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- 13/06/2010 02:00
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PANAMÁ. Es una mañana en la que no hace mucho calor, aún a pesar de que no sopla el viento. La quietud de la vegetación que rodea a la alberca es total. Sólo el agua se mueve. Y sobre ella la figura de un nadador que avanza impulsándose principalmente con el movimiento de sus dos brazos.
‘César Barría: Rumbo al Canal de la Mancha, un sueño imposible’: reza un cartel que domina la entrada de la piscina que está ubicada al frente de la Facultad de Salud y Rehabilitación Integral de la Universidad Especializada de las Américas (UDELAS). Pocas veces los ensueños de un individuo devienen en un proyecto colectivo, lo suficientemente temerario como para cautivar la atención de todo un pueblo. Así fue hace dos años cuando el nadador panameño César Barría atravesó el Estrecho de Gibraltar, en una ardua travesía de 18 kilómetros a través de las aguas del Mediterráneo. A pesar de haber perdido parte de su pierna derecha en un accidente de tránsito años atrás, pudo completar el periplo en un tiempo de cuatro horas y 29 minutos, convirtiéndose así en el primer latinoamericano con discapacidad en realizar esta hazaña.
Dos años después, este joven de facciones esbeltas y de cejas perfiladas posa nuevamente sus ojos en la distancia. Hoy en día, su corazón palpita al ritmo de otro desafío, uno que supera con creces al anterior: nadar 34 kilómetros en medio de las inhóspitas aguas que separan las costas del noroeste de Francia de la isla de Gran Bretaña.
‘Nunca he nadado 34 kilómetros. Lo más que he hecho han sido 25 o 30 kilómetros’, confiesa César con la candidez de sus 27 años. A su lado, las muletas que utiliza para caminar reposan contra un pequeño muro que marca el inicio de las graderías donde el joven atleta conversa con Facetas. Tal vez si no necesitara de ellas, si todavía pudiera desplazarse utilizando solamente sus dos piernas, su vida y sus metas serían completamente diferentes. ‘Cuando yo estaba en la universidad, estudiando banca y finanzas, iba a empezar una vida laboral como cualquiera. Después del accidente decidí retomar algunos sueños que estaban dentro de mí’, recuerda el atleta.
CON LA DISTANCIA COMO DESTINO
Determinado a no dejar pasar la segunda oportunidad que le presentaba la vida, optó por retomar la disciplina de la natación, deporte que, al igual que el baloncesto, solía practicar durante su adolescencia. Bajo la tutela de su entrenador Carlos González comenzó a entrenar con el objetivo de convertirse en lo que se conoce como un nadador de ultradistancias.
El camino de César no ha sido fácil. A pesar de haber demostrado su tenacidad cruzando el estrecho que separa Europa de Àfrica y de los múltiples honores que ha recibido desde entonces, como la oportunidad de llevar la antorcha olímpica durante los pasados IX Juegos Centroamericanos (‘A mi no se me apagó la antorcha. Por suerte se le apagó a Durán’, comenta entre risas), este licenciado en finanzas nunca ha bajado la guardia, manteniendo siempre la mira en la próxima meta.
El pasado mes de noviembre comenzó los entrenamientos especializados para la prueba que intentará superar durante una ventana de tiempo que se abrirá el próximo 16 de julio y se cerrará el 25 del mismo mes, buscando siempre las condiciones climáticas que faciliten y, por consiguiente, acorten el difícil trayecto.
Actualmente, entrena de martes a sábado, en doble tanda de mañana y tarde. Los domingos, dependiendo de qué tan fatigado se encuentre luego del trabajo de la semana, puede nadar en mar abierto entre 20 y 25 kilómetros, en las proximidades de Isla Grande, en la provincia de Colón, tierra que lo vio nacer. ‘Las hazañas deportivas son grandes precisamente por el sacrificio que implican. Cuando me levanto con pereza traigo a mi mente recuerdos del estrecho de Gibraltar, la felicidad que sentía cuando me iba acercando al final de mi travesía’, afirma el nadador.
A pesar de que en tierra se considera un líder que es capaz de inspirar a los demás a través de charlas motivacionales, es en mar abierto donde el destino de César como cazador de distancias se cumple y su extraordinario ejemplo de superación golpea conciencias con el mismo estruendo y convicción de las olas en alta mar. Su historia nos recuerda que debemos esperar con paciencia el momento en la corrientes aminoren para apretar el paso y continuar con el rumbo propuesto. Sólo así ceden las lejanías. Sólo así se accede a lo imposible.