La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 04/02/2024 00:00
- 03/02/2024 09:32
“Todos mienten’”, decía G. House, y esa convicción servía de base para la forma en que se relacionaba con sus pacientes. La mentira supone una realidad para todos nosotros, pues al fin de cuentas, todos hemos mentido alguna vez; todos mentimos: unos con más frecuencia que otros. ¿Pero qué es la mentira? ¿Podemos reivindicarla? ¿Mentir es propio de los individuos o lo es, también, de los grupos?
Según San Agustín “decir una cosa falsa con la determinada intención de engañar, es manifiestamente una mentira” [De mendacio], asimismo señala que “Mentira es la significación de una cosa falsa unida a la voluntad de engañar” [Contra mendacium].
De la mentira se pueden destacar dos rasgos: (i) decir/significar una cosa falsa y (ii) la intención de engañar. La mentira se distingue, por lo tanto, del error: el que yerra dice/significa una cosa falsa, pero no tiene la intención de engañar a nadie.
San Agustín, además, presenta una suerte de tipología de la mentira:
1. La mentira en el campo de la doctrina religiosa;
2. la mentira que causa daño a alguien y no causa beneficio a nadie;
3. la mentira que beneficia a alguien y causa daño a otro;
4. la mentira dicha por el placer de mentir;
5. la mentira dicha por placer en una conversación;
6. la mentira que no causa daño a nadie y beneficia a alguien;
7. la mentira que no causa daño a nadie y que salva la vida a alguien; y
8. la mentira que no causa daño a nadie y que protege a alguien de la impudicia del cuerpo.
Visto así, pienso que algunos tipos pueden integrarse, por ejemplo, (4) y (5). Algunas no podrían justificarse, v.g., (1), (2), (3), (4), (5), pero otras podrían justificarse o reivindicarse, v.g., (6), (7) y (8): mentir – contrario a lo que pensamos – no siempre es malo, no desde el punto de vista pragmático.
La mentira, por otro lado, ha estado asociada a acciones de individuos: yo miento, tú mientes, miente el presidente de la República o su vice, etc. Pero ¿cómo puede mentir un grupo, en tanto grupo? Recordemos que un rasgo de la mentira es la intención de engañar, es decir, hay en la mentira un rasgo intencional: ¿es imputable la intencionalidad al grupo? Pareciera que no, pareciera que los actos del grupo sobrevienen de los actos individuales de quienes lo conforman. Si así es, entonces una cosa es clara: los grupos no pueden mentir, toda imputación de insinceridad a grupos sería metafórica, o ficticia.
Esta creencia, sin embargo, es refutada por algunos. Jennifer Lackey [Group Lies] presenta una serie de ejemplos de mentiras que – en su opinión – no son imputables a los individuos, sino a grupos. En tales casos, la mentira no es asunto de simple creencia individual. Según Lackey, A le miente a B si y solo si (1) A afirma que p a B, (2) A cree que p es falsa, y (3) A intenta engañar a B con respecto a si p, al afirmar que p. En la caracterización de Lackey, ¿es posible sustituir la variable A por grupos?
Lackey explora varias alternativas, entre la que destacan:
I. Sumativismo y suficiencia (SS): un grupo G miente a B afirmando que p si y solo si todos los miembros de G mienten a B afirmando p. Esta condición, sin embargo, parece excesiva, p.e., cuando se dice que “el gobierno miente”, no necesariamente se dice que miente porque todos los miembros del Gabinete o de un ministerio lo hagan.
II. Sumativismo y suficiencia modificado (SS*): un grupo G miente a B afirmando que p si y solo si la mayoría de los miembros operativos de G mienten a B afirmando que p. La diferencia entre SS y SS* es que se pasa de la totalidad del grupo a la mayoría de los miembros operativos, pero este “ajuste” no garantiza mucho; p.e., cuando se dice “la minera miente” no necesariamente tiene que ver con que la mayoría de los miembros operativos (tal vez directivos o mandos medios) lo hagan, sino con que alguien con poder lo ha ordenado.
III. Acuerdo de aceptación conjunta (AC): un grupo, G, le miente a B al afirmar que p si y sólo si la mayoría de los miembros operativos de G acuerdan conjuntamente mentir a B al afirmar que p. La relación con SS* es evidente, en el sentido de la referencia a mayoría, pero en este caso se trata de un acuerdo conjunto de dicha mayoría. Sin embargo, – es mi opinión – no queda claro de qué manera ese acuerdo es independiente de situaciones (creencias, juicios, valoraciones) individuales.
Si se considera la definición que ofrece Lackey de “mentira grupal”, básicamente es una extensión del individuo al grupo, en otras palabras, la variable (individual) A se sustituye por la variable grupal G y se obtiene: un grupo G le miente a B si y solo si (1) G afirma que p a B, (2) G cree que p es falso, y (3) G intenta engañar a B con respecto a p afirmando que p.
Nótese que nada impide que B pueda ser sustituido, igualmente, por un grupo o colectivo, como cuando se dice: “al afirmar que ‘no hay contaminación en la mina’, Minera Panamá le miente al pueblo panameño”. Siendo una persona jurídica, ¿cómo puede ‘Minera Panamá’ mentir?; denotando ‘pueblo panameño’ una abstracción que supone por una totalidad, ¿cómo puede ser víctima de la mentira? En uno y otro caso se podría decir que se trata de ficciones: en realidad ciertos individuos (los directivos de Minera Panamá) mienten a otros individuos (a los ciudadanos panameños).
Pero de acuerdo con Lackey, una cosa es la mentira del individuo y otra, la del grupo. De hecho, las mentiras del grupo dependen del grupo y no de los individuos. ¿Cómo es esto posible?
Lackey elabora una teoría a partir del concepto “afirmación de grupo” y reivindica dos ideas cruciales:
1. que los grupos afirman a través de portavoces autorizados,
2. la mayoría de los portavoces tiene cierto grado de autonomía.
De la combinación de (1) y (2), Lackey pretende derivar (3), un grupo puede hacer afirmaciones de la cual la totalidad de sus miembros no son conscientes. Es, por tanto, posible que el grupo mienta sin que sus miembros sean conscientes de tales mentiras.
Independientemente de si un grupo, en tanto grupo, puede mentir, hay un hecho innegable, y es que en la mentira (no la falsedad) – dado su rasgo intencional – se busca engañar a alguien. Este aspecto parece implicar que, independientemente del tipo de mentira, nunca deberíamos mentir, pues el engaño es malo. Es lo que podría llamarse el enfoque deontológico de la mentira: es un deber no mentir.
Pero si nos atenemos a la tipología agustiniana, hay contextos en los que mentir no solo es razonable, sino lo que cabe hacer por razones prácticas (aunque San Agustín piensa que nunca se debe mentir): hay situaciones en las que la mentira es menos perniciosa que la verdad. Es lo que podría llamarse el enfoque consecuencialista de la mentira: al mentir, cerciórate de qué consecuencias derivan de ello.
El autor es profesor de Lógica. Académico de la Universidad de Panamá