La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 17/11/2019 00:00
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Del escenario a la gran pantalla, su sola presencia comanda atención y contiene, toda ella, un catálogo de expresiones que reconozco en los rostros que veo en la calle y mi espejo. Al centro del poderoso catálogo gestual panameño yace una narrativa que Nyra Soberón Torchia —cineasta, dramaturga, actriz y directora— anota e interpreta en una suerte de etnografía del movimiento de las gentes que suman una nación. ¿Qué historias cuentan nuestros cuerpos y cómo reaccionamos a los otros que habitan —o transitan— el país-escenario? En Soberón Torchia el entendimiento del colectivo corpóreo se ha decantado en agudas observaciones sobre las comunidades y su rol crucial en la gestión estatal de la cultura. Nos unen en diálogo la afinidad de preocupaciones compartidas, de pensar la cultura a largo plazo y cómo una política estatal de cultura debe devolver a los ciudadanos la libertad de su ser-estar y hacer cultural. Ésta es nuestra conversación.
Ana y yo trabajamos fuerte para lograr que la comunidad y las organizaciones sociales entraran de manera gratuita a ver la obra en un contexto como el Teatro Nacional, que son escenarios de los cuales se han podido sentir excluidos muchos panameños. El público se vio representado desde el respeto que merece, valorizado como fuente de creación y se identificó. El público fue maravilloso. Tuvimos además un ensayo abierto, un taller de devolución de la experiencia dirigido a estudiantes de teatro y danza, y un conversatorio.
Como trabajadora del arte se aprenden muchas cosas, entre ellas, a llevar la vida cotidiana a la escena con calidad estética y consciencia social. Nada de esto riñe entre sí, se compagina porque si eres disciplinado y metódico, descubres lo que vive oculto, que pasa inadvertido o es interpretado desde la ligereza conceptual. Creo que aprendemos a ver nuestros entornos a través de los ojos de otros, y no con los propios. Y hay que pasar del mirar al observar, que es más complejo, pero más completo, porque si no nos quedamos con las versiones tradicionalistas de la llamada realidad, que por lo general son clasistas, y esto es peligroso porque contribuimos a perpetuar mitos sociales, culturales, ideológicos, que nos distancian de un auténtico desarrollo humano, de un desarrollo cultural propio y no importado.
Veo con preocupación, por ejemplo, que los medios de comunicación y las redes sociales producen y reproducen versiones poco auténticas del afuera, de la calle, de la vida cotidiana del país. Necesitamos ser más asertivos en la selección de nuestras fuentes para entender lo que quiero recrear en un producto artístico. Hay que ser más responsables, cuidadosos y observadores, porque la finalidad de nuestro trabajo es la devolución colectiva: el público merece respeto en el contenido y en lo estético.
Encontramos resistencia a aceptar que todos somos refistuleros o rambuleros. Algunos consideran que esas categorías están atadas a una determinada clase social, y no [es así]. Advertimos que estamos hablando de gestualidad y sonoridad expresiva, algo que supera clases sociales, grupos étnicos, cualquiera categorización. Lejos de preocuparnos, que a mi juicio es una apreciación que huele a discriminación social, podríamos observarnos y encontrar la historia social y cultural que hay tras esta riqueza de expresión. Este aprendizaje no puede pasar inadvertido, porque de hecho es interesante abordarlo como postura de cierta pretensión cultural de nuestra sociedad.
Creo que el punto de partida es ponernos de acuerdo como sociedad, de qué estamos hablando cuando nos referimos a cultura. Muchas veces se habla de cultura como sinónimo de arte y educación, y otras como la cosmo-visión e imaginario colectivo de una sociedad. Acordado esto, el Estado crea leyes, diseña políticas, estrategias y se crea una estructura a fin, que dé cabida a todo este ideario. Creo que es un asunto procedimental.
Confusión en lo referente a si la comunidad es el origen y fuente de creación de la cultura, o si es simplemente la receptora de una cultura oficial. Porque esto cambia todo, esta definición cambia el enfoque y, si se cambia el enfoque, cambia tanto el procedimiento como los mecanismos y los programas. Si veo a la población como receptora, le 'llevo cultura.' Si la veo como fuente de creación, la comunidad pasa de ser receptora, a ser autora y ejecutora de la cultura nacional. Vistas las cosas así, corresponde al sector artístico asimilar que su obra es un producto o una manifestación de la cultura que creamos todos, y que bajo esta premisa se es autor desde una tribuna mucho más amplia denominada sociedad.
Pienso que ir más allá de un cambio de nombre y organigrama. Es un tema mucho más complejo que implica cumplir con una serie de etapas de consulta ciudadana, acompañada necesariamente de una etapa de investigación y análisis que cuente con los tiempos necesarios, sin apuros políticos. Comprender el verdadero potencial de la cultura, su vínculo con el desarrollo de una nación —no hablo ni de las industrias creativas, ni de la llamada economía naranja— sino de cultura como pensamiento y comportamiento, como eje transversal de desarrollo con capacidad para modificar de forma positiva quiénes somos, cómo convivimos y nos hacemos ciudadanos, políticos, familias, trabajadores, empresarios: cómo somos.”
La cultura nos llama a trabajar en la cultura ciudadana, cultura política, cultura laboral, cultura familiar, cultura de paz, para nombrar algunas. El diálogo en torno a las reformas constitucionales es propicio para hablar de cultura política y lo que corresponde hacer a la sociedad y al Estado. Es trabajo de décadas con el conjunto de la sociedad, abandonar el miedo que produce un pueblo consciente, participativo y educado, porque ese es un temor común a los poderes políticos y del económico; gran contradicción con la idea del país pacífico y próspero que nos han querido vender.
Ahora metiéndole duro —junto a personas magníficas, muy valiosas y de mucha trayectoria— a nuestro proyecto para el 2020. En febrero el Festival de Cine Pobre Panalandia, de la Fundación Mente Pública. En junio el Bannabafest, que es el Festival Internacional de los Derechos Humanos de Panamá, organizado por la Fundación Centro de Imagen y Sonido. Vamos con todo.
Somos propensos a buscar referentes históricos, culturales y artísticos afuera de nuestras fronteras, y eso pone en peligro la creación de procesos propios. Cuando un país ha tenido tantas intervenciones externas, algunas violentas, es necesario reafirmarse en aquellos que somos y ser críticos, aprender a dialogar y a argumentar para crear. Como reflexión final, que no se confunda: lo que consideramos debilidades culturales no es falta de identidad.