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- 18/02/2024 00:00
- 17/02/2024 11:41
Este libro del historiador francés, profesor de la Sorbonne, David Marcilhacy, es un escrito fiel a sus preocupaciones globales, transnacionales, la historia cultural y simbólica de las relaciones internacionales, donde las Américas y Europa son un eje central.
El mismo subtítulo del trabajo, ‘Un Puente entre Europa y las Américas’, toca uno de los imaginarios que más controversias ha producido en la historia narrativa del país. A muchos no les gusta el hecho de ser considerado como puente, país de tránsito, que implica, para estos, una cierta artificialidad y de aquí, quizás, ha nacido la frase “Panamá es más que un canal”. Pero, de hecho, Panamá no es el único país en el mundo que posee este lugar de tránsito, de puente, de conector de mundos, mares y culturas.
Turquía, por ejemplo, es uno de ellos con su posición estratégica entre Asia y Europa. Y, precisamente por esto, ¿quien podría negar que no haya en Turquía una rica y diversa historia? Y de aquí deriva, sin duda alguna, su gran impronta en la región y el mundo globalizado de hoy día.
Marcilhacy es plenamente consciente de esta problemática y Panamá le ofrece, por su historia y por su geografía, esta plataforma para obtener esta perspectiva global, como se escribe desde la introducción: “Hablar de Panamá es hablar de Colombia, de Estados Unidos, de Nicaragua, sin olvidar Gran Bretaña, Francia y España.
Este libro tiene por ambición ofrecer al lector una reflexión sobre la inserción de la América Central, y muy señaladamente del istmo interoceánico, en la historia mundial en torno a las reconfiguraciones geopolíticas, demográficas y culturales que caracterizaron el cambio del siglo XIX al XX en Panamá y, por extensión, en Centroamérica y el Caribe.
Se verá a continuación cómo Panamá, por su centralidad y por su vocación de puente, viene a constituir un observatorio ideal para estudiar las cambiantes relaciones euroamericanas e interamericanas de aquella época bisagra”. Y, por mi parte, añadiría de hoy día, porque, en efecto, estudiar a Panamá, sin perder nunca la perspectiva global, implica aceptar que Panamá ha sido y es una ruta de mercancías, de gente (nacionales y extranjeros), y de intereses de imperios formales e informales (como quiera llamársele).
Solo los que todavía insisten en que Panamá debe ser para los panameños, bajo una perspectiva nacionalista y chovinista, son los que impiden comprender al país en toda su complejidad histórica y global y, peor aún, le hacen un daño a las nuevas generaciones de jóvenes panameños de comprender cabalmente su posición en el mundo.
Ser una ruta, ser tránsito, es una gran oportunidad que la globalización le ha brindado al país, y si los panameños no hemos obtenido mucho mayor provecho de nuestra posición, no es por culpa de la globalización o del “transitismo”, que, para Marcilhacy, es “un modelo de organización social y económico enteramente volcado hacia su función de tránsito de mercancias y personas”, sino por nuestra propia incapacidad histórica, estructural, que hemos asumido como algo natural, resultado de nuestra mal llamada idiosincracia o esencia panameña, que no nos ha permitido dar el salto cuántico de que amplios sectores del país, bloqueados por el racismo y la exclusión, las desigualdades y las injusticias, disfruten de la modernidad y de la modernización (en salud, en educación, en ciencias y en tecnología, y en economía) y que ni tan siquiera se liberen o se emancipen de imaginarios medievales de sociedad, cultura y de familia.
El libro de Marcilhacy se estructura en tres partes, la primera que es “referencial” o temporal, se extiende desde la época colonial hasta la construcción del Canal americano, cuando se levanta el mapa de la globalización en Panamá, y la otra son “problemáticas”, en las que se discuten, para Panamá, las repercusiones de esta globalización, como la creación del Estado nacional, los movimientos sociales, los discursos identitarios, y termina o está completada en “herramientas” en las que se ofrece al lector una antología de documentos, un glosario, una cronología y una bibliografía. En este sentido, por su utilidad, es un texto muy pragmático y generoso que ayuda a investigaciones presentes y posteriores.
Este libro se une, en efecto, a una serie de trabajos que han enriquecido la bibliografía del país en los últimos veinte años tras la recuperación del Canal en 1999. Su aporte fundamental es mantener la perspectiva de “larga duración”, herencia de la escuela francesa braudeliana, a través de su amplio y holístico recorrido histórico, conectando la multiplicidad de trabajo históricos, nacionales y extranjeros, para darnos una limpio y coherente paisaje de la historia global del país.
Y sobre esta perspectiva de “larga duración” del libro no se puede dejar de resaltar que el autor se cuida de entrar en ciertos debates, como las narrativas sobre la creación del Estado nacional, es decir, nunca abandona su función de observador y analista de estas narrativas y descubre sus parcialidades, cuando afirma, por ejemplo: “existe hoy un debate historiográfico sobre el concepto adecuado para caracterizar los hechos que sobrevinieron el 3 de noviembre de 1903.
Desde luego, la terminología empleada contiene en sí un modo de interpretación de estos...” No asume partido, pero sí muestra las limitaciones de las narrativas ya sean “condenatorias” y “legitimadoras”. Esto, por supuesto, ayuda a comprender mejor las articulaciones históricas, culturales, sociales y políticas del Istmo con el mundo. No hay, en este caso, maniqueísmo y permanece en el debate histórico sin pretensiones ideológicas o partidistas.
Comprender a Panamá como ruta, como tránsito, como puente es entender el mundo contemporáneo. Y, en este sentido, solo hay un punto que mantiene un mito, una narrativa, un imaginario, que es difícil de remover, que es considerar a Darién como un tapón, que de tapón no tiene nada.
El autor se mantiene con esta narrativa. Pero, en verdad, ¿lo ha sido alguna vez? Solo en el 2023 han cruzado medio millón de personas por el Darién, a pesar de lo que digan los funcionarios gubernamentales de que “Darién no es una ruta”.
No se puede, en efecto, dejar de incluir al Darién para confirmar a Panamá como una ruta global desde que Balboa, en el siglo XVI, avistara desde aquí el Mar del Sur, y citando al mismo Marcilhacy, se puede concluir, con lo siguiente: “Colocado como está en un lugar indeterminado, flotante como dice Reclus, Panamá no deja sin embargo de ocupar una posición central”.