El diálogo como ejercicio de comprensión

Actualizado
  • 23/06/2024 00:00
Creado
  • 22/06/2024 17:07
¿Qué significa comprender en el contexto de la política? ¿Por qué es importante la comprensión? Para la filósofa Hannah Arendt, comprender es sobre todo un ejercicio de autorreflexión

En el año 2005 se publicó, bajo el sello madrileño Caparrós Editores, un libro titulado Ensayos de comprensión, 1930-1954, que reúne 41 textos de la pensadora política y filósofa alemana de origen judío, Hannah Arendt (1906-1975), dedicados al tema que alude su título: la comprensión.

En sus más de 500 páginas, Arendt se ocupa de la política, la religión, la lengua materna, el comunismo, la filosofía, la bomba atómica, la emancipación de la mujer, las ciencias sociales, Hitler y los intelectuales; y también de algunos filósofos como Agustín de Hipona, Karl Jaspers, Kierkegaard, Dilthey y, por su puesto, Heidegger, de quien fuera su discípula. Uno de sus ensayos se titula “Comprensión y política (Las dificultades de la comprensión)”, y sobre él va este comentario.

Como lo sugiere el título, Arendt parte de la idea de que existe una relación entre el ejercicio de comprender y el ejercicio de la política; es decir, que se trata de una aproximación al saber práctico y cómo este saber permite comprender el problema de los totalitarismos. Es importante aquí resaltar que Arendt es judía, sobreviviente del régimen nazi, y en este sentido su vida está marcada por el totalitarismo nazi, pero, también, por aquella idea que desarrolló unos años después en su libro Eichmann en Jerusalén: la llamada banalidad del mal.

En ese largo reportaje analítico publicado en 1963, la idea central de Arendt fue que, para ejercer el horror característico del régimen nazi —un horror que, vaya ironía, ahora ejerce el Estado israelí—, no hace falta ser un monstruo o alguien excepcionalmente malvado. Basta con atenerse a las reglas dadas y a la renuncia de la autocrítica o la autorreflexión.

En “Comprensión y política”, Arendt plantea ya la necesidad de guiarse por el sentido común —por el lenguaje popular, precisa— como principio para comprender el mundo en el que vivimos. La filósofa está pensando en su realidad histórica —la postguerra—, y en cómo los intelectuales —historiadores y filósofos lógicos, por ejemplo— están reflexionando sobre el totalitarismo. No tiene caso, dice, intentar comprender el fenómeno desde la teoría pura o el cientificismo, sin detenerse a pensar en la vida misma, en la realidad y experiencias del ser humano, en el constante fluir de la historia, y del ser humano en esa historia.

Para Arendt, comprender no es lo mismo que tener información o conocimiento científico, porque “comprender es el modo específicamente humano de estar vivo (...) [y] la comprensión de los asuntos políticos e históricos, siendo tan profunda y fundamentalmente humana, tiene algo en común con la comprensión de las personas”. Arendt propone entonces penetrar; penetrar en la autocomprensión para comprender el totalitarismo, porque “la verdadera comprensión vuelve siempre sobre los juicios y los prejuicios”.

Los juicios y prejuicios humanos están íntimamente ligados con la moral, es decir, la forma como acostumbramos a vivir, o las normas que aceptamos como buenas para la convivencia. Una organización humana puede, ciertamente, estar regida por determinadas concepciones morales —lo dado, lo acostumbrado—, pero el actuar moral es insuficiente, porque si bien ese actuar es generalmente compartido, la realidad nos demuestra que las excepciones existen y que, sobre todo, las concepciones morales cambian con el tiempo. Es aquí donde, dice Arendt, la ley sirve de catalizadora de conflictos; de instrumento para la convivencia social (aunque está visto, también, que la ley reacciona, en muchos casos, de forma tardía frente a las nuevas exigencias éticas).

Arendt sostiene que la decadencia de las naciones empieza con el socavamiento de la legalidad, porque es entonces cuando se pierde la capacidad para “la acción política responsable” y se da espacio a la tiranía. Con la tiranía, se pierde luego la libertad. Sin leyes que procuren la convivencia, se pierde la posibilidad de justicia.

La crítica de Arendt a los historiadores y cientificistas —historiadores positivistas, puntualizaría— es que obstaculizan el diálogo con otros campos del saber y extinguen la posibilidad de “tender puentes” para la comprensión del mundo, un ejercicio que implica, necesariamente, la autocrítica (o autocomprensión). Alejados del mundo, de la experiencia directa, los cientificistas pretenden entender y explicar los hechos, la vida, desde un saber técnico que ignora a posibles interlocutores, convirtiendo lo que se sabe en mero conocimiento que “levanta barreras artificiales”.

Arendt, entonces, está proponiendo en este texto diferenciar entre comprensión y conocimiento; tomar conciencia de que la comprensión es, en principio, un ejercicio de autocomprensión; y que para comprender hechos históricos y políticos es necesario entrar en “el círculo vicioso” del diálogo, pero un diálogo que integre otros saberes y permita el ejercicio de la imaginación. La imaginación entendida como la búsqueda de un mejor mundo posible.

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