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- 20/10/2024 00:00
- 19/10/2024 18:20
La poeta Yolany Martínez Hyde, hondureña y académica en Estados Unidos, es una voz de la poesía centroamericana que merece ser conocida en nuestro medio.
Su primer libro publicado, Fermentado en mi piel (2006), es seguido de Este sol que respiro (2011) y Espejo de arena (2013). También sus escritos aparecen en varias antologías y publicaciones, entre ellas, el Latino Book Review Magazine y el New York Poetry Review. No contemos aquí los premios, pero de hecho el libro que aquí reseñamos, Lo que no cabe en las palabras (2022), fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía Los Confines en 2019.
En fin, estamos tratando con una poeta de una intensa y prolífica actividad literaria, de la cual la poesía, como género literario, sale tremendamente beneficiada, por tener entre sus cultivadores a esta poeta que, desde su primer libro, escribe: “llevo la curiosidad desgarrada/mi juventud quiere abreviar el tiempo y borrar/en mis carnes la fotografía”.
Lo que no cabe en las palabras es un libro compuesto de tres secciones, 17 poemas, precedido por un prólogo de Janet Gold, escritora, conocedora de Honduras y académica norteamericana, quien escribió una biografía literaria sobre Clementina Suárez (1902-1991), poeta que ha marcado la literatura de este país por décadas enteras. En el prólogo, Gold, que además es la traductora de los poemas en inglés, se obtiene una caracterización del texto de Martínez Hyde, al afirmar que la primera sección está marcada por la “pérdida, ausencia y memoria”; la segunda trata sobre la “profunda maravilla de la maternidad y del “insomnio que causa la preocupación”; y la tercera por “el presente y el pasado, nostalgia y rebelión, plenitud y desilusión”.
Al final del prólogo, se lee entonces un acertado resumen de esta poeta, cuando se afirma: “las muchas caras del exilio aparecen en cierta medida en todos sus previos poemarios y con esta nueva colección, Yolany sigue explorando las complejidades de esa realidad. Su exilio es voluntario, pero no por eso menos desorientador o angustioso”.
En efecto, los poemas de Martínez Hyde respiran esta inquietud, esta angustia y esta búsqueda. No hay fronteras para esta voz lírica que, entre sombras y múltiples resonancias, afirma “lo” que no cabe en las palabras. Ese - lo - encierra todo un mundo que se nos escapa o no estamos advertidos o entrenados para leerlo.
Este poema, que le da título al libro, es el primero de la primera sección, como si nos quisiera advertir desde el principio de qué se trata. He de confesar que, al leerlo, quede prendido de la palabra “gesto”, y es aquí que el – lo – queda representado. Por supuesto, podría decirse que en los gestos hay todo un mundo que no es concebible con las palabras, una realidad evidente que no necesita de la poesía para saberlo. Pero afirmar esto no deja de ser un facilismo, pues no termina de revelar la profundidad del poema. Es así como leemos: “Hubo mucho que no albergaron las palabras en ese tiempo/y a pesar de todas las madrugadas frías/y de las sombras inundándome de espanto/mi madre recogía con su gesto/lo que no cabía en las palabras”.
Estos son los versos que, seguramente escritos desde la lejanía, le dan mayor presencia/cercanía a esos gestos de la madre. Pero aquí podríamos afirmar un poco más, con la ayuda de las sugerencias del sociólogo George Simmel (1858-1918), observador de las resonancias y las pulsiones internas de la vida moderna, al escribir con respecto a la mujer y las artes del espacio, lo siguiente: “Ahora bien, la vida interior de las mujeres se hace visible de un modo en cierto sentido más inmediato y, por otra parte, más reservado; su manera de moverse es asimismo muy peculiar y viene determinada por condiciones anatómicas y fisiológicas; el “tempo” especial, la amplitud y la forma de los gestos femeninos dan lugar igualmente a una peculiar relación de la mujer con el espacio”.
Simmel era consciente del carácter provisional de sus tesis, pero me parecen provechosas para apreciar mejor estos versos de Martínez Hyde que son reveladores de estos gestos de su madre, gestos que, de una u otra manera, viven en cada uno de nosotros con nuestras respectivas madres, administradoras del tiempo y, sobre todo, del espacio
La poeta se apropia de la vida cotidiana y del mundo. De aquellos gestos que se le revelan en el espacio, gestos necesarios para vivir y transmitir. Lo que no cabe en las palabras es, precisamente, lo que se nos comunica, la apertura de una voz lírica que, en el exilio, sabe también lo difícil que es construir una casa.
No es tarea fácil. Hay dudas y caídas en el camino y, tras mucho andar, leemos lo siguiente: “Ahora entiendo que mi casa es el lugar que he construido con un mapa itinerante de palabras”. Allí está, en efecto, esa casa que habitamos, palabras que, por la experiencia de vida, no dejan de decir, con valentía y reconocimiento, lo que no caben en ellas, y así también estamos más cerca de lo lejos, de la memoria y de la vida misma.