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- 24/11/2019 00:00
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Un día de estos, en una conversación de Whatsapp con mi mamá, le envié un 'emoji' de llanto como respuesta a algo que me dijo. Era una exageración sarcástica, pero al ver que lo tomó literal, se lo expliqué para que no se preocupara.
El significado o la seriedad de un emoji puede variar enormemente de una generación —o de una cultura— a otra, y no es el único choque que surge con los nuevos códigos y formas de expresión en contextos virtuales. Las personas de cierta edad (tal vez de unos 40 en adelante) suelen guardar la formalidad, pero sobre todo, tienden a interpretar los mensajes de manera más literal, mientras los más jóvenes desconciertan a los primeros con la ironía y el dramatismo de sus expresiones. Por ejemplo, un millennial puede decir algo tan potente como un “te amo” en simple agradecimiento o como aprobación del comentario de otra persona, o bien puede expresar un capricho con la seriedad dramática de un “necesito esto en mi vida”, aunque se trate de un pelador de papas ultraeficiente o un nuevo platillo en el restaurante del momento.
Por supuesto, los códigos de comunicación de cada generación tienen un origen sociohistórico, pero lo interesante en el caso de los millennials es que han (hemos) producido un universo referencial propio ante una realidad que se antoja compleja, plagada de incertidumbre, desencanto y un profundo desarraigo con respecto a instituciones como la Iglesia o la familia tradicional, que tienen cada vez menos peso como fuentes de producción de significados. En este sentido, la comunicación millennial (entendiendo esta categoría como cultural y de clase, más que simplemente etaria), subvierte las lógicas discursivas convencionales y juega con el sarcasmo, la ironía y sobre todo, el absurdo, en especial cuando se trata de redes sociales, donde la manipulación de imágenes complementa el pastiche comunicacional cuasi-dadaísta de la juventud urbana contemporánea.
La comunicación y el lenguaje llevan siempre una carga ideológica, o como lo explica el teórico y estudioso del discurso, Teun Van Dijk, el acto de comunicarnos está ligado a procesos ideológicos. Visto de esta forma, queda claro que las distintas retóricas y códigos de comunicación usados por una generación u otra, reflejan claras diferencias en la manera de concebir el mundo.
En los millennials existe una tendencia a la autoflagelación y a la confesión constante, a revelar en las redes sociales hasta los detalles más íntimos –e inclusive vergonzosos– de su cotidianidad, ironizando sobre ellos en un intento por neutralizar las ansiedades. Con una candidez y un desenfado pasmoso, expresan un desprendimiento de la intimidad como reflejo la pérdida del temor a la vulnerabilidad, cuando ya nada podría ser peor que la desolación de tener un futuro incierto. Para el escándalo de los mayores, son jóvenes que parecen no respetar la vejez, a lo que en realidad subyace una desesperanza en siquiera poder alcanzarla.
Esta visión del mundo aflora en la música, la vestimenta y el propio consumo millennial, todos ellos cargados de ironía, un irreverente humor negro y un nihilismo pop cuyo universo simbólico carece de sentido para las generaciones posteriores, para las que a menudo pasa desapercibido el valor semántico y emocional de un meme o un emoji.
Si bien podría argumentarse sobre la “toxicidad” de estas prácticas y códigos comunicacionales, es probable que para muchos jóvenes representen el alivio de encontrarse todos en el mismo barco; una sensación de solidaridad, pertenencia y apoyo mutuo. Es en esta ironía y en la autoexpresión constante, donde los millennials parecen encontrar un mecanismo de resistencia y de supervivencia que a ratos recuerda a la filosofía de Tyrion Lannister en 'Juego de Tronos': “Nunca olvides quién eres, porque el mundo no lo va a olvidar. Úsalo como una armadura y nadie podrá utilizarlo para lastimarte”.