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- 10/06/2021 00:00
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Desde el punto de vista del contexto social, el abordaje más común del arte es su capacidad para ser instrumento de entretenimiento. Es el deleite estético su primer reclamo y tal vez el que más cuestionamientos ha planteado a la concepción misma de creación. Y es que todo lo que lo rodea es complejo. Por un lado, la necesidad humana de convivir con la belleza, de incorporarla a la cotidianidad hasta el punto de volverla, en muchos casos, intrascendente.
Por otro lado, los intereses particulares de museos, galerías e instituciones culturales complacientes con las demandas de un público que, generalmente, supedita la concepción de contexto a la naturaleza de la institución.
Todo esto supone el planteamiento más simple, donde la belleza es un elemento de deleite y contemplación.
Pero también nos podríamos referir al arte como medio de expresión. Observamos, en esta categoría, la obra de arte con su potencial comunicativo hablando de sí misma y de su tiempo. Es un documento visual que narra una historia. De este modo, cuando observamos lo que hacen los artistas, cuando nos exponemos al contacto con la obra de arte y su proyección a lo colectivo, estamos siendo testigos mudos de una imagen que cuenta, pero también interroga. Para este segundo nivel de análisis es necesario contar con ciertas claves interpretativas que nos permitan descifrar sus lenguajes, claves y misterios.
Podríamos, desde otro punto de vista, considerar el arte como un modo de “catarsis” que implica la participación del espectador al identificarse emocionalmente con la obra y, por ende, su consecuente desahogo emocional.
Visto desde el psicoanálisis, implica la liberación y el trato de emociones reprimidas y el registro de lo imaginario. Esto se evidencia en los diversos usos terapéuticos y propedéuticos del arte en diversas áreas.
Desde este punto de vista, el arte permite la pluralidad de enfoques, la incorporación de cualquier respuesta y la validación y reafirmación del sujeto ya que no existe lo “bueno” o “malo”. Esos conceptos tan presentes en otras áreas del conocimiento quedan desestimados en este enfoque del quehacer artístico.
Finalmente podemos considerar el arte como actividad estética, siendo ya o pretendiendo ser, una disciplina autónoma a la cual la contemporaneidad le asigna carácter de conocimiento ya que conlleva un sentido social y cultural que precisa de la formación del pensamiento sintético y abstracto.
Estas características han estado presentes en la historia. La civilización occidental se ha valido del arte como categoría de conocimiento, se adapta y expresa en las más diversas culturas y contextos, demostrando una vitalidad permanente y renovada. El arte es una actividad en constante evolución, entrelazada de manera íntima con el quehacer humano que se abre camino para acentuar y sostener nuestra humanidad.
Tal vez sea por todo esto que es permanentemente objeto de debates apasionados y enérgicos. Es la vida misma expresándose desde su elementalidad hacia la forma.
El camino de esta evolución o trayecto sigue un rastro desde el modelo cognitivo establecido por Platón que separa sensibilidad y razón. La posterioridad pretende atribuirle al arte el universo de la sensibilidad, sin entender que ambas partes no pueden ser disociadas. ¿Acaso no debemos buscar también en la razón, por ejemplo, el surgimiento del arte del Renacimiento? Sobre todo si queremos considerar el complejo conocimiento que requirió la invención de la perspectiva, el estudio de la anatomía, el dominio geométrico, matemático y técnico de la expresión en el plano.
Estos elementos conjugan plenamente razón y sensibilidad porque no las perciben como elementos disociados, sino como una única cosa que aunada adquiere su razón de ser y expresarse.
Cuando la modernidad privilegia la sensibilidad como “libertad” en el arte, lo lanza hacia la búsqueda de la revelación del mundo como expresión sin preparar el camino que llevaría hacia la incorporación de la sensibilidad y anteponiendo esta sobre la mayoría de las actividades sociales donde encontramos acción humana.
Esto trajo consigo implicaciones en la educación acerca de la naturaleza de lo sensible.
