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'El Panamá que construímos'
- 04/12/2022 00:00
- 04/12/2022 00:00
En agosto pasado salió publicado el esperado libro del expresidente panameño, Ernesto Pérez Balladares (1994-1999), que es un invaluable testimonio no solo de su gestión como
gobernante, sino de su carrera profesional, su vida personal y su extraordinario manejo como reconstructor del partido que formó el General Omar Torrijos.
A pesar de ser un tocho 838 páginas, y de que en casi todas hay un código QR para consulta de los documentos que sustentan sus aseveraciones, el libro se lee como una historia pues el Toro, como se le llama, habla con el interlocutor de una manera muy sincera y también, muy coloquial, son sus panameñismos y sus referencias.
Empieza el libro con el trágico accidente en que falleció Torrijos, en julio de 1981 y la angustia que vivieron sus más cercanos colaboradores al no saber dónde se había metido “el Viejo”, como le decían. Dio la casualidad de que ese día, Torrijos iba a ir a Caracas con Pérez
Balladares, en ese entonces era Ministro de Planificación y Política Económica, y a última hora, en su inmensa capacidad de improvisación, decidió tomar otro rumbo. Su testimonio de dolor por la trágica muerte de Omar, su mentor, a quien conoció gracias a su amigo de infancia, Rory González, es un homenaje a quien trazó la línea de la recuperación del Canal.
De allí va hilvanando, de manera magistral, al conflicto nicaragüense que terminó con la remoción de Anastasio Somoza por presiones de los Estados Unidos. Y una vez en ese escenario centroamericano, empieza a relatar la fascinante historia de su familia paterna, que llegó a recalar en ese país centroamericano. Sus antepasados, la decisión de su padre de quedarse “por amor” en la provincia de Chiriquí y los ingentes esfuerzos que hicieron sus progenitores para concebir hijos, llegando a ir a clínicas en Francia, Alemania y España, que le eran esquivos son ampliamente descritos. Cuando conoció a Dorita, su fiel y bella esposa, que ha sido pilar fundamental en todos los logros que el Toro ha alcanzado durante su vida, (y que son muchos), no escatima en elogios a su fortaleza, su carácter inquebrantable y su clara visión de lo que debía hacer, tanto para su familia, como para los panameños.
Su abuelo materno, oriundo de Cuba, de ascendencia española, fue atraído por la construcción del Canal de Panamá y fue a dar a Chiriquí también “por amor”. El Toro se toma el tiempo para narrar este importante capítulo de nuestra historia patria con aderezos muy de él que tornan la lectura de lo que todos los panameños debemos saber, en un deleite.
Es cajonera la frase que dice que, para Bogotá, en los tiempos en que pertenecíamos a Colombia, y sede del gobierno conservador, Panamá no era otra cosa que una ciénaga indeseable en los confines de ese país.
No escapa a su estupendo relato las relaciones que empezaron a trompicones entre Panamá y Estados Unidos, por la finalización de las obras del Canal y el tratado que ningún panameño firmó. De igual manera, aunque no lo vivió, lo que experimentó el mundo durante la II Guerra Mundial y la Guerra Civil Española. Su vastísimo conocimiento de la historia del mundo le permite hablar de las negociaciones entre las grandes potencias y las decisiones que finalmente someterían a muchos países a los designios de los poderosos.
Arnulfo Arias es retratado con gran veracidad, con sus
luces y sombras, en sus tres intentos por gobernar a Panamá, que no pasaron de meros ejercicios de fuerza para llegar al poder, que se convertían en pesadillas para los panameños en la medida de que el Führer panameño empezaba a gobernar.
Algunos pecados, desconocidos por lo menos para mí, son revelados con pruebas indiscutibles en este importante testimonio. Más que un libro de memorias, es un invaluable texto de historia patria que deberían leer todos los profesores de esta materia para que la sepan impartir correctamente.
La manera en que está redactado no permite que el lector se aburra, porque intercala sus experiencias personales, las de sus padres, con el contexto de los acontecimientos mundiales. Su infancia, su mudanza a Boquete porque en David sudaba mucho (su padre decía que Ernesto había nacido con el termostato dañado) y la leyenda, que yo creía urbana, de que el padre lo regañó a él y sus amigos por el desorden que habían hecho y que cuando regresó, al término del tiempo que les había dado para poner orden, se encontró de que el Toro les indicaba lo que debían hacer porque él había nacido para mandar.
