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- 15/09/2019 02:01
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Cualquiera que tenga una cuenta de Netflix, y que preste un mínimo de atención a lo que esta plataforma ofrece últimamente, notará que buena parte de su contenido está orientado a un público de valores progresistas. En los últimos años, la empresa se ha montado en el vagón de la representación de minorías con muchas de sus series originales, pero además produce y distribuye comedia ‘stand up' feminista, documentales de corte ambientalista o en defensa de los animales, y otros con un pronunciado enfoque social que revela verdades incómodas sobre la desigualdad, las grandes industrias o las élites económico-políticas. Además, a diferencia del modelo hollywoodense, Netflix parece apostar por la diversidad cultural con historias desarrolladas fuera de Estados Unidos, como las exitosas ‘Dark' (Alemania), 3% (Brasil) o ‘La casa de papel' (España); recientemente firmó un contrato con Michelle y Barack Obama para la producción de varios documentales, y en mayo anunció que dejaría de filmar en Georgia si se aprobaba una nueva ley antiaborto en este estado.
Naturalmente, la popularidad de su servicio de ‘streaming' cayó hasta en un 16% entre los republicanos durante 2018, mientras subió un 15% entre los demócratas, según una encuesta de YouGov, una firma de investigación de mercados y análisis de datos. Aunque no existen cifras de Panamá, algunos usuarios panameños han manifestado su incomodidad con lo que han catalogado de ‘propaganda LGBT' en las series de Netflix, generado debate en las redes sociales. De hecho, una búsqueda en Twitter con los términos ‘Netflix', ‘propaganda' y ‘LGBT' genera una gran cantidad de resultados provenientes de usuarios latinoamericanos que manifiestan la misma molestia.
Está claro que la compañía busca retener a una de sus principales audiencias, los millennials , que además de ser ávidos ‘consumidores' de cultura pop, se han volcado con fuerza hacia el socialismo democrático en Estados Unidos desde la crisis de 2008. Para muestra, Alexandria Ocasio-Cortez, miembro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos y una de las figuras más prominentes de Democratic Socialists of America (DSA), tiene 30 años, mientras la mediana de edad en el colectivo pasó de 68 años en 2013, a 33 en 2018, según The Nation. También es posible hablar de un resurgimiento de los medios alternativos en Estados Unidos (Jacobin, Current Affairs, ROAR, Means TV), varios de ellos dirigidos e integrados por millennials , mientras The Economist , revista liberal de derecha, dedicó todo un dossier a la nueva generación socialista en su edición de febrero 2019.
El fenómeno parece comenzar a trascender las fronteras del imperio como resultado de la globalización y de la propia hegemonía cultural del país que produce una gran parte del entretenimiento consumido en el mundo. En este sentido, sería lógico decir que Netflix, al igual que muchas otras compañías, está aprovechando el momentum que están teniendo los movimientos por los derechos humanos en todo Occidente, en especial en tiempos donde la identidad y el consumo se encuentran más entrelazados que nunca, haciendo que las personas exijan ver sus ideales representados en los productos que consumen.
También es válido plantear preguntas sobre la recepción de estos contenidos. Por ejemplo, qué efecto tiene la exposición a realidades desgarradoras desde una plataforma donde, al finalizar un documental, en otra esquina de la pantalla nos espera el nihilismo de ‘BoJack Horseman' o la frivolidad de ‘RuPaul's Drag Race'. O si la aparente diversidad racial y sexual que muestran las series y películas de Netflix nos hacen creer que vivimos en un mundo mejor con el que ya podemos conformarnos. O bien, si la desolación que produce ‘The Edge of Democracy' (un documental que retrata la crisis política y el escenario desesperanzador en que se encuentra Brasil), nos dice algo sobre el concepto de ‘indefensión expandida' que plantea Rossana Reguillo Cruz cuando se refiere a la sensación generalizada de que la realidad es ingobernable y no podemos cambiarla; todo es parte del mismo espectáculo distante.
No está del todo claro por qué Netflix ha tomado esta dirección, en especial cuando su CEO, Reed Hastings, niega ser antiimperialista y se refiere a la ventaja competitiva de mostrar historias multiculturales con tanto pragmatismo como cualquier multimillonario de Silicon Valley. Lo cierto es que, aun al margen de las intenciones con que se crea o se produce, no hay neutralidad política ni mediática. La cultura es un entramado cuyas fibras están en permanente tensión, y Netflix es un ejemplo de cómo se han complejizado las dinámicas del poder mediático en la economía de las plataformas. Entre tanto, los conservadores seguirán denunciando la conspiración de un ‘marxismo cultural' y cancelando sus cuentas; habrá quienes crean que las empresas son realmente capaces de construir un capitalismo más humano, y otros que aprovechen las grietas que abren los nuevos medios para transformar la realidad.
COLUMNISTA