El buen trato en casa y una vida sin violencia son algunos mensajes incluidos en las letras de las ‘Chiquicoplas’, una versión de las tradicionales coplas...

- 16/06/2024 00:00
- 15/06/2024 17:01
“Si queremos que todo quede igual, es necesario que todo cambie”
Il Gattopardo, Giuseppe Tommasi di Lampedusa
La celebérrima frase de esa novela, considerada una de las mejores del ‘900, pudiera ser utilizada como encabezado de muchos estudios que analizan fenómenos socio-políticos de nuestra época. Precisamente porque uno de los resortes, estrategias o mecanismos, utilizados por los políticos en sus carreras de ascenso al poder, es prometer “cambios”.
Una brevísima contextualización de la frase: estamos en la Sicilia de los Borbones, en los años previos a la unificación de Italia. El personaje de Tancredi, el fascinante sobrino del príncipe Salinas, dirige la famosa frase a su tío cuando decide irse de la mansión principesca para apoyar a las “camisas rojas”, los revolucionarios al mando de Giuseppe Garibaldi que acababan de arribar en Sicilia.
Después del rosario, la muy noble familia estaba reunida en el suntuoso comedor para la cena, servida con todo el debido ceremonial. El príncipe intuye y sufre por la decadencia que ve llegar para los de su clase. Él sabe que el Reino delle due Sicilie y los Borbones caerán, y no cree que será un bien para su isla. El sobrino Tancredi, muy amado por su arrojo y juventud, es más astuto, y declara al tío que ha decidido unirse a la empresa garibaldina, convencido de la inevitabilidad de la caída de los Borbones y de las ventajas que las nuevas clases emergentes, los nuevos ricos, podrán sacar apoyando a “lo nuevo”.
Para mantener los privilegios, es necesario adaptarse a los cambios, y más, apoyarlos. Esa es la filosofía de Tancredi, y perdura en época más cercana a nosotros... ¿Con cuántos Tancredi nos hemos cruzado?
En época contemporánea podemos reportar la experiencia del movimiento italiano “Cinque Stelle” surgido precisamente gracias a fuertísimas exigencias de cambios con respecto a los políticos tradicionales. En un arco de tiempo brevísimo, ganó millones de entusiastas adeptos. Una de sus frases mantra era “abriremos el Parlamento como una lata de sardinas”, aludiendo a que estaban dispuestos a limpiar la sacra sede del Parlamento de todos los corruptos, oportunistas y especuladores.
A la postre, se ha revelado la enésima “representación del cambio”, que sirvió solamente para calmar las aguas, tranquilizar los justamente exasperados ciudadanos, y frenar los eventuales y auténticos focos de rebelión popular.
Los parlamentarios de “Cinque Stelle” se sentaron establemente en sus escaños. Mientras, la finanza, los bancos, los poderes fuertes seguían favoreciendo los intereses de los de siempre; persistían los escándalos, las omisiones, y la mala gestión del dinero público.
Todos convenimos, creo, que uno de los tópicos de las recientes campañas políticas para la elección del Presidente, diputados y autoridades locales, ha sido la promesa tout court de cambios. El esquema era siempre el mismo: se enunciaban problemáticas ampliamente conocidas, carencias muy sentidas por la población, desasosiegos compartidos por extensos sectores en el país, y se concluía con la vehemente afirmación de la necesidad de “un cambio”.
Pero casi nunca se indicaba, no digo la causa última de un problema o carencia, pero ni siquiera había el intento de analizarlo desde el punto de vista de su génesis. Para cualquier operador social y cualquier político, al contrario, debería ser claro que, sin la individuación de la causa de una problemática, la misma nunca se va a resolver.
Friedrich Nietzsche en El crepúsculo de los ídolos (1889) evidencia cuatro errores del razonamiento lógico, entre los cuales, precisamente, el error de la confusión entra causa y efecto: ...”No hay error más peligroso que aquel de confundir el efecto con la causa: yo llamo eso la verdadera perversión de la razón. Sin embargo, este error hace parte de las más antiguas y de las más recientes costumbres de la humanidad”.
Confundir las causas con los efectos significa, por ejemplo, denunciar la contaminación de un río, fotografiar y describir, hasta con los términos más emotivos, todos los efectos, visibles a cualquier transeúntes, y llegar –como máximo- a decir que la culpa reside en los vecinos que les arrojan basura de todo tipo. A pesar de ser esto cierto, las causas de la contaminación de los ríos son mucho más complejas y diversificadas y tienen que ver, entre otras, con los sistemas de producción y una mala planificación de la expansión de las zonas urbanizadas.
Confundir las causas con los efectos significa escandalizarse, justamente agrego, por la falta de agua potable de tantas barriadas y comunidades, elevar encendidas protestas y reclamos al IDAAN, sin nunca cuestionarse, por ejemplo, el papel de algunos inversionistas que construyen millares de económicas casitas (con grandes ganancias para ellos, sin embargo) sin cumplir con el obligatorio aporte de las infraestructuras necesarias para que puedan llegar fácilmente los servicios básicos.
Si los bancos prestan a inversionistas que edifican en lugares evidentemente insalubres y en terrenos inestables con previsibles peligros de erosión... cuando una casita se encuentra peligrosamente en el borde de un precipicio ¿la causa está acaso en el MOP que no corre a sanear la situación, o en otra instancia?
Para hacer una comparación con la medicina, cuando los políticos prometen “cambios” frente a problemas macro de la sociedad, es como si un médico recetara solo paliativos y analgésicos sin combatir la enfermedad.
Esta “huida” o desestima del examen de la causa de los problemas, no es casual.
La búsqueda de la causa y las propuestas de soluciones pueden nacer solamente cuando están en sintonía con un modelo de sociedad, y con la aplicación de conceptos éticos como la solidaridad y la justicia social.
Cuando no se tiene un modelo de sociedad, es inevitable la confusión total entre causas y efectos; inevitables también propuestas de cambios que sólo raspan la superficie de los problemas, y se diluyen después en la marea del “hay que tener paciencia” – “se intentó algo, pero todo no se puede hacer” – etc. etc.
Por ejemplo, a la deuda pública se le considera el monstruo, causa de tantas situaciones negativas del país: falta de empleos y aumento del costo de la vida entre otras. Para solucionar los pretendidos efectos se propone reducir los gastos del Estado: eliminar empleados públicos, reducir servicios de asistencia social, elevar el costo de algunos servicios, etc.
En realidad, la deuda no es causa de nada: es un efecto de elecciones equivocadas, el efecto de gastar dinero prestado en proyectos improductivos, que no han generado desarrollo para amplios sectores en el país. En muchos casos, lamentablemente, solo el enriquecimiento desmesurado de una reducida elite.
La falta de cultura política, la pérdida de la voluntad –y capacidad- de elaborar discursos y propuestas ancladas a una clara visión de desarrollo, que no es tal si no involucra la mayoría de la población, tiene como consecuencia la incapacidad de discernir entre causa y efectos al analizar cualquier fenómeno o situación social.
En este caldo, la propaganda política y los partidos, que a menudo se diferencian entre sí solo por la originalidad o la ocurrencia del nombre se dedican a fotografiar la realidad, proclamar obviedades, denigrar a los adversarios y prometer que ELLOS SÍ, harán “cambios” y todo saldrá bien. Enhorabuena...
La autora es Doctora en Materias Literarias de la Universidad de Bologna, Italia. Ha sido docente de Sociología y Lengua Italiana en la Universidad de Panamá.