El placer de mirar

Mirar a través del orificio de una cerradura, la hendidura o hueco de una puerta o pared, un espejo, una cámara y hasta por la ventana, ...

Mirar a través del orificio de una cerradura, la hendidura o hueco de una puerta o pared, un espejo, una cámara y hasta por la ventana, son algunas de las estrategias a las que recurre aquel que por costumbre u obsesión busca obtener deleite sexual observando clandestinamente a personas que se desvisten o están teniendo algún tipo de relación erótica con otra persona. Así, desde lejos, en el anonimato y mediante la masturbación, logran sus orgasmos. A esta actividad erótica y placentera se le atribuye el término “voyeurismo”, una conducta que etimológicamente le debe su origen a la palabra francesa voyeur y que en español significa observador o mirón, la cual puede llegar a ser parafílica y afectar al individuo.

Para el sexólogo panameño Guillermo Rolla Pimentel, “el voyeurismo excepcionalmente es motivo de consulta. Se considera una variante sexual de estímulo. La normalidad individual podría ser aceptada pero vulnera la intimidad de los que son vistos. Desde ese ángulo es una desviación sexual social porque la sociedad no lo acepta”, explica Rolla Pimentel. La causa, según el experto —entre otras— “es el habtuarse a estímulos de ese orden por conductas que se han establecido desde la infancia o después”. Para ellas hay tratamientos de tipo aversivos, conductuales, alternativos y de sensibilización. Son terapias psicológicas que tienen una tecnología profesional como parte del arsenal terapéutico —utilizado en estos casos— adaptado a cada caso individual.

¿Qué tan común es la práctica? Aunque en la etapa de la adolescencia existe una perturbación por mirar, al comenzar el descubrimiento sexual, el término voyeur no se debe confundir con dicha etapa, puesto que la curiosidad sexual tiene que ver con la oportunidad de ver algo de manera ocasional, pero no como una obsesión, como es en el caso del voyeurismo. También con el tiempo y la proliferación de artefactos electrónicos como cámaras en los celulares y videocámaras cada vez más pequeñas y con alcances más potentes —internet, videos, etc.— son otra modalidad de “voyeurismo”, cuyas causas y efectos son los mismos. En el voyeurismo los que se quejan son las víctimas que son vistas, comenta el sexólogo. Sin embargo, cabe destacar que el voyeurismo no está vinculado a la pornografía, puesto que para que éste exista debe haber una irrupción en la privacidad de alguien.

Asimismo, un sondeo realizado por el diario La Estrella reveló que el 25% de las mujeres encuestadas dijo haberse excitado alguna vez observando a otros desnudándose o en situaciones eróticas. Un 25% dijo no haberlo hecho y el 50% prefirió no opinar. Mientras que entre los varones, el 25% confesó haberse excitado en esas circunstancias en algún momento de sus vidas y el otro 75% se abstuvo de opinar.

TRATAMIENTO

Para Geraldine Emiliani, el tratamiento dependerá de si el sujeto desea tratarse o no. “Hay que recordar que esta es una actividad sexual en solitario. La evaluación determina el tipo de tratamiento más adecuado. Estas prácticas se convierten en parafilias cuando suponen un problema para la persona o para otros, cuando conllevan sufrimiento o si inhiben de forma significativa la vida sexual de quien las realiza. Si el problema no puede ser superado plenamente, se impone el consejo y la rehabilitación sexual”, establece la sexóloga.

Si hay una condición psiquiátrica como responsable del síntoma, ella debe ser tratada, pero si los factores psicológicos son los responsables, entonces la psicoterapia y la sexoterapia son las indicadas”.

REFLEXIÓN

De acuerdo con la experta, no hay normas estándar en la forma de vivir la sexualidad, pero esta, como toda conducta humana, tiene sus límites. En este caso, el respeto a los demás y el cuidado y la protección de la salud emocional, sexual y física siempre deben estar presentes. “Con estas premisas, cada persona es libre de sentirse satisfecha con aquello que siente y con lo que le gusta. En términos doctrinales, no existe una buena sexualidad y otra mala. La única condición para poder juzgarla es la libertad desde la que se ejerce. A partir de ahí, si encontramos una significativa disonancia entre cómo se vive y cómo gustaría vivir, habría que promover cambios”, concluye Emiliani.

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