Los feminismos como problema filosófico

Actualizado
  • 09/03/2025 00:00
Creado
  • 08/03/2025 17:15
Pensar sobre las condiciones de vida y de existencia de las mujeres implica una reflexión desde lo político y lo ético, porque lo que está en juego es el reconocimiento, la libertad y la búsqueda de la vida buena.

Si, por ser humano, adoptamos la definición de Nicola Abbagnano (1901-1990) que lo caracteriza como un ser político y sociable por naturaleza, y como individuo capaz de elegir “entre desarrollar sus capacidades como animal superior e intentar levantarse todavía más, o de otra manera”, bien podría decirse que el feminismo es una forma de pensar el mundo de otra manera desde la libertad (lo político) y la búsqueda de lo superior (lo ético).

El problema inicial, sin embargo, es que no existe tal definición de ser humano por parte de este gran representante del existencialismo, autor de uno de los diccionarios filosóficos de referencia, sino una antigua y larga tradición que enmarca a los seres humanos —hombres y mujeres— bajo el concepto único de hombre. Las definiciones de “hombre”, dice Abbagnano, pueden agruparse en tres vertientes: aquellas que confrontan al hombre con Dios; aquellas que expresan una capacidad propia del hombre; y aquellas que expresan, como propio del hombre, su capacidad para autoproyectarse. Todas se enmarcan en contextos donde los filósofos no están pensando en la mujer cuando intentan comprender-se o definirse desde lo ontológico.

La distinción conceptual inicial entre hombre y ser humano es importante porque Beauvoir, en el texto con el que introduce su largo ensayo sobre “el hacer” de la mujer, empieza por efectuar una pregunta que califica “de rigor”: la pregunta sobre qué es una mujer. Y dice así:

“Si la función de la hembra no es suficiente para definir a la mujer, si también nos negamos a explicarla por el ‘eterno femenino’ y si no obstante aceptamos (...) que existen mujeres sobre la tierra, tenemos que plantearnos la pregunta (...). Es significativo que me lo plantee (...). Si me quiero definir, estoy obligada a declarar en primer lugar: ‘Soy una mujer’. Un hombre nunca empieza considerándose un individuo de un sexo determinado: se da por hecho que es un hombre”.

Ese “dar por hecho” implica varias cosas: que la pregunta le resulta innecesaria, indiferente u obvia, tal vez porque la medida de todas las cosas es él mismo, el hombre. Como bien dijo Beauvoir líneas más adelante, “existe un tipo humano absoluto que es el tipo masculino”, y a partir de allí se piensa lo femenino como contraste o diferencia. Es lo que la autora llamó la alteridad o lo otro: “La mujer se determina y se diferencia con respecto al hombre, y no a la inversa; ella es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, es el Absoluto: ella es la Alteridad”.

Ahora bien, si adoptamos la definición sobre feminismo de Beauvoir, es decir, aquella que lo entiende como “una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”, necesariamente hay que adentrarse en el terreno de lo político y, por tanto, de lo ético. Y si entendemos la política como “la teoría del Estado” y “el arte y la ciencia de gobernar”, se puede concluir que el feminismo, como acción colectiva, es un movimiento político que puede pensarse desde la filosofía política y la filosofía moral.

Dicho de otra forma, el feminismo —en tanto una forma de conocer, reflexión y acción política— es un problema filosófico porque implica pensar sobre el individuo-mujer y sobre cómo se han organizado las sociedades y los Estados para gobernar al colectivo de hombres y mujeres.

Beauvoir mencionó en su texto introductorio a Poulain de la Barre (1647-1723), filósofo cartesiano francés considerado precursor del feminismo, quien dijo que todo lo escrito por los hombres sobre las mujeres era digno de sospecha, “porque son a un tiempo juez y parte (...). Los que hicieron y compilaron las leyes eran hombres, por lo que favorecieron a su sexo, y los jurisconsultos convirtieron las leyes en principios”. La idea de que las mujeres eran (son) seres infantiles y emotivos, por ejemplo, o de que prima el interés público sobre la libertad o el libre albedrío de las mujeres está tan asentado, que todavía hay quienes defienden políticas de salud que colocan a la mujer en una posición de sumisión en relación con los hombres, con discursos paternalistas que aluden al “propio bien”.

La filósofa panameña Urania Ungo contó en su libro Entre cambios históricos y crisis globales: Reflexiones desde el feminismo, que fue en el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en la ciudad de Bogotá, en 1981, cuando las mujeres participantes decidieron proclamar el día de la muerte de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal como el “Día de la No Violencia contra las Mujeres”. Que fue hace apenas poco más de un siglo que el Grupo Feminista Renovación y que la Sociedad Nacional para el Progreso de la Mujer levantaron la bandera sufragista en Panamá. Que no fue sino por la lucha de Clara González que se hizo posible la incursión de las mujeres en el campo laboral del derecho, abriendo con ello las posibilidades de participar en el mercado de trabajo de todas las mujeres.

Ha sido el feminismo en sus diversas corrientes el que ha hecho posible “cambios en la visión tradicional y autoritaria que preside las concepciones del mundo”, y en este quehacer han emergido nuevos valores que disputan el lugar de las concepciones más tradicionales, que le dan supremacía al mundo construido por los hombres, tal como mencionó De la Barre en el siglo XVIII. ¿Qué implicaciones tiene todo esto? Como ya se sugirió arriba, supone un pensar la política y la ética desde nuevos lugares de enunciación; con nuevos marcos interseccionales que han puesto en cuestión lo dado, trayendo consigo conflictos axiológicos, ontológicos y políticos de no poca importancia.

“Las identidades genéricas tradicionales, femeninas y masculinas, han sido trastocadas”, señaló Ungo, y este cuestionamiento de la sociedad patriarcal “ha pasado de la resistencia a la reacción ideológica y política en distintas formas y diversos planos”.

Leo Strauss (1899-1973) dijo en una de sus obras que toda acción política busca el cambio o la conservación, y que en este sentido toda decisión política parte del entendimiento de que existe lo mejor y lo peor, es decir, “un pensamiento sobre lo mejor y lo peor implica el pensamiento sobre el bien”.

Pensar sobre el bien es una actitud moral que nos empuja o retiene a tomar —o no— acciones determinadas, o a afirmar o negar ciertos supuestos. Estamos aquí, dice el autor, en un nivel de opinión. Pero si frente a hechos o afirmaciones determinadas nos detenemos a reflexionar, a plantearlas como problemáticas, el asunto deja de ser mera opinión para encaminarse a ser conocimiento.

“Toda acción política comporta una propensión hacia el conocimiento del bien; de la vida buena o de la buena sociedad”, detalló Strauss, pero este pensar se convierte en filosofía política “cuando esta propensión se hace explícita y el hombre (sic) se impone explícitamente como meta la adquisición del conocimiento del bien en su vida y en la sociedad”.

Adoptando las palabras de Strauss, los feminismos son entonces un problema filosófico porque defienden el reconocimiento de la mujer como individuo, no como alteridad; y buscan el bien y la vida buena, y esta actitud de duda y búsqueda es esencialmente filosófica.

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