Sus primos, con los que ha mantenido una gran unidad
familiar, fueron muy importantes en su infancia. Nicolás González Revilla y él hicieron sus primeros pininos cobrando cuentas de una empresa familiar generadora de energía y fue a Arnulfo Arias a quien precisamente le cobraron una suma que debía de su finca cafetera. Después tuvieron un encuentro desafortunado con él al intentar pedirle orientación en involucrarse en el movimiento estudiantil.
Graduado a los 16 años de bachiller, y gracias a las recomendaciones de Monseñor Marcos Gregorio McGrath, lo
enviaron a estudiar en la Universidad de Notre Dame, en Indiana, Estados Unidos. En unas vacaciones que fue a Panamá, conoció a Dorita (tenía 18 años). Desde ese momento se enamoraron, el Toro regresó a sus estudios y, una vez obtenido su título, con veintiún años, se casaron. A él le habían ofrecido una beca en economía en la misma universidad (se había licenciado en Finanzas) así que se marcharon y tuvieron su primera hija durante mientras sacaba adelante su maestría, y en esos años también ejerció de profesor. De allí, por su excelente desempeño, su profesor lo recomendó para que siguiera una segunda especialización en el Wharton School of Finance and Commerce, de la Universidad de Pennsylvania.
Su carrera, una vez terminados los estudios, repuntó en el área bancaria y ascendió como la espuma en el Citibank.
En la medida de que narra su historia personal, va intercalando hechos que fueron decisivos en el establecimiento del mejor gobierno post invasión que ha tenido Panamá. Su relato de las decisiones que tuvo que tomar, por el simple hecho de que el gobierno de Guillermo Endara no tuvo el valor de hacerlo, son amplias e importantes para entender que el país que construyó durante los cinco años de su mandato lo puso en la posición en que está hoy, aunque sus sucesores no hayan seguido ese empuje.
Muchos detalles de historia patria, como el encarcelamiento de Margot Fonteyn, la demolición de la Cárcel Modelo, el golpe militar y las elecciones de 1968, el comportamiento caprichoso y cruel de Arnulfo durante los 11 días de su mandato, la personalidad de Boris Martínez, y mil y un detalles están narrados aquí con una ligereza que parece que te están contando un cuento. Ernesto Pérez Balladares fue no solamente testigo sino un actor importante de las negociaciones que devolvieron a Panamá el control del Canal de Panamá. La animadversión de Rubén Darío Paredes, ciego de ambición por ser el sucesor de Torrijos, y la entrada en escena pública de Manuel Antonio Noriega está contada con pelos y señales. Gracias a este señor, la familia Pérez Balladares tuvo que autoexiliarse en tres ocasiones.
En su compromiso con los lectores, Ernesto Pérez Balladares dedica un amplio segmento a las víctimas del régimen militar, porque es lo justo y correcto que se merecen sus familiares y, según sus palabras, porque el aprendizaje de una sociedad pasa por evaluar lo bueno, lo malo y lo más horroroso de los procesos vividos. El surgir de la Asamblea de Representantes, y el resultado con el que hoy todavía vivimos, la constitución de 1972. Y, sobre todo la visión de Omar en desbaratar esa quinta frontera que tenía Panamá. La visión que este líder indiscutible tenía de invertir en infraestructuras que le aseguraran al pueblo servicios vitales como agua potable, electricidad, y acceso a la educación, desde los más pobres hasta desarrollar un programa integral de salud.
Pérez Balladares no deja al garete un relato pormenorizado y ameno sobre lo que significó la tremenda empresa de recuperación del Canal, desde los más simples detalles, como las envidias e incordios que suscitaba, a veces, su presencia en la Comisión de Legislación. El peregrinaje emprendido para lograr apoyo internacional por la causa panameña, que los llevó a países remotos —no sin algunos percances—, su ascenso a Ministro de Hacienda y el choque que eso causó en su parentesco con quien era entonces el canciller, su primo hermano Nicolás González Revilla, y la solución salomónica que Torrijos encontró a este conflicto de intereses. El relato va y viene y se adentra en la campaña de 1989, que significó el principio del fin de Noriega, al anular las elecciones y las amenazas que recibió, dirigidas concretamente a su familia, que lo forzaron a exilarse. De allí es que emprende, una vez pasada la invasión, durante la cual fue encarcelado por unas horas (por los gringos) la titánica labor de reconstruir el PRD o lo que quedó de él, la clandestinidad con que tenía que moverse en los pueblos para reunirse con las bases y los sacrificios que esto representó para su familia.
