Argelia, vidas en perpetua espera

Actualizado
  • 14/08/2011 02:00
Creado
  • 14/08/2011 02:00
Un buen día, después de asistir a un seminario sobre feng-shui, medicina alternativa o algo parecido, mi madre regresó a casa con una id...

Un buen día, después de asistir a un seminario sobre feng-shui, medicina alternativa o algo parecido, mi madre regresó a casa con una idea interesantísima. Las fotografías, le habían contado, absorben la energía de los fotografiados. La peculiar transferencia energética no le hizo ninguna gracia, y dijo que desde ese día evitaría las fotos. A nosotros, jóvenes en una sociedad llena de cámaras, nos recomendó andar con mucho cuidado.

Mientras observaba cómo confiscaban nuestras cámaras en el aeropuerto de Argel, pensé que, al menos, no le robaríamos energía a nadie. ‘Bienvenidos a Argelia’, nos dijo, sonriente, el oficial de aduanas. ‘Ustedes pueden pasar, pero las cámaras se quedan aquí’. Un error burocrático había hecho que nos dieran la visa equivocada, y en Argelia, salvo para propósitos puramente personales, no está permitida la entrada de cámaras al país. Los argelinos, con una expectativa de vida de 74.5 años, podían estar tranquilos.

ESTABILIDAD PRIMERO

El incidente en el aeropuerto nos ofreció la primera pista para entender éste fascinante país. En Argelia, la seguridad y, por encima de todo, la estabilidad, van primero que cualquier otra cosa. Al contrario que Marruecos y Túnez, Argelia fue una colonia francesa propiamente dicha por más de 130 años. Su independencia, en 1962, llegó con un gran derramamiento de sangre (millón y medio de muertos), y consecuentemente produjo un fuerte y complejo sentimiento nacional.

Durante las tres décadas siguientes, el país se movió lentamente hacia una democracia multipartidista, pero la victoria de los islamistas en 1991 desembocó en una brutal guerra civil que duró casi una década, mató a unas 160 mil personas, y destruyó el tejido social y la infraestructura del país. Argelia, desde entonces, se puede entender en una oración: las heridas de la guerra aún no han cicatrizado completamente.

La primera lección es clara: en este país, el turismo y la apertura al mundo van a tener que esperar. El pánico a las cámaras es más fuerte que el deseo de mostrar el país al mundo. Entendido eso, la primera impresión que deja Argel, la capital, es fuerte. En Argel no existen franquicias, ni marcas, ni carros de último modelo, ni cibercafés, ni ninguna de los rasgos universales que hacen que las capitales y grandes ciudades del mundo sean tan similares. Los edificios son viejos, y entrar en un apartamento es como entrar en una máquina del tiempo. Las compras que en casi todo el mundo urbano se hacen en grandes supermercados, en Argel involucran un paseo por el carnicero, el pescadero, el puestito de vegetales y el panadero. En Argel, sencillamente, el tiempo se detuvo cuando terminó la guerra.

HERIDAS SIN CICATRIZAR

La guerra abrió muchas, muchísimas heridas. Un paseo nocturno por Argel —en pleno Ramadán, además— acompañado de Neyil, un joven universitario, sirvió para comprender mejor la realidad del país. En la calle sólo hay hombres. Literalmente. Si bien es cierto que en todos los países musulmanes es más común ver hombres que mujeres en espacios públicos, lo de ésta ciudad es extremo, y detrás, naturalmente, está la guerra. ‘Los terroristas del FIS (Frente de Salvación Islámica) gustaban de atacar a especialmente a las mujeres’, me dice Neyil, ‘y por eso casi ninguna sale sola por la noche’. Viendo la cantidad de hombres que había en la calle, no pude evitar pensar que cada una de esas ventanas iluminadas en esos viejos edificios debía estar llena de mujeres. Madres, hijas, hermanas, acostumbradas a la vida nocturna entre paredes, ahuyentadas por amargos recuerdos que se resisten a desaparecer.

Al llegar al puerto, Neyil me hablaba del pequeño pueblo de donde provenía su familia, cerca de las montañas del Atlas. En esas montañas habitan los cabilios, quizá la última nación del mundo en ser considerada exclusivamente berebere. Aquí llegamos a una de los aspectos más fascinantes de Argelia: mientras que la gran mayoría de los argelinos son étnicamente bereberes, sólo un 15% se identifica como tal. El motivo no debería sorprendernos. El FIS tenía entre sus objetivos más importantes la etnia berebere. Curiosamente, una idea no puede borrar una evidencia física, y cualquiera que visite este país nota inmediatamente que, físicamente, los argelinos —en su mayoría blancos y de ojos claros— son muy distintos a los marroquíes o tunecinos.

