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- 04/01/2020 00:00
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La filosofía no se ocupa exclusivamente de problemas metafísicos, como se suele pensar, y como ejemplo está el filósofo danés Soren Kierkegaard, quien escribió extensivamente sobre el matrimonio y en diversos tratados encontró razones a favor de casarse, aunque igualmente brindó elementos de peso para evadir la vida conyugal; si bien parece haber una contradicción insuperable entre estas dos posiciones, la síntesis puede encontrar su potencial solución en la 'Lucinde' del crítico literario y miembro del romanticismo temprano, Friedrich Schlegel.
No es poca cosa que el tema del matrimonio aún despierte pasiones, no obstante, es necesario despegarnos del superficial tratamiento que acompaña a esta temática y para ello la reflexión kierkegaardiana resultará de gran utilidad. Ahora, ¿cuáles son las razones que nos ofrece el filósofo danés a favor del matrimonio?
La primera razón a favor del matrimonio consiste en que este evita que “el género humano pueda desaparecer”. Este argumento establece —básicamente— que el matrimonio es la institución que posibilita que la especie humana se propague y no desaparezca de la faz de la Tierra. Se trataría en este sentido de una obligación ética que empuja a la mujer y al hombre —pues Kierkegaard es un convencido cristiano— a engendrar hijos. Sin embargo, el filósofo danés nos indica que este no debería ser el único motivo para casarse, por ende este proceder debe fortalecerse o apoyarse en dos argumentos más a favor del matrimonio.
Así pues, la segunda razón que impulsa a un individuo a casarse radica en que este quiere evadir la soledad, en el sentido de que “nuestros hijos y nietos nos cerrarán los ojos y nos llorarán”. Se trata por ello de una necesidad natural entre los seres humanos, que buscan en el hogar y en las alegrías que este provee la seguridad de que contarán con una compañía que les brindará su cariño y amor hasta la vejez. Sin embargo, querer evitar la soledad no puede ser el único argumento que empleemos para casarnos; puesto que para Kierkegaard el matrimonio implica un compromiso cuyo fin es hacer “madurar el alma”. De este modo, aparece el tercer argumento a favor del matrimonio, el cual se convierte en un espacio que apacigua la ansiedad carnal del soltero y regula la vida anímica de los individuos implicados en este compromiso.
Pese a que estos argumentos parecen suficientemente sólidos para lanzarnos a la vida conyugal, Kierkegaard ofrece razones en contra de dicha institución y estos son todos bastante convincentes. “Los esposos se prometen entre sí un amor eterno. Esto es demasiado fácil y no significa gran cosa, ya que si se logra cumplir tales promesas en el tiempo, no habría mayor dificultad en cumplirlas en la eternidad. De ahí que lo mejor sería que las partes interesadas, en vez de prometerse un amor para toda la eternidad, dijesen: hasta Pascuas o hasta la primavera próxima”, dice Kierkegaard. ¿Qué nos intenta decir aquí? El filósofo danés intenta desincentivar el matrimonio en tanto que es imposible cumplir en esta vida la promesa de amor eterno que se hace frente al altar. Una metáfora adecuada para exponer este punto consistiría en ver el proceso como el ascenso por una escalera, según este esquema al adelantarse tanto en el tiempo (por prometerse amor eterno), la pareja no se ha ni siquiera tomado el tiempo de transitar por los primeros peldaños, y esta actitud puede devenir en fracaso. Es mejor pues, recomendaría Kierkegaard, ser más prudente y reducir la escala de la promesa, por ejemplo: hasta los carnavales o alguna fecha significativa; sólo si se pasa esa prueba de fuego, se puede avanzar.
Para el filósofo danés la vida conyugal es también una privación de la libertad de la que gozaba el soltero o la soltera antes de contraer matrimonio. Una libertad que se ve condicionada aún más cuando hay hijos. En conclusión, casarse consistiría en desprenderse de nuestra propia libertad e independencia, o más bien, sacrificar ambas para cumplir con una ineludible responsabilidad. Y añadido a esta razón, Kierkegaard manifiesta su oposición al matrimonio en tanto que este trae derrotas a los casados que tienen que ser ocultados con una máscara de falsa felicidad. “Se ponen de acuerdo en mentir, afirmando que el matrimonio es la verdadera felicidad, ¡y que ellos son particularmente felices!”, dice el filósofo danés. Se trata por ello de una propensión o tendencia del ser humano a fingir u ocultar las tribulaciones que genera la vida conyugal.
Un último argumento contra el matrimonio sólo aplicaría a los individuos de naturaleza melancólica. El propio Kierkegaard que tuvo la oportunidad de contraer matrimonio con Regina Olsen, rechazó esta posibilidad dada su naturaleza melancólica. Y dice al respecto, “hay en mí (…) algo incorpóreo, algo que hace que nadie pueda enfrentarse contigo cuando de compartir la vida cotidiana se trata, y entablar de este modo una relación real”.
