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- 17/01/2010 01:00
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Esta pequeña y frágil mujer, cuya suave envoltura oculta un carácter de hierro y que preside hace casi 47 años uno de los periódicos más importantes de Panamá, tan importante que hubo gobiernos que lo codiciaron, confiesa sin tapujos que por un buen tiempo “no tenía la más remota idea de lo que tenía que hacer” como Presidenta de Editora Panamá América, fundada por su padre el ex presidente Harmodio Arias en 1928.
Desde los amplios ventanales del edificio en Punta Paitilla donde vive Doña Rosario, se ve a lo lejos el Casco Viejo, el Causeway y, perdida entre la bruma, Taboga. Es una calurosa y húmeda mañana y “Mami” -como todo el mundo la llama- ha elegido su sala de estudio para conversar, pero las exigencias fotográficas nos trasladan a otro salón más grande por donde penetra una brisa marina que presagia tormenta.
Nacida con todos los privilegios, como afirmaba su propio padre, criada en un Panamá que ya se fue, nadando en un mar de aguas claras, cabalgando en una playa de la que solo queda el recuerdo, Mami Arias siente que tiene una enorme deuda con Panamá y por eso se ha dedicado a ayudar a quien puede, fundamentalmente a estudiar. Sentada en un sofá de mimbre, de espaldas al mar que ama, vestida de blanco y rojo, delicadamente maquillada, con el cabello blanco de tonalidades violáceas cuidadosamente peinado, arregla con coquetería de tanto en tanto los pliegues del saco o acomoda la camiseta que se ha puesto debajo. +3B
SU VIDA CON EPASA
A sus 93 años como presidenta vitalicia, participa todos los días en las reuniones editoriales de El Panamá América y permanece en las oficinas del diario casi toda la mañana, cumpliendo a cabalidad el papel que le fuera impuesto de alguna manera por sus hermanos en enero de 1963, un mes después de la muerte de su padre. Nunca supo por qué la eligieron a ella para ser la cabeza de la empresa. Cree que por la estrecha relación que la unía a su progenitor como única hija mujer y como una acción simbólica por su condición femenina en una época en que las mujeres sólo eran esposas y madres.
“Ustedes hacen demasiadas cosas, nosotras no trabajábamos”, dice reflexionando sobre el papel que desempeña la mujer en la sociedad actual. “Los esposos esperaban que los atendiéramos, había más machismo es cierto, pero también había más tiempo para la convivencia en familia”. Precisamente por eso su inicio como presidenta de la empresa fue difícil, “a los empleados varones si no les gustaba no me lo demostraban, pues sabían que sus puestos corrían peligro. Fuera del periódico la gente me miraba como diciendo 'a ver cuánto dura ésta'”, añade recordando que en general les gustara o no su designación, “era un hecho cumplido”.
MILITARES Y PERIODISMO
Mientras Mami Arias habla, repentinamente de un cielo ennegrecido se desgaja una tormenta que azota las paredes del edificio, mientras ensordecedores truenos truncan sus palabras y nos obligan a trasladarnos al estudio que inicialmente nos había cobijado. A tono con el ahora sombrío panorama, deja de sonreír cuando recuerda la lucha para recuperar la vida democrática que, después del golpe militar de octubre de 1968 que clausuró los medios y confiscó los bienes de la familia Arias, fue la razón de su existencia durante los 21 años en que los destinos de Panamá se manejaron desde los cuarteles.
“Lo más duro”, dice con amargura en la voz, “fue cuando nos quitaron el periódico y pasaron los días y yo me dí cuenta que era cierto y que los militares llegaron para quedarse”. Despojados todos los accionistas de sus derechos sobre Editora Panamá S.A. (EPASA) en 1971 y obligado su vicepresidente Gilberto Arias, hermano de Doña Rosario, a exiliarse casi por diez años, la empresa pasó a llamarse Editora Renovación S.A. (ERSA). Estuvo en manos de allegados al general Omar Torrijos hasta que pocos días después de la invasión estadounidense a Panamá, en diciembre de 1989, la familia Arias en compañía de periodistas y amigos recuperó las abandonadas instalaciones de los periódicos “El Panamá América” y “Crítica” y reanudó su publicación.
Durante los años comprendidos entre 1971 y 1989, tanto Mami como su hermano Gilberto acudieron a todos los foros internacionales, especialmente a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), para denunciar el despojo del cual habían sido víctimas y aunque ella “se sentía perdida” en ese mundo donde “casi no había mujeres y las que había eran periodistas o empresarias que habían crecido con sus periódicos”, siguió participando dos veces al año y “aprendiendo bastante” en esos encuentros.
Pese al miedo con el que su familia tenía que vivir en esa época y a sentir su vida en riesgo por amenazas telefónicas que nunca pudieron comprobar si eran auténticas o parte de una guerra de nervios, Doña Rosario nunca se fue de Panamá. “Por terca”, explica, y por su esposo y sus hijos. “Yo no tenía derecho a dejarlos sin patria”, añade. Hoy, en pleno estado de derecho considera que subsiste una amenaza que consiste “en la falta de educación sobre lo que es vivir en democracia y sobre la responsabilidad de todos los panameños de mantener las libertades”. Para ella esto se debe a una carencia del sistema educativo que si bien “antes también fallaba, aunque no tanto, ahora es peor por que 21 años de gobiernos paternalistas no nos hicieron ningún bien. Del respeto se pasó a la fuerza”, sentencia.
