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- 09/05/2021 00:00
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Así como en la ciencia y en el ámbito jurídico, es un axioma que lo que no está escrito no existe, de igual manera ocurre en el lenguaje que “lo que no se nombra no existe”. La percepción entonces es que si está escrito, es cierto, real, válido, importante. Si no está escrito o no se nombra, depende de quién lo dice, su credibilidad, o su historial; y aún así, tal vez no exista.
El lenguaje es un reflejo de los usos y costumbres sociales y culturales, una expresión del pensamiento que utilizamos diariamente para comunicarnos.
Durante milenios, el lenguaje ha sido fundamental en la reproducción de un sistema de dominación, discriminación y fuente de violencia simbólica, que fue codificado mediante un masculino genérico, situando al hombre y a su punto de vista en el centro de todo lo que existe. Una herramienta que ha naturalizado el poder machista, la exclusión, la invisibilización, la discriminación, la inequidad y la desigualdad.
En la vida cotidiana se utiliza un lenguaje discriminatorio, muchas veces de manera inconsciente. Nos enseñaron y formaron en que la lengua tiene reglas gramaticales y deben obedecerse porque no tienen género. En base a estas reglas se acepta que el término “hombre” designe al género humano y por tanto, incluye por igual a todas las personas, sean hombres o mujeres. Es innegable que el uso en el lenguaje del masculino como genérico subsume al femenino, invisibilizando no sólo a las mujeres, sino a personas de otras identidades.
Por ello, la Real Academia Española (que se tiene como el tótem del lenguaje universal, siendo una de las instituciones más patriarcales), señala que en sustantivos genéricos que están en masculino se designa a todos los individuos de la especie humana, sin distinción de sexos y por tanto, es innecesario desdoblar los sustantivos en femenino y masculino por “economía del lenguaje”.
Desde el feminismo cuestionamos la posición de la RAE, porque ninguna institución tiene la verdad suprema sobre el lenguaje, ya que desconoce que la forma en la que se construyó obedece a una cultura y jerarquía patriarcal, sexista y androcéntrica, que considera a los hombres superiores a las mujeres, al punto de considerarlas que pueden subsumirse en los sustantivos masculinos. Esto es pretender, en aras de un supuesta “economía del lenguaje”, borrar las palabras, las historias y las experiencias de la mitad de la población mundial.
Cambiar el status quo patriarcal imperante en el lenguaje resulta muy difícil y es previsible que ante una propuesta se ridiculicen las respuestas de quienes se oponen. Tanto el sexismo como la discriminación de género en el lenguaje trascienden fronteras, culturas y grupos sociales.
Las críticas feministas contra la RAE y la exigencia de un lenguaje inclusivo o incluyente, no sexista o igualitario, no es simple capricho. La lengua es de sus hablantes, que son sus reales propietarias y propietarios; por tanto, la misma puede cambiar y debe ser adaptable a sus necesidades. Para ello, es imprescindible un análisis integral desde la perspectiva de los derechos humanos, que atraviese el sistema patriarcal que rige el lenguaje en todas sus dimensiones.
La invisibilidad, subordinación y discriminación hacia las mujeres ha estado inmersa por siglos en todas las esferas del desarrollo humano y el lenguaje no escapa a ello. El lenguaje es más que lengua, género, gramática o comunicación. No es estático, es algo vivo, un instrumento y símbolo que genera conocimiento y pensamiento, que incluye o excluye, que nombra, que identifica y visibiliza. Por eso, todo lo que nos rodea, para que tenga existencia y validez, debe estar escrito, nombrado o identificado expresamente.
Diversos lingüistas llevan décadas señalando las debilidades del uso del masculino genérico, que demuestra el proceso de ocultación discursiva de las mujeres que subyace en el lenguaje oral y escrito. El lenguaje es un medio para promover relaciones de respeto e igualdad entre los géneros y prevenir la violencia y la discriminación. Es fundamental realizar campañas a todos los niveles para promover formas alternativas de expresión y comunicación, para que exista un lenguaje realmente inclusivo que visibilice a las mujeres en la práctica y el discurso.
La escritora chilena Marcela Serrano dice: “El día en que el hombre se apoderó del lenguaje, se apoderó de la historia y de la vida. Al hacerlo nos silenció. Yo diría que la gran revolución de este siglo es que las mujeres recuperen la voz”. Mujeres, recuperemos la voz y hagámosla nuestro lenguaje, porque a todas luces, nombrar en femenino sí es posible.