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- 21/04/2024 00:00
- 20/04/2024 11:55
Todo país tiene sus historiadores. Afirmar esto es una verdad de perogrullo. Pero no necesariamente para un pueblo, una ciudad o un puerto. Y, en este caso, se trata de un puerto, de una “ciudad-puerto”, sin fecha exacta de nacimiento conocida, pero ya se habla de ella como Puerto Cabello, Venezuela, desde el siglo XVI, uno de los puertos más importantes del país junto a la de La Guaira.
Y esta ciudad, reconocida como tal, en 1811, por su apoyo a la causa independentista, tiene a su historiador, José Alfredo Sabatino Pizzolante, miembro de la Academia Carabobeña y Venezolana de la Lengua y de la Nacional de Historia. Es descendiente de italianos, sobrino de Ítalo Pizzolante Balbi, que compuso “Motivos” (1965), año de nacimiento del autor que ha hecho de Puerto Cabello su pasión.
Y no es para menos, pues la ciudad está llena de historia, y quien tiene la fortuna de darse un chapuzón en aquella playa caribeña, limpia y sosegada, solo tiene que levantar la mirada sobre el mar y dará con el castillo de San Felipe, donde estuvo encerrado el pionero de la idea continental americana, Francisco de Miranda (1750-1816), y así nos lo narra, en muy buena prosa, el autor, en el cual a veces creemos, como diría Alejo Carpentier en su Reino de este Mundo (1949), que estamos leyendo una historia novelada, en la cual lo “real maravilloso” se encuentra a cada paso: “Las bóvedas del castillo San Felipe lo reciben como huésped, pero sin derecho a honores ni comodidades. Atrás habían quedado sus andanzas norteñas y europeas que entre leyendas y verdades le forjaron un gran nombre, igual quedaron los honores de que fue objeto cuando sus coterráneos lo visitaron en Londres para invitarlo, y con razón, a engrosar las filas de los padres fundadores de la república. Hombre de muchas angustias en tierra marinera. Ahora, desconocida por Monteverde la capitulación de San Mateo, entregado a las autoridades por sus propios compañeros —en un episodio del que Bolívar no logra bien salir bien librado en la balanza de la historia —y sumido en la amargura y la oscuridad de las mazmorras de la fortaleza...”.
Leer esta frase es también recordar el cuadro del venezolano Arturo Michelena (1863-1898) sobre este hijo de la ilustración, Miranda en La Carraca (1896), que muere encerrado en España, uniéndose así al trágico destino del “jacobino negro” (CLR James, 1938), el haitiano Toussaint Louverture (1743-1803), que años atrás terminó muriendo en Francia, tras ser capturado por sus enemigos en una trampa. Miranda, ¿lo habrá sabido?
Sabatino Pizzolante nos lleva de la mano a través de tres tomos sobre la historia de Puerto Cabello. Leyendo los tomos, los cuales cada uno reúne un conjunto de textos cortos, se nos revela una ciudad de inmigrantes, de italianos, de alemanes, de caribeños, de judíos holandeses y curaceños y, sin olvidar, a los deportados negros africanos, que habían sido antiguos esclavos, y que fueron insertados en la historia de la ciudad, desde que el negro Julián le dijera al General Páez, como este cuenta en su propia autobiografía, casi de una manera maravillosa, cómo podría asaltar la plaza, la ciudad amurallada, que se hizo efectiva el 11 de noviembre de 1823, sellándose así la independencia de Venezuela.
De hecho, el autor nos advierte revisar los hechos o eventos “a la luz de las fuentes contemporáneas”, pero como lectores no dejamos de estar fascinados por esta costa del mundo caribeño, que contribuyó, como dice el autor, a la inspiración de la novela Nostromo (1904), del novelista polaco, nacionalizado británico, Joseph Conrad, donde se describe, lamentablemente, a la muy poco o nada ficticia República de Costaguana, “sumida en la corrupción política, los negocios sucios de la explotación minera, revoluciones y luchas internas, todo lo cual sirve de contexto a una variada gama de personajes de disímiles caracteres, entre ellos, Nostromo mismo”.
En efecto, el autor describe con lujo de detalle cómo Puerto Cabello fue testigo de la primera construcción del ferrocarril en Venezuela, en 1866, que se levantó bajo el sueño de convertir a la ciudad en un “emporio comercial” y, posteriormente, del ferrocarril inglés, en 1888, conectándola con la ciudad de Valencia. También fue testigo del ferrocarril alemán, que la conectaba con Caracas, construido en 1887.
Ambas obras, junto con el financiamiento de las guerras internas, endeudaron a Venezuela y Cipriano Castro, sin dejar de confiscar los bienes de los residentes extranjeros, no dudó en invocar “el sagrado suelo de la Patria”, en 1902, tras anunciar el cese de pago de las obligaciones financieras, que había provocado el bloqueo marítimo que hiciera Inglaterra, Alemania e Italia del puerto.
Por Puerto Cabello pasaron y estuvieron viajeros, científicos, artistas y literatos, y, entre ellos, Alexander von Humboldt y Ferdinand de Lesseps, dos figuras de la globalización científica y tecnológica, y lo que se respira entre las páginas de estos tres tomos es la certeza de que Puerto Cabello fue polo de atracción de la modernización en todos los sentidos de la palabra, desde la imprenta y el tendido eléctrico hasta la fotografía.
Ciertamente, así lo atestigua la llegada de inmigrantes, en el siglo XIX y principios del XX a la ciudad, y, si bien hoy día el puerto ha venido a menos, como toda Venezuela, con su infraestructura y servicios deteriorados a lo largo y ancho del país, no deja de ser cierto que lo que muestran estos tres tomos es el enorme potencial que todavía tiene el puerto, como todo el país, a pesar de su trágica historia, “bendición y maldición para el país”, marcada por el descubrimiento del yacimiento Zumaque 1, en Zulia, el “primer campo petrolero de importancia”, en 1914, un mes antes de que se inaugurara el Canal de Panamá, dos proyectos de modernización regional con impacto global.
Es así que a medida que voy leyendo los textos cortos, textos que puedo elegir en su orden o preferencia, sin que se rompa la coherencia de los tomos, voy adentrándome en una historia bien escrita, que alcanza ocasionalmente la segunda mitad del siglo XX.
No es una historia dirigida a especialistas, o, mejor dicho, no es una historia orientada a mostrar una tesis o hipótesis de trabajo, pero sí es una historia que brinda una plataforma libre para interpretar, y nos ayuda a comprender la historia de un país complejo y de un puerto, cuya vocación ha sido el mundo, la conexión, la relación entre el mar del Caribe, las Américas, Europa, África y Asia. Es la historia de un puerto que todavía tiene mucha historia por delante y por escribir. Es la historia universal de un puerto.