El barrio de Chualluma en Bolivia, es único en la ciudad de La Paz ya que todas sus paredes están pintadas de colores que resaltan los rostros de las cholas,...
- 07/04/2023 00:00
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La antigua ciudad de Jerusalén es un hervidero. Locales y extranjeros, muchos de los cuales acuden a hacer turismo religioso se movilizan en grupos por sus estrechas calles. La venta de objetos religiosos es una de las actividades comerciales más realizadas: rosarios, crucifijos, masbahas, kippahs, estrellas de David... estamos en el lugar más significativo tanto para el judaísmo como para el cristianismo y el islamismo.
Llaman la atención algunas señalizaciones en los muros de las edificaciones. Una entre muchas establece que estamos en la Vía Dolorosa, así lo leemos.
La inscripción se repite en hebreo y en árabe. Estamos justamente en el camino que marcó la pasión y muerte de Cristo.
Nueve estaciones de la Pasión van guiando el camino hacia el epicentro de los hechos: el encuentro con la virgen María, el paño de la Verónica, Simón ayuda a llevar la cruz... Jesús cae... tres veces...
Llegamos a un espacio donde se concentra la muchedumbre. El resto de la ruta hacia la crucifixión ha de seguirse dentro de un edificio medieval que mantiene el color de los muros empedrados y muchas otras edificaciones de la ciudad. Si bien estamos frente a una construcción de gran tamaño, su simplicidad contrasta inmediatamente atravesamos el umbral de su entrada. Hemos llegado a la iglesia del Santo Sepulcro, también conocida como Basílica de la Resurrección.
De acuerdo con la tradición histórica, el templo se levanta sobre el lugar de crucifixión, sepultura y resurrección de Cristo, por ende, se trata del lugar más venerado por los cristianos de todo el mundo.
Si la cantidad de personas que se concentran en las afueras de la iglesia es impresionante, el ambiente en el interior es absolutamente sobrecogedor.
Fuera del inclemente sol y el calor del clima desértico de Jerusalén, la oscuridad del recinto es alumbrado por velas y una infinidad de lámparas.
Los susurros llenan el espacio recorrido por grupos de personas que hablan una infinidad de idiomas.
El olor a incienso se mezcla con las oraciones de los peregrinos que visitan el santuario.
Lejos de tratarse de una construcción con una arquitectura específica, el lugar se torna laberíntico.
Hay que comprender que no se trata de la edificación original que data de los tiempos del emperador Constantino.
En el siglo IV d.C., el emperador Constantino envió a su madre, Elena, a Tierra Santa, con el objetivo de encontrar la Vera Cruz de Jesús. En su búsqueda de las reliquias de Cristo la mujer encontró evidencias de la ubicación del monte Calvario o Gólgota, donde tuvo lugar la crucifixión del nazareno.
Demolió el templo romano que coronaba el monte, cavó hasta encontrar varias tumbas judías excavadas en piedra y mandó construir un templo en lo que consideró la tumba de Jesús.
A lo largo de la historia, la basílica ha crecido en distintos momentos, formas y tamaños.
Ha pasado por invasiones, incendios, destrucciones y reconstrucciones.
Su historia, que en momentos podría considerarse trágica, es también pintoresca. La lucha por diversos grupos de hacerse de la custodia de semejante centro de peregrinación ha marcado su existencia.
Las eternas disputas entre las diferentes comunidades cristianas del Santo Sepulcro han llevado a situaciones inéditas: En una de las ventanas de la fachada de la basílica, los visitantes se extrañarán de ver una escalera de madera.
Y es que ningún monje ha querido moverla por miedo a represalias.
De eso hace bastante tiempo. La escalera ha estado en el mismo lugar desde 1852.
Afortunadamente, en los últimos años no ha habido mayores dificultades entre unos y otros grupos, que han aprendido a convivir en las múltiples capillas de la iglesia. Seis comunidades cristianas diferentes custodian el Santo Sepulcro: griegos, armenios, etíopes, sirios, coptos y franciscanos. Aunque su interacción es casi nula, la mezcla de vestimentas, rituales y cánticos de cada grupo hacen del Santo Sepulcro un lugar muy especial para todos los visitantes, sin importar sus creencias.
Los ortodoxos griegos dominan el monte Calvario, la piedra de la unción y el katholicón, entre sus posesiones principales. Los armenios, también ortodoxos, regentan el subsuelo, donde hay una capilla dedicada a santa Elena, madre del emperador Constantino, quien convirtió el cristianismo en religión oficial de Roma. Los franciscanos son los encargados de la capilla de la Crucifixión, el lugar donde se descubrió la cruz y dos oratorios donde Cristo se apareció a su madre y a María Magdalena; los coptos controlan una pequeña capilla dedicada a José de Arimatea y los etíopes, el tejado. Sin embargo, las llaves de la Basílica del Santo Sepulcro están custodiadas por una familia musulmana, que ha asumido esta responsabilidad desde 1192, pasando el encargo de generación en generación.
Muy cerca de la entrada principal de la basílica reposa la famosa piedra de la unción donde, según los evangelios, Jesús fue ungido antes de ser sepultado. Cada día, fieles de todas partes del mundo se amontonan alrededor de la piedra esperando su turno para arrodillarse y besarla. También posan sobre ella rosarios o alguna medalla.
A la derecha de la piedra de la unción, unas escaleras de piedra conducen a una sala elevada, que representa el monte Gólgota donde Jesús fue crucificado.
Al otro lado, un mausoleo de mármol que corona la nave circular de la basílica es el principal atractivo del Santo Sepulcro. Es el llamado Edículo o la tumba de Jesús. Las filas para entrar en esta pequeña capilla son interminables, sin embargo, la experiencia es reconfortante para el espíritu.
Muchos otros espacios dentro de la basílica hacen que la visita sea inolvidable; su iconografía ortodoxa, los centenares de lámparas griegas, las miles de cruces talladas, quien sabe desde qué año en los bloques de piedra que componen sus muros, el espacio exacto donde se dice que fue clavado Cristo, fue erigida una cruz, y la tumba de donde salió resucitado para dar esperanza a toda la humanidad.