• 13/02/2022 00:00

Uniformidad

El Ministerio de Educación de Panamá se enfrenta a un morlaco terrible y no los veo yo con arrestos suficientes como para torearlo

En el uniforme se distingue una sociedad acomplejada. Sí. Pónganse cómo se pongan ustedes, la igualdad social no se consigue uniformando a los niños según los cánones de centros educativos religiosos franceses e ingleses del siglo XIX donde niños de distintas procedencias asistían a las escuelas de las congregaciones.

Ajá, claro, a ver, como si los niños, todos ellos vestiditos iguales, claro que sí, según las normas del recato, la decencia y las buenas costumbres, no supieran claramente quiénes eran herederos; quiénes, huérfanos desechados por el tío segundo para no estorbar en el disfrute de la herencia y quiénes, pobres de solemnidad y que estaban mezclados tan solo porque los curas y las monjas que los educaban a base de reglazos y maltrato físico decidieron que el llevar un pelaje de oveja ayudaba a que se internalizara su pertenencia al rebaño.

El Ministerio de Educación de Panamá se enfrenta a un morlaco terrible y no los veo yo con arrestos suficientes como para torearlo.

Miles de nuevos alumnos hijos de una clase media que ha visto radicalmente depreciado su estilo de vida deben integrarse a un sistema educativo deficiente, rácano en la excelencia de los profesores, con directores de escuela que no han soltado los parámetros educativos decimonónicos y que tienen el cuajo de decir en público que un corte de pelo más o menos apurado y una falda más o menos larga involucraran más o menos disciplina y educación. Como si los alumnos no supieran quiénes son aquellos a los que los padres aún pueden recogerlos en carro o aquellos que tienen que arreglárselas con el transporte público o los que usan el carro de San Fernando y van unas veces a pie y otras caminando. Como si los zapatos más o menos caros, la forma de hablar y el poder llevar o no algo de dinero para la cosita en el recreo no involucrasen efectivamente una distinción clara entre unos y otros.

Y para terminar, no solo siguen obligando al uniforme, que como ya hemos visto es absurdo, sino que, para más inri, y ante la fáctica imposibilidad de muchos padres de pagar lo que cuestan los uniformes, deciden (mentes privilegiadas y preclaras) que los hijos de padres pobres pueden no llevar uniforme siempre y cuando los padres justifiquen su lipidia. Claro. Todo muy lógico. Para que los animalicos de la manada depredadora lo tengan aún más fácil para poder dirigir su ataque vicioso.

Si ya el Ministerio de Educación lo ha hecho de pena durante décadas, si durante la pandemia la educación pública ha sido un pandemónium, si las deficiencias educativas son patentes y notorias, ahora una señora con cejas imposibles y hablar impostado, defiende tarugueces absurdas en lugar de estar evaluando la calidad de los conocimientos de los docentes, quienes en las siguientes semanas tendrán que recuperar aquello que han olvidado a través de meses de clases virtuales.

Escucho y veo, una y otra vez, en bucle, las declaraciones de la señora de las cejas espantosas y me doy cuenta de por qué lo de la igualdad es algo que tardará en imponerse en nuestro país. Nada que ver con aquellos países en los que los maestros son los mimados de un sistema eficiente, en los cuales los presidentes van a trabajar en metro y los niños aprenden a ser iguales en lugar de disfrazarse de igualdad a golpe de reglas imbéciles. Lo demás sobra.

P.S. Por cierto, recuerden, señores creyentes y defensores del cabello corto, que a Jesús, el rebelde, ustedes lo adoran con melenón de heavy trasnochado. Y con vestido, para terminar de rematar.

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