Los peligros de las explosiones sociales

Actualizado
  • 30/12/2023 00:00
Creado
  • 29/12/2023 18:28
Se puede explicar fácilmente de lo que se trata. Si se recogen 2,4 millones de firmas pidiendo un referéndum para revocar el mandato confiado a Chávez, tramitada la petición y si el resultado de las urnas le fuese adverso, abandonaría el poder

Muchos acontecimientos mundiales sacuden la tranquilidad nacional. Pareciera que todos los diablos del universo hubieran decidido degollar la paz. Es una interminable rotación de males y si hoy corre la sangre por las calles de oriente medio, ayer corría por los barrios de Puerto Príncipe y mañana seguirá corriendo brutalmente a lo largo de los escombros de Irak.

Para variar de geografía ya Caracas se inscribió en el club de los pueblos atormentados. Lo de Caracas es el fracaso rotundo de la promesa política. El presidente Chávez al inicio de su gobierno dijo: “y cuando llegue a la mitad de mi período se podrá convocar a un referéndum revocatorio”.

Se puede explicar fácilmente de lo que se trata. Si se recogen 2,4 millones de firmas pidiendo un referéndum para revocar el mandato confiado a Chávez, tramitada la petición y si el resultado de las urnas le fuese adverso, abandonaría el poder.

El referéndum revocatorio es una institución extraña al régimen presidencial, pero Chávez pretendió incorporar perspectivas democráticas a su gobierno. Es que el presidente estaba convencido de la perpetuidad de su fuerza política. Se creía el Bolívar del siglo XXI cuya aceptación crecería con el tiempo “como crece la sombra cuando el sol declina”.

Pero la demagogia tiene su límite, su prueba de fuego y su fecha de vencimiento, la que se da en el momento en que la norma jurídica se enfrenta a los hechos políticos. Al llegar Chávez a la mitad de su mandato, sus adversarios pidieron el referéndum revocatorio. Por razones nimias no se aceptó el primer listado. Se presentó un segundo memorial con 3,4 millones de firmas, un millón más de las exigidas.

El Consejo Nacional Electoral viene revisando lentamente, ábaco en mano, la cantidad de firmantes. La demora para dar una solución final presagia la provocación deliberada de una tempestad. Ante la crisis planteada, la sociedad venezolana y los organismos internacionales recomiendan la consulta popular.

El presidente Chávez traicionó su propia iniciativa y quedó al descubierto su demagogia y sus intenciones de dar al conflicto una solución de fuerza con sus consecuencias de dolor, luto y angustias. Los tres millones y medio de venezolanos que firmaron los memoriales pidiendo el referéndum no fueron ingenuos, como no lo fueron los panameños que reclamaron la quinta papeleta. La quinta papeleta fracasó básicamente, dicho sea de paso, porque la clase política desconfía de los efectos de una constituyente.

Hoy la clase política, de todos los partidos, tiene el control del poder. Ayer lo tenía el Estado Mayor. Una constituyente supone la fractura de un orden jurídico-político y una transición. La clase política no quiere correr riesgo alguno, aunque sea parte mayoritaria de esa fractura y de esa transición. Sobre todo si la estructura de poder que le pertenece a cada grupo encuentra su acomodo en la organización política adoptada por la Constitución.

A la clase política no le interesa el origen antidemocrático y el contenido insuficiente -originalmente antidemocrático- de la Constitución torrijista. A estas alturas lo que le interesa es conservar y acrecentar los réditos políticos dentro del statu quo. Una constituyente puede generar una nueva correlación de fuerzas. A esa posibilidad se le tiene temor y tal vez pánico. Prefiere adherirse a las instituciones generadas el 11 de octubre de 1968. La clase política tampoco quiere la constituyente porque aprendió a amar la constitución de los cuarteles.

Así como los intelectuales de la dictadura exclamaban “Omar es amor”, la mayoría de los políticos de la democracia profesan igual amor por la constitución torrijista. La única alternativa en Venezuela pasa ya por la rebelión, no la del tipo cuartelazo de Haití o Panamá del 68, sino la que concluye con limpios programas democráticos y populares. A Caracas no le queda otra salida dado el fracaso de las fórmulas pacíficas.

En Panamá no veo alternativa, en el mundo real, para la constituyente, salvo que las fuerzas sociales vuelvan a la política-ficción y levanten la bandera anti-privatización del Seguro Social o que distintos y nuevos sectores más audaces en sus ficciones pidan la privatización de la Corte Suprema y de la Asamblea Legislativa, anhelo que encontraría amplio apoyo popular y mediático.

Total, en estos países exigir o pedir lo inverosímil no cuesta nada y estas son las banderas que les encanta a los pueblos de escasa conciencia política. En los días actuales para todo lo bueno las reacciones viriles languidecen en la indiferencia. El cementerio clandestino encontrado en Coiba con 146 tumbas ha sido visto como cosa natural y hasta familiar. Un humorista chiricano afirmaba al respecto que todo tiende a indicar que en nuestro medio existe un elemento extraño de la naturaleza que todo lo amansa.

¿Recuerda usted, dice el humorista de marras, la invasión de las abejas africanas, las que asesinaban cerdos, perros, caballos y hasta seres humanos? Pues los últimos informes de los cuerpos de bomberos regionales indican que ya se amansó el enjambre.

A veces pienso que es mejor que sea así para evitar contagios de violencia como el que puede producir el altivo pueblo boliviano cuyas protestas las matizan lanzando por doquier bollos de dinamita de diversos tamaños. El referéndum venezolano y la constituyente en Panamá son aspiraciones legítimas que solo serán realidad luego de difíciles jornadas de sacrificio.

Venezuela lleva buen trecho en su lucha. En Panamá desde hace más de 25 años se vienen calentando los motores constituyentes y el pueblo no despega porque como que lo entumece para esas jornadas superiores una apatía crónica.

Pero la historia enseña que cuando la caldera social es sellada por un cuerpo extraño y se sabotean las alternativas pacíficas y democráticas, de súbito esa caldera encuentra un punto de “defogue” y nada ni nadie evitará esa explosión. Entonces, y siempre en esos entonces, los vitalicios vigías de la soberanía, oteando el horizonte gritarán inútilmente: ¡De Conncini a la vista! ¿No está hoy de visita en Haití? Son los peligros de las explosiones sociales y de las secuelas “potables” en el mundo arbitrario de hoy.

Publicado originalmente el 13 de marzo de 2004.

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