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- 22/01/2023 00:00
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En 1484, el Papa Inocencio VIII declaró en una famosa bula: “Ha llegado a nuestros oídos que miembros de ambos sexos no evitan la relación con ángeles malos, íncubos y súcubos, y que, mediante sus brujerías, conjuros y hechizos sofocan, extinguen y echan a perder los alumbramientos de las mujeres”. Aunque el texto pudiese señalarse de imparcial, al referirse a “miembros de ambos sexos”, ciertamente, las perseguidas fueron, principalmente, mujeres jóvenes y adultas.
Con dicha bula, la Iglesia inició una cruzada contra las mujeres en Europa y América, a través de la acusación, la tortura y la ejecución sistemática de incontables “brujas”, además de generar otros castigos y sufrimientos.
Como complemento a su bula, Inocencio nombró a dos monjes dominicos alemanes, Henrich Kramer y Jacobus Sprenger, para que escribieran un estudio completo utilizando toda la artillería académica de finales del siglo XV con citas exhaustivas de las Escrituras y de eruditos antiguos y modernos que publicaron en 1487, con el título en latín de Maellus Maleficarum (“Martillo de brujas”), usando la bula papal antes citada, para darle autoridad pontificia al libro, con el cual se adoctrinaba al mundo sobre los supuestos “peligros de las mujeres librepensadoras”.
En ese sentido, la Iglesia consideraba “brujas” a las gitanas, sacerdotisas, curanderas, místicas, las que tenían estudios, las comadronas; en fin, se catalogaba como tal a cualquier mujer que se atreviera a desafiar el orden patriarcal.
Dicho libro consta de tres partes, con argumentos artificiosos (preguntas y respuestas). La primera parte busca demostrar la existencia de la brujería y la hechicería. La segunda, detalla los distintos tipos de brujería, mediante una serie de ceremonias, conjuros y ritos que usan las supuestas brujas. La tercera parte contempla métodos de juicio y castigos para aplicar a las brujas, siendo el método más común, la tortura.
El Martillo de las brujas era un extenso manual para identificar, capturar, interrogar y castigar la práctica de la brujería. Rápidamente, se convirtió en un provechoso negocio, en que tanto los costos de la investigación, juicio y ejecución debían ser cubiertos por las acusadas o sus familias; hasta las dietas de los detectives contratados para espiar a la bruja potencial; el vino para los centinelas, los banquetes para los jueces, los gastos de viaje de un mensajero enviado a buscar a un torturador más experimentado; y por si fuera poco, cada miembro del tribunal inquisitorio tenía una gratificación por cada bruja quemada.
Además, las propiedades de la bruja condenada se dividían entre la Iglesia y el Estado y a medida que se institucionalizaban estos asesinatos y robos masivos, iba surgiendo una inmensa burocracia al servicio de la Inquisición.
De El Martillo de las Brujas, considerado la biblia de los cazadores de brujas, se publicaron 29 ediciones, lo que lo convirtió en uno de los primeros bestsellers en el mundo, siendo descrito, con toda razón, como uno de los documentos más aterradores de la historia humana, pues además del manual técnico para torturadores, también incluía métodos de castigo, diseñados para liberar los demonios del cuerpo de la víctima e instruía al clero sobre cómo localizar, torturar y destruir a las “brujas”.
Con su “cruzada” contra las mujeres, que durante más de tres siglos lideró la Iglesia, a través de la “cacería de brujas”, más de cinco millones de mujeres fueron aniquiladas y quemadas en la hoguera, entre el siglo XVI y XVIII, siendo El Martillo de las Brujas el manual indispensable para la Santa Inquisición. Esta guerra contra las mujeres, sin lugar a dudas, surtió sus efectos, como lo evidencia en el mundo del siglo XXI, la inexistencia de sacerdotisas católicas, clérigas islámicas o rabinas judías.
La obligada reflexión es ¿cuánto daño puede causar un libro? En el caso del Malleus Maleficarum o “El martillo de las brujas”, el daño causado fue de dimensiones devastadoras y aterradoras. Millones de mujeres fueron sacrificadas en una guerra en la que no hubo dos partes en confrontación, solamente la hegemonía de un poder patriarcal, misógino y machista, que no toleraba un mundo con mujeres inteligentes, capaces y sabias que pudiera amenazarles. Como dice un pensamiento de Margaret Truman: “Puede que a los hombres que defendieron causas impopulares se les considerase descarriados, pero rara vez quedó en entredicho su moral o su masculinidad. Las mujeres que hicieron otro tanto corrieron el riesgo de ser denunciadas como rameras o condenadas por no ser femeninas, acusación genérica empleada para referirse a todo tipo de conducta en la mujer que desaprueban los hombres”.