Ante este despliegue de argumentos Kierkegaard parece dejarnos en un territorio desolado en el cual no parece haber síntesis posible para estas dos posiciones extremas. Por ejemplo, ¿por qué debemos sacrificar nuestra libertad e independencia en pos de una tarea como la propagación de la especie? Pues podríamos argumentar que dicha propagación es la principal razón detrás del desajuste medioambiental que afecta al planeta, nuestra propagación ha arrasado con bosques, praderas, ríos, etc. Así pues, ¿no sería más noble y altruista no seguir contribuyendo a la extensión de lo que bien podría ser calificado de un cáncer que amenaza la vida sobre la Tierra? Sin embargo, este sacrificio que realizan los que contraen matrimonio también ha permitido que de sus frutos surjan contribuciones —en todos los campos del saber humano— que hacen de nuestro entorno —parafraseando a F. Schlegel— si no el mejor, al menos el más bello de los mundos posibles.
Y de hecho, la 'Lucinde' de F. Schlegel bien podría brindarnos una solución a este enigma. Se trata de una novela experimental que, según recuerda Paul de Man, hizo enfurecer a Kierkegaard por las obscenidades que él creyó observar en dicha obra. La polémica recepción que provocó esta novela encuentra su principal causa en que la misma no disimula su entusiasmo por el elogio de la sensibilidad corpórea; es decir, parece herir hábitos y costumbres estimadas como las correctas en las relaciones humanas, lo cual sería un golpe a la institución del matrimonio.
Las interpretaciones contemporáneas de 'Lucinde' indican que esta obra no sólo promueve la emancipación femenina, que para entonces eran concebidas sólo como esposas o madres, relegadas a las tareas domésticas, a la crianza y al ejercicio de una vida religiosa inhibidora de la sexualidad; además, también concibe a la femineidad como “un modo de ser humano que posee su propia estructura y que se explica a partir de sí misma”. En concreto, F. Schlegel parece querer romper con los calificativos que usualmente se atribuyen a lo masculino y a lo femenino; con cierta ironía pide un cambio de papeles, con lo cual el joven enamorado de su amada “ya no ama solamente como un varón, sino también al mismo tiempo como una mujer”.
Por su puesto que F. Schlegel no aboga por el transexualismo, esta sería una lectura superficial y torpe, aparte de que es históricamente imposible para un muerto apropiarse de un problema social del siglo XXI. Lo que apunta este autor tendría como objeto suavizar o incluso anular precisamente aquellos elementos que hacen del matrimonio algo excesivamente rígido, difícil y cuadrado. Las razones que Kierkegaard ofrece a favor del mismo terminan por minar esta institución, dado que difícilmente una pareja de casados haría uso de estos argumentos para defender su decisión. Y sus razones en contra de la vida conyugal son sólo el resultado de los problemas y dificultades que acarrea tan magnas obligaciones. Después de todo, nadie se casa pensando en que debe cumplir su obligación de propagar la especie, las razones de ello implican múltiples factores.
¿Qué hace F. Schlegel? Sencillamente libera al amor de las cadenas que observamos en los argumentos de Kierkegaard; y hace algo más, materializa al amor, pues no lo ve solo como una unión espiritual de dos individuos (algo demasiado abstracto y místico para el gusto del siglo XXI), y es que Schlegel reconoce también la importancia y necesidad del goce sexual. Schlegel incluso llegó a abogar el poli-amor, es decir, que el hombre y la mujer tengan su querida(o), o como lo diría Maluma, “felices los cuatro, te agrandamos el cuarto”.
Si la institución del matrimonio existe es solo gracias a un potente exorcismo de naturaleza conservadora que aún -según estadísticas del Pew Research- tiene bastante fuerza en la sociedad panameña, pero con el tránsito hacia las nuevas generaciones, el futuro de esta institución es oscuro. Los sonidos del trap, reggaeton y la plena nos brindan evidencia sobre las nuevas relaciones que se están gestando entre los más jóvenes: son pasajeras, fugaces, efímeras. Pero no se les debe culpar tampoco, puesto que los sistemas rígidos del matrimonio tal cual se estipulaba hace décadas atrás hoy es un dinosaurio extinto. Por ende, la tarea es sencilla, la institución matrimonial necesita ser revitalizada, pero debemos preguntarnos si para ello queremos las cadenas de Kierkegaard —quizás reforzadas— o si nos arriesgamos por el camino que F. Schlegel trazó. O como diría Aristóteles, más bien requerimos de un término medio.