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- 16/06/2019 02:00
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Celebramos hoy a los padres, siguiendo la tradición estadounidense y no la europea, que los celebra el 19 de marzo, fecha dedicada en el santoral católico al padre putativo de Jesús, el sufrido José.
Sea como sea, en marzo o en junio, celebramos hoy a los padres. Ahora bien, y miren que no es por ser antiyankee, pero yo prefiero pensar en el pobre José y su vara de nardo florecida cuando celebro el Día del Padre. Me gusta pensar en los que crían. En los que enseñan, en los que guían, en los que acogen, alimentan y abrigan, porque lo de implantar la semillita y creer que eres el padrote, (o el palomo que más mea), a mí me la trae un poco al pairo, para qué les voy a mentir.
Y por eso este día yo me acuerdo de todos.
Me acuerdo hoy de aquel hombre que no llegué a conocer, lo veo en aquella vieja foto, apoyado en el quicio de una puerta, elegante sin querer, con el acordeón y el cigarro al desgaire entre los labios. El maestro rodeado de niños desharrapados en una escuela humilde, aquel al que aún hoy los que fueron sus alumnos tratan de Don con respeto y reverencia, y le doy las gracias por enseñarme a enseñar.
Recuerdo hoy al sastre. Templado como una espadaña, duro y terco. El que todo el mundo rememora con temor y que para mí solo tenía paciencia, el que me compraba vestidos y turrón. El que se quedaba quieto por horas para que yo me quedara dormida tocando su oreja. El que cojeaba por el camino mientras me dejaba cabalgar con su bastón por caballo. El que me enseñó que las amapolas, aunque sean preciosas, no se deben cortar porque si las cortas se mueren. Y le doy gracias por enseñarme el valor del deber y por dejarme aprender a despedirme de los que amo.
Recuerdo a aquel otro José, el que me enseñó a cuidar a cualquier ser vivo que necesitara cariño, el que me enseñó que una casa en la que hay erizos, urracas y conejos es completamente normal. El que siempre tenía dulces y me los ofrecía con un guiño, el que pasó a limpio mi primer cuento y se alborozó cuando gané aquel premio gracias a él. El que me enseñó que con paciencia y cariño las pegas hablan y dicen ‘Mónica, bonita'.
Recuerdo al padre dominico, y los paseos por la huerta del convento. Me enseñó el valor del silencio, a parar mi galope y dejar de caracolear. Me enseñó a ser el ojo que al verse se es. También recuerdo a Jorge y su risa, el padre que me enseñó a nacer en este país con paciencia irónica y su peso liviano en mis brazos cuando me aferraba a él. Recuerdo a otro José (¡cuántos Josés en mi vida!), el que me enseñó a beber vodka y del que aprendí que el que te quiere sabe lo que necesitas y llega sin preguntar, trayendo sillas, comida y alcohol al hueco donde estás escondida lamiéndote las heridas.
Y al mío, al que me reprende sin una palabra, al que luego me explica con paciencia porqué me reprendió, al que se ríe cuando me ve reír, con el que me peleo de bromita y termino mordiéndole en serio porque aún hoy no tengo fuerza suficiente para vencerle en buena lid, al que extraño todos los días, a todas horas, el que me ha enseñado a nadar, a montar en bicicleta, a beber, a conducir y a conducirme. A ese lo celebro y lo añoro.
COLUMNISTA