La Ciudad de Saber conmemoró su vigésimo quinto aniversario de fundación con una siembra de banderas en el área de Clayton.
- 05/08/2018 02:02
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El 6 y 9 de agosto de 1945 Estados Unidos lanzó dos bombas atómicas en las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki respectivamente. Ambas comunidades fueron conejillos de indias para probar las recién creadas armas de destrucción masiva apodadas little boy —de fisión de uranio-235 tipo pistola— y fat man —de implosión de plutonio—.
Este año se conmemora el setenta y tres aniversario del genocidio perpetrado contra civiles japoneses. Los pobladores de ambos lugares sufrieron en carne propia la destrucción y devastación. La mayoría de las edificaciones estaban construidas con madera que no resistió el impacto de la explosión y los subsiguientes incendios terminaron de destruir las pocas viviendas que quedaron en pie.
En occidente estamos acostumbrados a la descripción de la explosión con el nombre de ‘nube con forma de hongo', que es como la denominaron los que iban en los bombarderos y vieron el evento desde la seguridad de las alturas, pero para los que estaban en tierra la visión fue completamente diferente. Uno de ellos, el doctor Shuntaro Hida se encontraba en la Villa de Hesaka, a seis kilómetros de la explosión, fue testigo y así lo relató: ‘De la nada se formó un círculo de fuego rojo brillante, un anillo, luego se formó una nube blanca que comenzó a crecer y siguió expandiéndose hasta que chocó con el anillo y se convirtió en una inmensa bola de fuego, era una columna de fuego, un enorme pilar de fuego'. Las bombas explotaron a una altura de 580 metros en Hiroshima y 503 en Nagasaki lo que maximizaba el efecto de la explosión.
Entre las interpretaciones que aún perduran, la de la mala suerte de los ciudadanos de Nagasaki es la más famosa, porque la ciudad no era la primera opción para el bombardeo, sino la antigua ciudad de Kokura en la prefectura de Fukuoka, pero debido a la poca visibilidad el avión voló hasta Nagasaki donde la dejó caer. Tristemente, la ‘suerte' de los ciudadanos de Hiroshima y Nagasaki fue aún peor, los que estaban cerca del hipocentro —Lugar de explosión de la bomba— se desintegraron instantáneamente por el calor generado que en tierra sobrepasó los cuatro mil grados centígrados, según las distancias otros sufrieron quemaduras de tercer, segundo y primer grado, pero nadie se salvó de las altas dosis de radiación gamma que mató a muchos a los pocos días, semanas o meses. Sin embargo, los que peor lo han pasado son los sobrevivientes.
La bomba generó alrededor de 200 tipos diferentes de isótopos radioactivos y en menos de una hora posterior a la explosión cayó una lluvia negra, mezcla del hollín en el aire y partículas radioactivas que no solo tiñeron todo lo que quedó en pie, sino también a los sobrevivientes quienes debieron consumirla así como los alimentos que había tocado e incluso inspirarla. La radiación se había hecho materia e iniciaba el criminal envenenamiento de la población.
La ayuda en forma de policías, bomberos, doctores y enfermeras no llegó, también fueron víctimas de las explosiones y se estima que solo el 10% del total de esas fuerzas estaba en condiciones de ayudar. El 92% de las edificaciones habían sido destruidas, no había lugar donde alojar a los heridos y hubo que improvisar hospitales y enfermerías para socorrerlos. Se estima que el total de fallecimientos a noviembre de 1945 alcanzaba las 200,000 personas entre ambas ciudades. Los sobrevivientes, conocidos en Japón como hibakusha que significa ‘persona afectada por la explosión' han vivido con secuelas dejadas por la radiación: leucemia, cataratas, cáncer de pulmón, tiroides o mamas; cicatrices queloidales y las generaciones venideras, defectos de nacimiento.
También fueron víctimas del desconocimiento de la época sobre la radiación y discriminados por tener ‘la enfermedad de la bomba', siguieron sufriendo en su vida social y laboral. Los que pudieron formar familia viven con el temor de que sus hijos o nietos hereden los males genéticos producidos por las altas dosis de radiación. Para 1953, los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki iniciaron organizaciones como los Consejos de Heridos, pero no fue hasta 1957 que el estado promulgó la ley de atención médica para víctimas de la bomba atómica. A medida que la situación económica del país fue mejorando, se incluyeron también ayudas para el bienestar, subsistencia y cirugías correctivas de los afectados. Por más de veinte años, Estados Unidos ocultó las fotos y películas de los efectos de la radiación en las personas.
Setenta y tres años después de esta tragedia Hiroshima y Nagasaki no pueden permitirse olvidar su desgracia y no desean que el mundo lo haga. En ambas ciudades existen museos, memoriales y asociaciones que luchan por la eliminación de todas las armas nucleares a nivel mundial, algunos de los afectados trabajan como voluntarios en dichos museos para contar sus historias de primera mano y que su sufrimiento no vuelva a ocurrir en ningún otro lugar de la tierra. Entre ellos la Sra. Hiroko Kishida, desde el año 2015 está contando su experiencia a grupos que visitan el museo. Se incentiva también la asistencia de escuelas de todo el país para inculcar en los niños el mensaje de paz y armonía en que debemos vivir la humanidad. También se ha usado el audiovisual, la película Lluvia negra (Kuroi ame, 1989) de Shoei Imamura, retrata la terrible vida de una joven hibakusha. Las imágenes que ilustran este artículo forman parte de la colección y son cortesía del Museo Memorial de la Paz de Hiroshima, que en pro de la divulgación ponen las fotografías, testimonios y demás a disposición del público. Yo aporto mi grano de arena a esta tarea e invito al público lector a que se sume a esta concientización.
El autor es Doctor en Comunicación Audiovisual y Publicidad, por la Universidad Complutense de Madrid.