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- 07/07/2019 02:00
- 07/07/2019 02:00
El pasado miércoles, Disney anunció que una actriz afroamericana protagonizará la película live action de La Sirenita , y como era de esperarse, las redes sociales enloquecieron. A pocas horas del anuncio, el tema se hizo tendencia en Twitter con el debate entre quienes celebraron lo que consideran una reivindicación de la diversidad, y quienes opinaron que, una vez más, la corrección política arruina otro personaje de su infancia. Semanas antes, la discusión era sobre si Toy Story 4 presentaba al primer personaje trans de Disney: Forky, un juguete creado a partir de un híbrido entre una cuchara y un tenedor.
Por absurdo que pueda sonar lo anterior, no son pocas las discusiones similares que ocurren dentro y fuera de las redes, en especial en los últimos 5 años, cuando el discurso de las políticas identitarias ha cobrado especial protagonismo en las llamadas ‘guerras culturales'. Para ponerlo en perspectiva, recordemos el debate que generó el anuncio del reboot de Los Cazafantasmas con un elenco principal enteramente femenino, o cuando se discutió la posibilidad de que el próximo James Bond fuera negro. Igual agitación causaron la inclusión de una superheroína musulmana en el universo Marvel, la noticia de que el sucesor de Thor sería una mujer, o cuando supimos que miss España para Miss Universo 2018 sería una mujer trans. Más recientemente, en las redes panameñas se ha debatido sobre la creciente presencia de personajes homosexuales en las series de Netflix, la pertinencia o no del Mes de la Etnia Negra, o el origen étnico-cultural de las 2 últimas ganadoras del Miss Panamá.
Queda claro que los debates sobre la diversidad han cobrado una importancia sin precedentes, pero la causa no es que la gente se haya vuelto más sensible, lo que más bien es un síntoma. Por un lado, es evidente que la industria del entretenimiento intenta ponerse a tono con las demandas de los movimientos sociales sobre la diversidad y la igualdad de género. Por supuesto, las grandes corporaciones mediáticas buscan atraer a jóvenes adultos liberal-progresistas, algunos de los cuales además son padres y buscan contenidos cercanos a sus valores para transmitirlos a sus hijos.
Pero, más allá de encontrarnos frente a una mera estrategia de marketing, en el fondo se trata de un cambio cultural que responde a transformaciones más medulares en el sistema capitalista, que en su etapa actual produce nuevas relaciones sociales a partir del hiperconsumo, la hiperconectividad, el hiperindividualismo, las nuevas formas de acumulación, fragmentación y deslocalización. Con ello se generan nuevos tipos de conflictos sociales frente a los que (re)nacen otras formas de resistencia para las que ya no es central la lucha de clases, como las nuevas corrientes feministas, antirracistas y pro derechos LGBT.
Estos discursos son asimilados por la industria del entretenimiento, la moda, las revistas femeninas, la publicidad y todo tipo de marcas, y si bien es probable que contribuyan a ampliar y mejorar la representación social de grupos históricamente oprimidos, también producen una sensación de que el mundo ya es más igualitario. Es así como se refuerza la sensación de estar acabando con la desigualdad (que es más bien una categoría económica), con solo lograr que toda la diversidad humana tenga un lugar en la cultura mediática, más que una vida y condiciones materiales dignas. Dicho de otro modo, seremos pobres y explotados, pero diversos y orgullosos.
Por otro lado, es indiscutible que el racismo sigue siendo un problema grave en nuestras sociedades, y es probable que esté detrás del rechazo de muchos por una sirenita o un James Bond negro. Sin embargo, asegurar que todas las críticas nacen del racismo es reduccionista y anula la posibilidad de tener mejores discusiones. La gente crea vínculos emocionales con las historias y sus protagonistas, y es comprensible que la ruptura de la familiaridad produzca una disonancia molesta. Curiosamente, se critica muy poco la toxicidad del amor romántico promovido por La Sirenita de Disney, para muestra de cómo nos hemos obsesionado con la forma y dejamos de lado el fondo.
Un verdadero proyecto emancipador no será articulado ni impulsado por ninguna marca o corporación, y acomodarnos en los debates sobre lo simbólico sin hablar de lo estructural, no hace más que atomizarnos y alejarnos de un objetivo común y transversal a todas las opresiones: la lucha de clases. Ya lo decía José Martí: "En política, lo único verdadero es lo que no se ve". En este caso, lo que no se ve es cómo el fetichismo de la identidad es un producto de las nuevas relaciones de producción en un sistema político-económico que no titubea en asimilar las subversiones superfluas para perpetuarse, haciéndonos creer que, al ser más inclusivo, ha cambiado su naturaleza inhumana y depredadora.
COLUMNISTA