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- 08/04/2021 00:00
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Arte y religión han tenido incontables conexiones a través del tiempo y desde el origen y la concepción de ambos términos. Si pensamos que el arte surge como manifestación del espíritu del hombre, conectado a su esencia misma, y la religión se vincula a la manera en la que nos relacionamos con lo divino, podemos establecer un hilo conductor entre ambos desde su génesis.
La religión ha jugado un papel fundamental en el desarrollo y la evolución de la historia y, por ende, de la representación artística. Si nos referimos específicamente al arte católico podremos observar cómo se desarrolla la plasmación estética principalmente a partir del siglo IV, fecha en la que cae el Imperio romano de occidente.
Es preciso recordar que hasta el año 313, con el Edicto de Milán, el cristianismo era una religión prohibida y perseguida por el Imperio romano. No va a ser sino hasta la muerte de Juliano el Apóstata, en el 363, cuando Teodosio declara el cristianismo como la religión oficial del imperio en el año 380 de nuestra era.
Las primeras imágenes que se conservan del cristianismo son pinturas al fresco. Se remontan al año 70 a.C. iniciando lo que conocemos como arte paleocristiano. Se extenderá durante los primeros cinco siglos después de Cristo. Este arte, de influjo predominantemente romano, mantiene vivas las enseñanzas de Jesús y sirve de referente para aproximarnos a sus modos de vida, fisonomías y sucesos históricos, ya que muestran una coincidencia entre la forma expresada y el contenido que simboliza la obra.
Este primer arte cristiano sirve de puente entre la Antigüedad y la Edad Media, estableciendo nuevos modelos representativos o adaptando los ya existentes al conferirles una significación cristiana. Va a lograr sus máximas expresiones en Siria y Egipto, lugares donde los cristianos tuvieron mejores condiciones para celebrar sus prácticas litúrgicas.
El arte paleocristiano crea modelos y patrones artísticos que serán replicados durante la Edad Media y que incluso sobrevivirán en el Renacimiento y durante toda la Edad Moderna.
Se podría decir que estilísticamente es un arte simple, desprovisto de perspectiva y profundidad y pensado para ser visto de frente.
Debido a que no se utiliza la perspectiva, la representación es jerárquica y suele ser bastante austero en el empleo del color.
Un elemento clave que va a darle un giro a la concepción y representación religiosa es el hecho de que el culto se vuelve monoteísta y no acepta el culto al emperador, desvinculando de este modo el poder temporal del religioso.
La mayoría de estas primeras pinturas se realiza en catacumbas, que eran los lugares de culto y sepultura de los cristianos. Estaban ubicadas, normalmente, en lugares subterráneos y de difícil acceso porque eran perseguidos y castigados por sus prácticas religiosas. Encontramos catacumbas en Roma, pero también en Alejandría, Asia y Nápoles.
En el caso de Alejandría, vale la pena mencionar que esta ciudad, fundada por Alejandro Magno en el 331 a.C., fue la capital cultural del mundo antiguo y la segunda ciudad más importante durante el Imperio romano, después de Roma. Ahí convivieron romanos, hebreos y cristianos, contando con una escuela de catecúmenos, considerada por algunos la base de la filosofía cristiana.
Si observamos ambas imágenes podremos ver cómo la civilización griega ejerció una gran influencia en el cristianismo. Esto se debe no solamente a su concepción de universalidad, que después pasará al mundo romano, sino también al uso del griego como idioma en el primer mundo cristiano.
Es la misma representación, pero con un significado diferente, adaptándolo a las enseñanzas religiosas. Pasa de ser un joven atleta que entrena cargando un carnero a la imagen del buen pastor, cristianizando de este modo aquella iconografía que se consideraba pagana.
En el caso de Hércules, por ejemplo, nos encontramos ante otra imagen tomada de la mitología griega que ha sido modificada en su significado y adaptada a las enseñanzas cristianas.
Hércules, héroe pagano que representa la fuerza tanto física como del espíritu va a simbolizar a Cristo como liberador y salvador de su pueblo.
También se incorporan algunas imágenes que eran de origen pagano, pero que pasan a representar los contenidos dogmáticos de la fe cristiana, como por ejemplo, la paloma alusiva al bautismo. Cuando se le añade la rama de olivo en el pico simboliza el alma en la paz divina. El pavo real alude a la inmortalidad, y el cordero, símbolo de pureza e inocencia. También se añaden otros íconos como el ancla que simboliza el alma que ha alcanzado la salvación o el Crismón con las letras griegas Alfa y Omega aludiendo a que Cristo es principio y fin de todas las cosas.
El aporte más significativo del mundo paleocristiano a la arquitectura religiosa fue la basílica. Se toma el modelo romano en cuanto a estructura arquitectónica, pero también se altera su función y significado, convirtiéndola en un lugar de culto y oración.
El modelo de basílica paleocristiana se pasa a la Edad Media y sobrevive hasta nuestros días con algunas variantes. Presenta algunos elementos constantes como, por ejemplo, que se trata de estructuras longitudinales con tres o cinco naves organizadas de manera jerárquica y que convergen en torno al altar.
Suelen tener un transepto o crucero para emular la cruz de Cristo que sirve de base para el desarrollo horizontal del templo. Por la parte superior entra la luz, cuya simbología apunta hacia la divinidad; “yo soy la luz del mundo”, por lo que la luz es expresión o símbolo de la revelación de Dios a los hombres.