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- 17/10/2024 00:00
- 16/10/2024 17:10
Con el despertar de la “era Ozempic”, en la que una inyección aparentemente mágica promete una pérdida de peso milagrosa, se hace notorio que la industria aún pone un reflector sobre la importancia de la imagen física en la industria, siendo más que nunca un tema primordial en las producciones actuales tanto en la gran pantalla como en la chica.
Este es el caso de La Sustancia, escrita y dirigida por Coralie Fargeat, en la que se enfrentan temas de la juventud artificial en una combinación de vida real con el horror de un thriller que sigue a la actriz Elisabeth Sparkle (Demi Moore), quien fue una estrella en el cine, pero que, al igual que su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, ha tenido días mejores.
La trama sigue sus pasos a través del reto de perder su trabajo como directora de una clase de gimnasia para un programa de televisión diurno, cuando un ejecutivo llamado Harvey (Dennis Quaid) cancela su programa para dejar espacio a cualquier persona “joven” (¿ya nos sentimos identificados?).
Es entonces cuando el producto llamado ‘La sustancia’ hace su entrada triunfal para dar propósito a la cinta. Este producto promete crear una versión más joven de Elizabeth, que le permitirá seguir trabajando en el negocio del entretenimiento obsesionado con la juventud. Sin embargo, al igual que los monstruos de Gremlins, ‘La sustancia’ viene con un conjunto muy específico de reglas: solo debe activar su yo más joven una vez, y ella y su doble deben desconectarse cada siete días sin excepción.
Mientras que ambas identidades supuestamente comparten conciencia, a medida que Elisabeth y su yo más joven, Sue (Margaret Qualley) continúan con la sustancia milagrosa, aprenden sobre los efectos secundarios tácitos de perseguir la juventud a cualquier costo.
En el mundo de Elisabeth hay espejos por todas partes: espejos literales, pero también fotos de ella en los pasillos del estudio y un retrato gigante en su casa, de modo que su cuerpo y su rostro más jóvenes siempre están al acecho.
Abrumada por su previa imagen, Elisabeth se enfrenta a sí misma: ágil, tonificada, sonriendo ampliamente. Aun así, Elisabeth no ha perdido su hermosura frente a los ojos de las personas (y Moore tiene más de 60 años), pero rodeada constantemente de una versión de sí misma con un poco más de colágeno, poco a poco su percepción se ve comprometida y es cuando somos arrastrados a su visión interna.
Fargeat muestra simpatía por la difícil situación de Elisabeth y Sue, tal como uno podría hacerlo por Frankenstein y el monstruo que él crea, pero también busca dar un giro más explícito con el contraste de una historia basada en el cambio físico y el horror en el que un cuerpo puede someterse hasta ser solamente un capullo de lo que era antes. Y las intervenciones médicas que alteran la apariencia (medicamentos, procedimientos, una inyección de esto, un láser de aquello) están más accesibles que nunca. Somos más capaces que nunca de crear una versión ideal de nosotros mismos, es decir, la que creemos que los demás quieren ver.
En esto se centra el guion de Fargeat, un manojo de personajes con una historia hilada entre ellos de forma sutil y a la vez profunda, en la que el body horror se convierte en parte necesaria, como un testamento de lo que sucede cuando dejamos que nuestra percepción mórbida tome el control de quienes somos tanto dentro como fuera.
Fargeat juguetea con el body horror, una técnica que busca mostrar el cambio de un cuerpo humano a través de la destrucción o degeneración gráfica de este.
Cineastas como David Cronenberg, Lloyd Kaufman y Clive Barker plantaron la base en el cine en cuanto a mostrar el horror del interior con elementos como la descomposición, el parasitismo, la mutación o la mutilación. Asimismo, el uso de movimientos antinaturales o la colocación incorrecta de las extremidades para crear “monstruos” a partir de partes del cuerpo humano son destacables en cualquier cinta de body horror.
La Sustancia usa elementos de esta técnica para criticar el negocio del entretenimiento y la industria multimillonaria que se beneficia de la búsqueda de la fuente de la juventud, y logra añadir su dosis de diversión en el proceso. La locura abraza a Elisabeth entre más tiempo pasa en la faceta de Sue, pues es cuando todo comienza a salir bien para su alter ego y su personalidad original comienza a deteriorarse frente a la cámara.
En algunas escenas, aunque luce tan glamurosa como cualquiera podría desear, su rostro delata una mirada insatisfecha mientras ve más defectos que belleza ante ella, un ritual que termina por destruir aún más su percepción erosionada de ella misma, un twist que la intensificación y la exageración vuelve satírico, para recordarnos claramente lo que las películas han hecho con nuestras percepciones de lo que debería ser o cómo debería lucir un cuerpo.
Sí, para quienes nunca han experimentado el body horror en una pantalla grande, puede llegar a ser perturbador o un jumpscare, pero más allá de su aparición como técnica, es un canalizador del mensaje que se esconde a plena vista, yendo más allá de lo obvio, pero manteniéndose relevante: la crítica más aguda no se refiere a los cuerpos, sino a la forma en que nos hemos acostumbrado a mirarlos y el efecto que eso tiene en los nuestros.
A través de Elisabeth y Sue la realidad de una contaminación generacional perpetuada por una industria mayor que cualquier otra, se desprende de sí misma para dejar un rastro de destrucción, desagrado y odio hacia lo que, desde hace décadas, se ha consolidado como una forma exclusiva de imagen corporal.
Fargeat logra capturarnos en un espejo que refleja nuestras inseguridades (y visión social), causando una incomodidad que revela nuestros propios prejuicios y temores ocultos sobre nosotros mismos. Ser mayor, ser famoso, ser visto, ser amado, ser usurpado por alguien más joven y más atractivo: todo está en la visión de Fargeat.
Más allá de los problemas de imagen corporal de Elisabeth y Sue, la cinta muestra de la forma más exagerada y desagradable posible lo artificial y perverso que se vuelve un trabajo frente a las cámaras por tanto tiempo.
Las administraciones cambian, pero los personajes que hacen picar la piel y huir de los pasillos parecen permanecer sin importar qué década sea. Asimismo, La Sustancia busca recordarnos lo podrido que puede permanecer bajo la alfombra de nuestra percepción, sin ver la luz, hasta llegar a ser demasiado tarde.