Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 11/08/2019 02:00
- 11/08/2019 02:00
A 5 días del incidente, quizás ya todos estemos hartos del tema, pero ignorar la realidad no la hará desaparecer. Lo ocurrido con la bandera panameña-arcoíris el martes pasado, en la protesta que terminó con un detenido y unas 48 horas de acalorado debate en las redes, aún tiene tela que cortar.
De sobra se ha señalado el contraste entre la gran indignación suscitada por la bandera alterada, frente a la molestia tan tibia que provocan los actos de corrupción de quienes nos gobiernan. También se ha dicho de sobra que ‘es posible indignarse por ambas cosas a la vez', al igual que han abundado los análisis legalistas acompañados de ovaciones a la policía por su ‘excelente labor'.
Sin embargo, más que el propio acto o incidente, conviene mirar con detenimiento el debate posterior, teniendo en cuenta que la cultura (entendida en este contexto como valores, costumbres y prácticas significantes) comprende formaciones ideológicas y relaciones de poder que, en su forma discursiva, están presentes incluso en algo de apariencia tan intrascendente como una discusión en redes.
Bajo esta perspectiva, y en primera instancia, salta a la vista la homofobia característica de un pueblo arrolladoramente conservador, teniendo en cuenta que otras decenas de alteraciones a la bandera (las maracas de Rubén Blades, las medias de Álvaro Alvarado, los bikinis de modelos despampanantes y los finos bolsos de Carolina Herrera) nunca han causado tanto revuelo como haberle puesto los colores del arcoíris.
Quizás menos evidente es que hay rasgos ideológicos en común entre ambos bandos que protagonizaron la disputa, y son rasgos propios de un conservadurismo nacionalista. Más en específico, el sentimentalismo patriotero era de esperarse de quienes se ven representados en la controversial diputada que lleva semanas en boca de todos, pero a la vez quedó en evidencia que una buena parte de las capas medias panameñas es menos progresista o anti statu quo de lo que les gusta creer. Resulta que, al primer malentendido que las ubica como transgresoras, se desmarcan de los señalamientos invocando a las leyes, reiterando su respeto por los símbolos patrios y deshaciéndose en elogios para el aparato represivo del Estado.
Menos evidente aun, pero muy presente en la discusión, es la atribución de características humanas o sobrenaturales a objetos materiales y a construcciones sociales; en este caso, la bandera panameña y las leyes, respectivamente. Esta práctica, llamada fetichismo, es típicamente abordada por la antropología en el estudio de las religiones que idolatran estatuas, árboles y objetos como si fuesen entes mágicos. El concepto también figura en el trabajo de autores como Freud, cuando se ocupó de explorar la transferencia del deseo sexual a objetos o partes del cuerpo humano, o en la obra de Karl Marx, que concibe el fetichismo como el fenómeno social en el que la mercancía adquiere una suerte de vida propia que la dota de facultades sobre las personas.
En el caso que nos atañe, el apego desmedido por la bandera, o la paráfrasis enfermiza de las leyes, se corresponde con la observación que hiciera Ernst Cassirer, filósofo prusiano, en cuanto a que los seres humanos somos animales simbólicos. Cassirer se refería a que nuestro principal rasgo distintivo es la capacidad de atribuir sentido o significado a nuestro entorno y experiencias, lo que nos lleva a crear religiones y sistemas filosóficos, pero también es la fuente de la mayoría de las complejidades al momento de relacionarnos. Estas complejidades incluyen las ideas en torno a la identidad ligada a una nacionalidad, y es tan fuerte el poder de lo simbólico, que somos capaces de crear leyes para reprimir y castigar a cualquiera que irrespete un símbolo considerado sagrado en determinada sociedad.
Esta capacidad de simbolizar es también la herramienta política preferida de regímenes autoritarios como el fascismo, y si bien en Panamá no ha despertado con la misma fuerza que en otros países, el debate de esta semana sacó a pasear no solo la homofobia, el autoritarismo y el nacionalismo de muchos, sino además la xenofobia, que apareció cuando se puso en duda la nacionalidad del hombre que portaba la bandera alterada, o el racismo expresado contra un joven kuna que dio su opinión sobre lo ocurrido. Si además añadimos el fanatismo religioso, que no es escaso en Panamá, tenemos el caldo de cultivo perfecto para el fascismo.
COLUMNISTA