Pero lo más impactante, inquietante y perturbador de ésta ciudad no tiene que ver tanto con las heridas de la guerra. En Argel, por encima de todo, la sensación es que no hay absolutamente nada que hacer. Según cifras oficiales, el desempleo en el país ronda el 10%, pero el desempleo entre los jóvenes es de más del doble. Día tras día y noche tras noche, los jóvenes argelinos salen a la calle a tomar café, a conversar, a esperar algo que nunca llega, a mirar la vida pasar. ‘Aquí no hay cultura, sólo hay una biblioteca decente en toda la ciudad, y 4 o 5 conciertos al mes. No hay festivales, no hay nada. La mayoría de los jóvenes se quieren ir a Francia o Canadá’, dice Neyil con ese gesto tan contradictorio, mezcla de conciencia y resignación, que encontré en casi todos los argelinos que conocí.

LA CARA AMABLE

Como todo, sin embargo, la situación argelina tiene dos caras. Y la cara amable invita a la comprensión y al optimismo. Oficialmente, al menos, Argelia tiene unos $150 mil millones de dólares en reservas internacionales, una deuda externa mínima, y un crecimiento proyectado del 4% para este año. Es el cuarto exportador de gas natural del mundo y está entre los 20 mayores productores de petróleo. El año pasado, el gobierno lanzó un plan quinquenal de 286 mil millones de dólares para mejorar la infraestructura y promover empleos. Sentado en la sala de Nadjib, un ingeniero petrolífero casado y con dos hijos, pude comprobar que, en efecto, hay argelinos que creen que el país no sólo tiene motivos de sobra para andar con pies de plomo, sino que además se encuentra por el buen camino.

‘Argelia ha pagado carísima su independencia y su estabilidad actual’, dice, antes de dar su opinión sobre nuestro incidente en el aeropuerto. ‘Aquí somos alérgicos a los periodistas. Durante la guerra civil venían aquí y luego veíamos sólo mentiras en los canales internacionales. Para nosotros fue muy doloroso’. El sentimiento de haber sido traicionado, además, no se limita a la prensa. ‘Air France fue la primera que se fue, y todas las empresas extranjeras le siguieron. Nuestros vecinos nos dieron la espalda. Inclusive los países poderosos, que aún no conocían el terrorismo, se negaban a llamar terroristas a los del FIS. Les llamaban ’rebeldes’. Todos nos trataron como parias, así que ahora preferimos que nos dejen tranquilos, que haremos las cosas a nuestra manera’.

Esa misma noche tuve la oportunidad de dar un paseo en carro con Nadjib por Argel. Varios controles policiales ralentizaban el tráfico. Lo que para un extranjero es una interferencia innecesaria y autoritaria del estado en la vida diaria, para el argelino común es seguridad, es la certeza de que no va a estallar una bomba en plena ciudad, de que los tiempos del sufrimiento y la carnicería no volverán. Los tiempos en que tu vida podía acabar en cualquier momento, y a nadie fuera de Argelia le importaba.

¿INDEPENDENCIA O RIQUEZA?

Al país no es que le falten problemas: Abdel Aziz Bouteflika, que desde 1999 ha ganado tres elecciones fraudulentamente, es poco más que un dictador. Además, se encuentra en el medio de una silenciosa guerra por la sucesión con su jefe de inteligencia, Mohamed ‘Toufik’ Mediene. Los dos millones de kilómetros cuadrados del país lo hacen incontrolable y, por ende, territorio perfecto para terroristas, como Al Qaeda en el Maghreb Islámico, que tiene su base en el sur argelino.

Pero Argelia, por encima de todo, deja la impresión de ser un país donde la mayoría parecen tener la cabeza en su lugar y querer remar en la misma dirección. A pesar del continuo derramamiento de sangre que han vivido desde que se le ocurrió independizarse de Francia, los argelinos son extremadamente simpáticos. Son conscientes de que, si bien el sistema es opresivo, aburrido e ineficiente, la estabilidad actual bien lo vale. Preguntado sobre la prosperidad relativa de sus vecinos, Nadjib me respondió con un chiste. Dos perros se encuentran en la frontera entre Túnez y Argelia. El perro tunecino pregunta primero: ‘¿por qué quieres cruzar a Túnez?’

‘Para tener comida, una casa grande y un collar bonito. Y tú, ¿para que quieres cruzar a Argelia?’, preguntó, extrañado, el perro argelino.

‘Para ladrar’.

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