dos tensiones, la de una historicidad política configurada a partir de fraudes electorales y golpes de Estado, y una institucionalidad mediatizada por las sucesivas intervenciones militares de Estados Unidos. En esta dialéctica de fraudes, golpes o intervenciones, se distribuyen los cuatro períodos identificables como “momentos de rupturas y continuidad”, que construyen las diferentes formas institucionales de la dominación política en la formación social panameña.
Los momentos de rupturas y continuidad son: el Protoestado oligárquico-liberal restringido (1903-1932); el Estado oligárquico-liberal ampliado (1932-1968); el Estado militar-desarrollista (1969-1989) y el Estado democrático-neoliberal (1990- ). Este proceso de rupturas y continuidad es vital para entender las fragilidades de la institucionalidad y de la política en el país. Esta mediación colonial condicionará históricamente la articulación estatal nacional, entre supraestructura e infraestructura, entre Estado, política y clases sociales; será una de las características de la formación social transitista y todavía presentes en el orden político.
El transitismo es la especificidad histórica de la formación social panameña; fundamenta y explica la estructura económico-social, organiza el régimen político acorde a sus necesidades de reproducción interna, y hace viable y sostenible sus conflictivas relaciones sociales y estructuras de dependencia. El transitismo le da contenido a la organización económico-social, a la estructura sociopolítica, a la cultura y a las subjetividades, tanto individuales como colectivas (intersubjetividades). Este contexto sociopolítico históricamente internalizado es el que explica que el territorio “excolonia”, sea todavía un espacio parcialmente desmantelado en sus signos coloniales, en la medida que la nomenclatura que le da significación a las coordenadas del desplazamiento espacial y vial en el área de toda la “ex Zona”, mantienen los antiguos nombres de militares, políticos o científicos norteamericanos.
La crisis estructural del transitismo de contenido neoliberal posinvasión es también la crisis de una hegemonía de naturaleza político-cultural que, hasta ahora, ha logrado desarticular otras visiones de Estado—naciones posibles, portadoras de formas extendidas e inclusivas de participación social y política.
A lo largo de las últimas décadas se ha construido la visión del mundo acorde a la naturaleza transitista de la economía, cuya naturaleza conservadora y conformista es transversal a clases y sectores. No obstante, esta hegemonía simbólico- cultural construida en torno a la aceptación del transitismo como el mejor de los mundos posible, se ha ido fragmentado a lo largo del tiempo, en la dirección de una paulatina y profunda crisis de hegemonía y degradación institucional.
El autor es sociólogo, docente e investigador de la Universidad de Panamá.