El insulto

Actualizado
  • 18/11/2018 01:00
Creado
  • 18/11/2018 01:00
De cara al proceso electoral que tenemos a la vuelta de la esquina, deberíamos reflexionar y, por nuestro futuro como nación, bajar el tono a lo que escribimos.

Según la Real Academia de la Lengua el insulto se define como ‘Acción que humilla a una persona'.

El insulto existe desde que los humanos interactuamos. Uno de los más vistos y lamentados fue el que fariseos y herodianos propinaron de forma tan espantosa a Jesús, torturándolo sin que este se defendiera. Fue escupido, insultado, vejado y asesinado. En cambio él solo dijo ‘Perdónalos señor que ellos no saben lo que hacen'.

El cristianismo nos presenta desde aquel tiempo, larga lectura que al día de hoy debería ser acuñada por todas las sociedades, casi todas transitando en un mundo plagado de descalificaciones que ponen en evidencia una grave enfermedad social.

Quien insulta se lleva la peor parte; si el insultado calla y deja que el insultador se desahogue, demuestra un enorme grado de inteligencia y educación ya que deja al agresor sin argumentos.

El agravio es el pan nuestro de cada día, tanto en redes sociales como en todos los medios de comunicación en donde se hacen evidentes ante una infinidad de personas.

No hay consciencia de lo que se escribe y se sigue como eco sordo lo que se publica. En la vida cotidiana, todos somos testigos de graves ejemplos de insultos casi de manera diaria en la calle (escuela de barbarismo) en el trabajo, en la casa, aeropuertos y transportes públicos. Somos mudos testigos de acepciones peyorativas que se usan con el ánimo de insultar y agredir muchas veces sin siquiera darnos cuenta por qué. Por año, estas palabras se van volviendo parte de nuestro vocabulario. Parece estar en el ADN de muchos.

Hay un millón de formas de comunicarnos sin usar palabras agresivas apegadas a la verdad; sin acudir al insulto. La oralidad no los permite, pero en cambio, preferimos no usar esos recursos y acudimos a los más fáciles entre ellos escribir con sesgos y dejar comentarios innecesarios, entre muchos otros.

Otros emplean exceso de sinceridad y el consejo ‘por tu bien', pocas veces solicitado por el interlocutor y que lleva una dosis de veneno. Esto no es más que un insulto a la inteligencia, un agravio que produce dolor a quien lo recibe. Muchas veces guardamos en nuestro ‘disco duro' alguna forma de expresión que nos dirigieron y que nunca se nos olvidará. Cosas que parecen pequeñeces , seguramente producen un cambio para toda la vida. Hablar bien significa establecer buenas relaciones, sin insultos de por medio, sobre todo en nuestro idioma español que nos permite dirigirnos con muchísimas palabras sin tener que ofender ni agredir.

Los gritos son otra forma de insulto innecesario. Dijo alguien ‘No grites y mejora tu argumento' , esta frase invita al diálogo u obliga al interlocutor a meditar sin precipitarse a la violencia.

Las formas de insulto inhiben cualquier intento de acuerdo y ponen en riesgo los sentidos y la sensatez sin adivinar hasta donde nos puede llevar.

Analicemos un poco las distintos formas de hacer periodismo. Están los periodistas incendiarios que buscan la diatriba y sacan de contexto información que nos lleva a crear caos y rabia. Esa forma de escribir, si no se apega a la verdad, también puede ser calificada como insulto. En cambio la mayoría de los periodistas se ciñen a la crónica sin dejar espacio para un pronóstico de duda sobre lo que han escrito.

Hablar del insulto da para escribir un ensayo. En efecto, recomiendo ‘Contra el Insulto' del periodista español Juan Cruz. Entrevistado por la Revista Semana , dio su opinión sobre los insultos de vía y vía de Juan Manuel Santos y Gustavo Petro en las pasadas contiendas electorales en Colombia.

Hemos sido criados en el insulto desde que somos país y vemos con pena este modo de comunicación a partir de la posibilidad de opinar en los medios escritos sin censura y las redes sociales que, al carecer de filtro permiten descalificar sin que se pueda hacer mucho.

Solo nosotros podemos ser capaces de cambiar esta aptitud propia de una educación mediocre o nula, de una perversa cultura popular develando un nuevo drama: los ‘fake news', noticias falsas que tocan a una persona directamente y envenenan a toda la sociedad.

De cara al proceso electoral que tenemos a la vuelta de la esquina, deberíamos reflexionar y, por nuestro futuro como nación, bajar el tono a lo que escribimos.

Las campañas políticas casi siempre llevan un grado de agresividad de parte de los simpatizantes o personas adversas a determinado candidato, pero sí que podemos dar un ejemplo al mundo si al final del día entendiéramos que todos somos panameños y que la frase más usada ‘no hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran' la pusiéramos en práctica para transitar por los meses que nos faltan con mesura y demostrando una cultura política que estoy segura que tenemos y que podemos demostrar al mundo.

COLUMNISTA

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