Ciclistas, atletas, patinadores y paseantes de la capital colombiana tienen una cita infaltable desde hace 50 años: la ciclovía de los domingos y festivos,...
- 01/05/2016 02:00
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He decidido algo y ya no hay cómo echarle vuelta pa' tras: en tres años más voy a sacar los restos de mi madre del cementerio, voy a cremarlos, pondré sus cenizas dentro de un bonito recipiente y me las llevaré conmigo a donde vaya. Tengo que esperar tres años necesariamente, me ha dicho el sepulturero, para que el tiempo haga lo suyo y se sea más fácil todo.
En fin, ¿por qué digo todo esto ahora? Pues porque ya está decidido, pues, que voy a abandonar estas tierras para siempre. Alquilaré la casa. El dinero del alquiler irá para mis hijos. No puedo seguir aquí. Ellos tampoco, mis hijos. Pero ellos decidirán qué hacer con su vida ya más adelante. ¿Por qué me voy? ¡Porque no se puede vivir sin agua! Así de simple. Ni siquiera me dan ganas de arreglar la casa para tenerla bonita y hacer residencias artísticas, recibir poetas, músicos y pintores de todo el mundo, como alguna vez pensé hacerlo.
No echaré de menos mi pueblo. Lo que yo echo de menos ya no existe. Echo de menos un tiempo, no un espacio. Y ese tiempo ya murió completamente. Mi madre se fue con él. No venderé la casa. Pero sí debo irme. Aquí no hay nada. Nunca hubo. Pero había agua, por lo menos. Esto no mejorará en lo que me queda de vida. Panamá ciudad seguirá creciendo y el campo seguirá en el abandono. Así será por muchas generaciones más. Van a construir un estadio de beisbol de 11 millones en el pueblo. El pueblo está contento. El béisbol es importante. (La muerte acecha y estamos solos. Con algo hay que llenar los vacíos. Pan y circo. Arroz y deporte).
En los últimos años he estado en otros países: Costa Rica, Uruguay, México, Chile. Me di cuenta de que puedo desarrollar nostalgia por otros lugares. Puedo hacerlos míos. Yo lo que tenía aquí ya lo perdí desde que mi madre murió. Lo profundo murió. Cantinas y costas y calles a las que apegarme y transformar en nostalgia y poemas, hay en todo el mundo. Y, afortunadamente, no padezco de la enfermedad del nacionalismo, que enceguece y atrofia la capacidad mental.
Hablo español, hablo inglés, tengo mi guitarras y mis canciones y mis libros. No necesito más nada. Pa' donde haya que asentar los libros, para allá irán. Los mando a buscar y listo. Y mis hijos se vendrán conmigo, si ellos quieren, porque, repito, ellos deben hacer su vida por sí solos.
Hace una semana me compré un montón de libros. Me hacía ilusión acomodarlos con amor en la sala (bastante burguesita la escena, todo hay que decirlo). Pero sin agua, no hay sensación de hogar que valga. Repito: no estoy apegado a esta tierra. Si algo soy es bolivariano, es decir latinoamericano. Aunque, la verdad, tampoco. Tal vez algo de gitano tengo en mí. Escribo esto sin drama. La falta de agua, en definitiva, me ha hecho abrir los ojos. El camino es largo y ancho. El mundo espera.
POETA Y MÚSICO