Se expresa a través de la generalidad del conocimiento colectivo humano; podemos encontrar el arte profundamente conectado con el modo como nos vestimos, en las formas designadas a los productos que producimos industrialmente, con los aspectos urbanos y culturales compartidos y hasta en el nuevo universo tecnológico del mundo digital. El arte tiene presencia en nuestro entorno y depende casi exclusivamente de nuestro sentido del gusto.
No se trata solo de las cosas y las acciones, sino también de las propias estructuras mentales que nos caracterizan, que se han forjado en función de principios que pueden ser considerados formales y estéticos, así lo demuestran evidencias en el creciente desarrollo de las denominadas “neurociencias”.
Tal es el alcance de aquello que pueda ser el arte, cuando debemos identificarlo en el contexto colectivo, social o cultural. En la contemporaneidad esta actividad adquiere un carácter hermenéutico que objetiva y revisa el concepto de “sentido” como elemento orientador de la propia actividad artística. Tal vez y por esto el arte expone su característica central: ser reflejo de la sociedad.
Sin embargo, debemos preguntarnos, ¿cuál es el criterio que se instituye como puente capaz de conciliar lo sensible y lo lógico, lo objetivo y lo subjetivo, lo social y lo individual? Que trasciende y permanece a través de diversas épocas, circunstancias y devenires.
Se trata de un principio básico de la naturaleza humana: la creatividad.
Este concepto o palabra admite en el Diccionario de la Real Academia Española una definición un tanto genérica y ambigua, “facultad de crear” o “capacidad de creación”, en otras instancias, como Wikipedia, se intenta establecer una actualización, más cónsona con las expectativas actuales: “La creatividad es la capacidad de generar nuevas ideas o conceptos, de nuevas asociaciones entre ideas y conceptos conocidos, que habitualmente producen soluciones originales”.
Desde esta perspectiva, vemos que la creatividad parece ser una característica de la naturaleza humana y que, en principio, es común a todos. Podríamos preguntarnos cuál es su origen, cuál es su potencial y cómo evoluciona a través del tiempo. Naturalmente, eso sería material de otro artículo, pero basta, en este momento, con decir que la creatividad es intrínseca al hombre ya que percibimos el mundo en imágenes.
La imagen antecede incluso a la palabra y por ende constituye el elemento más elemental y primigenio de expresión humana.
Siguiendo un criterio que viene de la práctica artística, diremos que crear es básicamente “formar”, entendiendo este formar como un “principio de formatividad”, es decir, como aquello que en cuanto forma, se forma. (Véase la Teoría de la Formatividad del esteta italiano Luigi Pareyson).
Pero en nuestro caso y siguiendo esta línea conceptual estableceremos la siguiente definición de creatividad:
“Actividad humana, capaz de comprender un proceso formativo original y que necesariamente implica en relacionar, ordenar, configurar y significar este proceso”.
Una definición como esta nos permite establecer un elemento conceptual, que no entra en contradicción con el alto grado de especialización que ha alcanzado la teoría del arte y la práctica artística. Este proceso, por su configuración, nos permite transitar tanto en lo individual y lo colectivo de manera inter y multidisciplinaria en diversos campos de la actividad humana y ciencias establecidas, tales como las ciencias sociales.
Una vez realizada esta reflexión, estaríamos preparados para abordar la relación entre arte y sociedad a partir de un principio que pueda mostrar su naturaleza y la articulación de su desarrollo en aquello que podamos abordar como arte, y como arte y colectividad.
El arte, según queramos verlo, evoluciona, involuciona, se estanca, cambia sus estructuras y planteamientos. Sin embargo, hay algo que permanece, narra la relación del hombre con el tiempo.
Al arte le es propio el placer estético y la contemplación, pero también el cuestionar, anhelar entendimiento, provocar cambio. Es un instrumento para transitar por la realidad aproximándonos a aquello que siempre está por revelarse.
En su amplio dominio debemos estudiarlo o apreciarlo como objeto social, ya que usted y yo somos partes fundamentales.