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- 10/07/2023 00:00
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La obra mantiene el suspenso hasta el final. El incidente, la más reciente producción del abogado y escritor, Eduardo Rodríguez Pérez, es una novela romántica con un toque de misterio que obliga al lector a llegar hasta el final.
El encuentro sin vida de Ana Virginia causó un revuelo en el pequeño y pintoresco pueblo de Ocú, rico en tradiciones, supersticiones y folclore. Por eso al descubrirse el homicidio circularon tres versiones. Si no era un caso relacionado con el demonio, habían intentado robarle a la dama o se trataba de un hecho pasional.
José Ignacio, el esposo, era señalado como culpable por encontrarse en la escena del crimen. Pasó un tiempo en la cárcel y enfrentó un juicio antes de que se aclarara el horrendo asesinato.
Debe admirarse el dominio de los tiempos por parte del escritor, porque al igual que se adelanta a los hechos, vuelve a las escenas pasadas, en un juego de imágenes que domina con destreza demostrando que ha acumulado años de experiencia y mucho oficio.
Rodríguez Pérez es un prolífico autor que cuenta en su haber la novela histórica El encanto del Zopilote, la obra poética Lux animae, el libro de cuentos vernaculares Remembranzas, Cuentos cortos con finales felices y el ensayo filosófico El juicio de Judas.
Se suma la obra Bajo perfil, una recopilación de trabajos sobre la trayectoria profesional y empresarial del autor, además de una docena de ensayos técnicos y jurídicos sobre derecho, arbitraje, construcción y contrataciones públicas.
Rodríguez Pérez, es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas, con estudios en Administración de Empresas y Gerencia Organizacional. Fue durante 40 años, director general de la Cámara Panameña de la Construcción (CAPAC).
El Incidente, su última publicación, le ha servido de transición emocional entre el momento en que decidió retirarse del cargo en la Capac y el inicio de una nueva etapa existencial sin horarios, agendas ni apremios.
En la obra El incidente, Rodríguez Pérez transita por los recuerdos y laberintos de José Ignacio y aquellos días de verano en que conoció a Ana Virginia, una joven bella y esbelta que sobresalía sobre el resto de muchachas. Desde que intercambiaron miradas quedaron flechados por Cupido. Fue una atracción recíproca. Una historia de amor correspondido, truncada abruptamente por una mano homicida.
Entre el periodo de cortejo y la boda, el escritor introduce tradiciones como la curiosa fiesta de “la gallota” que se practica al terminar las celebraciones oficiales y en la que cantineros, saloneros y personal de atención al público tienen su jornada de parranda. También se refiere a las fiestas del Manito, el Duelo del Tamarindo, las fiestas de San Sebastián, las de Jesús de La Atalaya y de San Antonio de Padua. El relato hace que el lector se transporte a lugares y parajes en los que interactúan los protagonistas.
Gran parte de la novela se desarrolla en el proceso de indagatorias de José Ignacio como principal sospechoso de la muerte de su esposa Ana Virginia.
Rodríguez Pérez describe con destreza los pormenores del juicio, las vicisitudes de José Ignacio y las pesadillas al verse ante la posibilidad de ser condenado por un crimen que no ha cometido.
Repentinamente, el escenario cambia cuando una de las más respetadas damas de Ocú, María de los Ángeles González, mejor conocida como doña Pura, rinde indagatorio ante el tribunal revelando el extraño comportamiento que su sobrino Manuel o Manuelón le decían en el pueblo en forma burlesca.
Tras la muerte de Ana Virginia, en menos de dos meses habían muerto otras cuatro personas en el pueblo. Esa situación afectó el estado de ánimo de Manuel agravando su miedo a los muertos, hasta quedar trastornado, encerrado en su cuarto y con un pánico creciente. Doña Pura, había advertido otro trasfondo, por eso pidió que el tribunal interrogara a su sobrino.
Cuando el juez llamó al estrado a Manuel, el muchacho, atribulado, se derrumbó ahogado en llanto. Entre sollozos y frases entrecortadas relató que Ana Virginia lo trataba con cariño y lo llamaba Manuelito. El día de los hechos, Manuel llegó a visitarla y entró a la casa porque la puerta estaba sin llave. Encontró a Ana Virginia saliendo del baño –fresca y olorosa- quien, al verse sorprendida, le exigió que saliera de la casa.
Ana Virginia lo llamó Manuelón, y sintió que se estaba burlando de él. Relató que, descontrolado, se abalanzó sobre ella y le apretó el cuello hasta asfixiarla. La sala enmudeció, incrédula ante la confesión. José Ignacio recuperó la libertad, pero nada pudo reparar el daño causado por una injusticia.
El protagonista de la novela pasó los últimos días concentrado en su finca en Ocú. Cuentan los trabajadores que de madrugada lo escuchaban cantar una vieja copla: “Llevo un ay lastimoso en mi pecho/un dolor que no me deja vivir./Ay de mí que la vida me quita, ay de mí que me mata el dolor”.