LOS CAMBIOS VIVIDOS
Pero no solo esos cambios lamenta esta mujer que en casi un siglo de vida ha sido partícipe de importantes transformaciones tanto en lo social como en lo tecnológico, dentro y fuera de su patria. Lo que más impacto le ha causado ha sido el adelanto tecnológico. “En mis tiempos era ON y OFF, hoy todo es una complicación. Para mi es un bochorno que mis nietos entienden con mirar y yo no me puedo aprender el idioma”, reconoce riéndose de su “ignorancia”. Acto seguido señala que aprendió a “manejar la computadora, pero la dejé por la mandadera de mensajes. Es una maravilla, es como aprender otro idioma”, afirma y asegura que algún día aprenderá para poder investigar historia, lo que le apasiona.
Otro cambio que a su juicio en nada ha beneficiado a Panamá, ha sido la pérdida de mar para el 99 por ciento de los panameños. “Para mí el mar es poderlo disfrutar”, dice molesta. “Y no sabe la rabia que me dio cuando hicieron el Hotel Miramar. Es la infamia más grande porque le han quitado a los panameños el derecho a disfrutar del mar”. Hace no muchos años, como recuerda Mami Arias, al bajar por la Avenida Federico Boyd hacia el Parque Urraca se podía ver toda la bahía de Panamá. Hoy entre ésta y el espectador se han alzado varios obstáculos. “En todos las ciudades costeras se las arreglaron para ver la bahía, aquí se las arreglaron para que no se vea”, dice con impotencia.
Sentada delante de un retrato suyo hecho por el ecuatoriano Guayasamín, un regalo del pintor “que igual tuve que pagar”, confiesa otra añoranza. “La no sensación de apuro. Ahora vivimos apurados, antes se vivía con más placidez, la gente se visitaba, había tiempo para todo. Ahora el día se pierde en el tráfico”, dice reflejando un sentimiento de todos los panameños.
Entre otros cambios que le incomodan menciona la desaparición de la palabra “ternura” en la literatura en general. “Hoy se juega con un exceso de sexo”, se lamenta. Igualmente critica la excesiva preocupación por el aspecto externo, que compara con la época de su juventud. “Cuando nos íbamos a casar tomábamos clases de cocina, religión, aprendíamos a vivir con un extraño lo mejor posible. Ahora solo importa ser más linda, se hacen cuerpos a la medida de los trajes de novia”, comenta. El incremento de la corrupción y la falta de respeto en la práctica política son también cambios que en su opinión, restan en vez de sumar.
En el plano internacional un cambio altamente positivo para Mami Arias, aunque le parecía “una fantasía muy grande”, ha sido la llegada del primer afroamericano a la presidencia de Estados Unidos. Considera que para los estadounidenses ha sido una gran enseñanza pero dice, no sin un resabio de racismo, que “yo espero que pueda hacer una buena presidencia no sólo por Estados Unidos, sino para que vean que los negros también pueden hacerlo, ¿por qué no? Aunque a continuación comenta que era una tontería que “en un país tan grande como Estados Unidos, que ha llegado donde ha llegado, hubieran todavía sentimientos racistas”.
LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y LATINOAMÉRICA
Doña Rosario, que sufrió en carne propia la mordaza, siente que en Panamá vivimos una auténtica libertad de expresión. “Quizás más que transparencia lo que falta es organización”, señala esta veterana de los medios impresos. En cuanto a Latinoamérica, afirma que desgraciadamente “estamos teniendo muchos problemas. En Venezuela con Chávez no se sabe qué viene el próximo minuto; en Ecuador acaban de aprobar una ley tremenda; Argentina anda dando tumbos y Paraguay con los problemas personales del presidente”. Para ella, aquellos problemas podrían ser el indicio de situaciones antidemocráticas. “Así comenzamos en el pasado, de a poquito”, dice. “No supimos cuándo arrancaron los militares patrocinados por los norteamericanos, en Centroamérica primero, y después en toda Latinoamérica. Es como un péndulo, un ciclo que se repite”, agrega preocupada.
Pese a que considera que el venezolano Hugo Chávez ha influido decisivamente en una izquierdización de Latinoamérica, “porque tiene mucho dinero para regalar” y “acaba de demostrar que le falta un tornillo”, por el momento sólo “ha conseguido el apoyo de Nicaragua, Bolivia y Ecuador”. Y aunque “es bastante amigo del brasilero (Lula), yo tengo fe en que él se le va a cuadrar (enfrentar) porque ha demostrado que tiene mucho sentido común”.
TRIUNFOS Y PROYECTOS
El traspaso del Canal a manos panameñas el 31 de diciembre de 1999, que fue uno de los sueños que tuvo su padre Harmodio Arias, ha sido para Doña Rosario un hecho altamente positivo para Panamá. “Los panameños hemos demostrado que cuando queremos podemos hacer bien las cosas, porque el Canal está funcionando regio”, afirma admirada. “¿Por qué si allí podemos hacerlo bien, no hacemos funcionar igual el gobierno?”, se pregunta incómoda.
Doña Rosario, que a instancias de una amiga publicó “El camino recorrido”, una recopilación de sus recuerdos sobre el Panamá de ayer, “escritos solamente para contarles a mis nietos cómo era Panamá antes de todos estos cambios”, asegura que su responsabilidad diaria con EPASA y sus múltiples compromisos sociales no le dejan tiempo para escribir otro libro. Ha amado tanto su libertad como para no aceptar jamás ningún cargo público y desea que la recuerden como alguien que “quiso mucho a Panamá”.