No deja de sorprender los prolegómenos de la disyuntiva que se presentaba si los tratados no eran ratificados por el Senado estadounidense, para lo cual Torrijos conformó una pequeña y secreta fuerza de tarea, en la que figuraba Daniel Delgado Diamante (fallecido hace un año), y que consistía en que, si no había Canal para Panamá, entonces no habría para nadie. Un planteamiento sumamente bien estructurado pero que de haberse hecho realidad hubiera significado un descrédito para el país y una victoria para los Estados Unidos.
Torrijos se nos revela en carne propia como era, con sus innumerables contradicciones básicas, pero también con su inmensa humanidad. Su muerte, el sentimiento de la población el día de su entierro y las múltiples manifestaciones que recibió de propios y ajenos, están reflejados en las páginas de este libro.
En 1994 Ernesto Pérez Balladares compitió en unas
elecciones donde hubo siete candidatos y ganó con el 33% de los votos. Apenas cuatro años y un poco más de la cruenta invasión de los Estados Unidos, que envió a 26 mil soldados para capturar a un solo individuo: Manuel Antonio Noriega, y dejaron muerte, destrucción y pobreza donde pisaron, sin lograr su objetivo.
Empezó así una década donde el país experimentó la más grande e impresionante transformación ya que el gobierno militar que sucedió a Torrijos, por su falta de visión y también por su codicia, nos había dejado atrás en todo sentido, y el gobierno de Endara, bonachón pero mezquino, plegado al mandato de los gringos y en sus peleas internas con sus aliados, no quiso asumir riesgos. Siempre he sostenido que el gobierno de EPB fue mucho mejor porque el de Endara fue muy malo. Las figuras de las privatizaciones, quedándose el Estado con una parte importante (asociaciones público privadas) han sido la garantía de que el país haya tenido solvencia desde hace 25 años. Su visión de integrar a su equipo de gobierno a figuras independientes políticamente, como Guillermo Chapman, o su gallardía de visitar a Ricardo Arias Calderón al día siguiente de su triunfo electoral son ejemplos de la altura con que el presidente Pérez Balladares emprendió la construcción de un Panamá que hasta entonces no teníamos. A su relato no escapa ni el más mínimo hecho histórico que haya ensombrecido o destellado su vida pública como servidor, incluso los errores en que incurrió y que son muy bien explicados. Las demandas de los gringos por hacerse con los puertos, por mantener su presencia en una base disfrazada y por el control de las telecomunicaciones, todo está reflejado en El Panamá que construimos, al igual que el conflictivo papel que jugó Ricardo Martinelli en su gobierno y las intenciones que tenía para el Seguro Social.
El capítulo final, titulado “La belleza de la inocencia” es de un encanto y candidez indescriptibles, donde trata de justificar el esfuerzo editorial de publicar el libro que hoy, con algo de recelo, reseño, tratando de ser lo más imparcial —si es que se puede— habiendo puesto un granito de arena en ese país que construyó. En sus discursos electorales recuerdo que el Toro hablaba de civismo y vuelvo a tropezarme con ese sustento en la penúltima página, reclamando que ese civismo es la base de la inteligencia electoral y de la comprensión de lo que significa que en las democracias mandan las mayorías. Y para finalizar, remata con su certeza de que Panamá es el mejor país del mundo, con todo lo necesario para que los panameños accedan a infinitas y maravillosas oportunidades y que, a pesar de todas las dificultades y brechas sociales, la paz ha prevalecido, convirtiéndonos en un buen ejemplo en esta región tan convulsionada. Y la certeza de que lo que nos ha hecho falta es una mayor consciencia sobre nuestras raíces y nuestra historia, de manera que no sigamos tropezando con la misma piedra.
El Panamá que construimos fue precedido por una publicación al final de su mandato titulado El país que estamos construyendo, que recogía sus notas y discursos durante su mandato. Se dice que uno debe escribir sus memorias por lo menos 25 años después de haber culminado lo que haya sido su mayor logro en la vida. Pero lo que Ernesto Pérez Balladares nos ha dado con este libro no es solo un relato de sus antepasados, su vida y su trayectoria sino un tratado de historia y política que trasciende su gestión, con los mecanismos modernos de los códigos QR que permiten sustentar lo que generosamente nos presenta como una rendición de cuentas.
Así como cuando recién empezaba a funcionar el Corredor Sur, que permitió llegar al aeropuerto en poco tiempo y decíamos “Gracias Toro”, así debemos sentirnos con esta publicación, que está blindada por todos lados y es una enciclopedia del Panamá del siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI.