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Sobre las historias perdidas de la modernidad panameña
- 11/06/2023 00:00
- 11/06/2023 00:00
Como dice la historiadora Marixa Lasso en el epílogo de su libro Historias perdidas del Canal de Panamá, la versión que hasta hace poco primaba sobre los pueblos históricos de la Zona era la que retrató el periodista y escritor Gil Blas Tejeira en su novela histórica, Pueblos Perdidos.
Publicada por primera vez en 1962, la novela reprodujo la narrativa impuesta. Es así que, en una de sus partes, Tejeira escribió: “Los pueblos de La Línea fueron sacrificados a favor de la gran vía, entre los primeros, Gatún. (...) Ahorca Lagarto desapareció del mapa, lo mismo que Bohío Soldado y Buena Vista. Frijoles fue inundado (...). Tabernilla, San Pedro, Mamey quedaron como nombres históricos. Matachín y Obispo, Cascada y Emperador, Culebra, Paraíso, Río Grande, Pedro Miguel, Corozal… se desvanecieron para dar paso a la vía acuática que venía a unir los dos grandes océanos”.
Pero esta versión tan fuertemente asentada, aceptada y repetida se rompió en pedazos cuando Lasso regresó a Panamá hace un par de años y empezó a contar, igual en espacios académicos que en salones de eventos y cafés, que aquel destino y aquella unión de los dos océanos no había sido, después de todo, ni tan irremediable ni tan triunfalista.
Historias perdidas del Canal de Panamá aborda dos grandes temas: la historia de cómo Panamá perdió sus puertos internacionales, y la historia de los pueblos que fueron expulsados de la ruta transístmica. Para explicar ambos hechos no solo se recurre al re-cuento de los acontecimientos, sino que el libro propone también —y este es uno de los elementos más interesantes— una reflexión sobre las ideas dominantes a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, y la forma como esa narrativa perjudicó a la naciente República de Panamá y a las miles de personas obligadas a salir de la Zona.
¿Cuáles eran esas ideas dominantes? El llamado “racismo científico” y la noción de “Occidente”. “Contrario a lo que suele creerse, la idea de Occidente es una invención histórica bastante reciente” de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, establece Lasso, entendiendo el concepto como aquella cultura capaz de generar progreso, acción y movimiento histórico.
Según esta noción, “la historia de Occidente era la culminación de todo el desarrollo alcanzado por la humanidad: desde la filosofía griega, pasando por las ideas de la Ilustración sobre la libertad, y desde la geometría egipcia hasta los cambios tecnológicos provocados por la Revolución Industrial”. Esta concepción derivó, a su vez, en la idea de “civilización occidental”, y dentro de esta categoría sólo cabían Estados Unidos y Europa Occidental. Como añade la historiadora, esto provocó el reajuste de “las geografías culturales de Europa y América”, haciendo que Europa del Este y América Latina quedaran excluidas de la civilización. Es decir, América Latina terminó convertida en territorio salvaje, incivilizado; categorías que continúan vigentes y nos siguen afectando, pero ahora con otro nombre: el del subdesarrollo.
Ahora, ¿qué relación tiene esto con la pérdida de los puertos y la expulsión de los pueblos de la ruta transístmica? Lasso indica que, cuando los panameños supieron de las intenciones de Estados Unidos para apropiarse del puerto de Panamá y de Colón, reaccionaron con asombro. “Los panameños entendían que los puertos eran solo la última manifestación de cuatrocientos años de historia que llevaba el istmo como puerto internacional (...). No había nada en la historia de Panamá que pudiera haber preparado a sus ciudadanos para la peculiar interpretación estadounidense del convenio (Hay-Bunau Varilla), que le quitaría a Panamá sus puertos internacionales y convertiría a la Zona en un territorio sin panameños”.
La “peculiar interpretación” respondía, precisamente, a esa concepción que Estados Unidos tenía de sí mismo (representante del progreso, de la civilización, de la modernidad), frente al territorio nativo que constituía Panamá, desde su perspectiva. Pero resulta que los panameños se sentían, y eran de hecho, parte de esa modernidad que Estados Unidos les negaba.
Estas diferencias, ontológicas y hasta éticas, si se quiere, provocaron conflictos diplomáticos y convirtieron el Tratado de 1903 en material de largas discusiones. Eusebio A. Morales, por ejemplo, armó una “sofisticada defensa”, destaca Lasso, para dejar claro que el convenio “sólo le había dado a Estados Unidos lo necesario para construir, mantener y defender el Canal”, y que no implicaba, de ninguna manera, la cesión de territorio, traspaso absoluto de soberanía o la administración de actividades no relacionadas con las operaciones canaleras. Lasso lo cita varias veces, pero para conocer la totalidad del argumento de Morales bien vale leer el texto titulado “Cuestiones del Canal”, incluido en el libro Ensayos, documentos y discursos, publicado por la Editorial Biblioteca Nacional.
De todas formas, aquí unas cuantas líneas de su exposición, que entre julio y agosto de 1904 presentó en Washington en su calidad de abogado consultor de la legación de Panamá: “Como antecedentes imprescindibles de la Convención Varilla-Hay, es necesario tener presente el Tratado Hay-Herrán (...). Ambos tratados fueron celebrados con el mismo objeto principal: facilitar a los Estados Unidos la construcción de un canal para naves entre los mares Atlántico y Pacífico. Ni en uno ni en otro caso, fue el pensamiento de las altas partes contratantes celebrar un convención de cesión de territorio ni de renuncia absoluta de soberanía por parte de alguna de ellas”.
Para Lasso, el argumento de Morales ilustra “un intento, ya olvidado, que hizo la élite local por salvaguardar los recursos de Panamá para mantener la posición del país como un actor moderno en la economía global”, y también constituye una “contranarrativa tanto del discurso triunfalista de que el canal trajo el progreso al país como de las historias que presentan a las élites locales tan solo como débiles herramientas del imperialismo estadounidense”.
Esta última afirmación de Lasso es provocadora. Provocadora frente a la llamada “leyenda negra” del proceso separatista del Istmo y el papel que jugaron las élites, un papel que la también historiadora Patricia Pizzurno desarrolla en otro libro que hay que leer, Memorias e imaginarios de identidad y raza en Panamá siglos XIX y XX. En este obra, Pizzurno sostiene que la élite panameña tenía una “ambigua noción de soberanía” ya desde mediados del siglo XIX, y que los “próceres capitalinos compartían plenamente” la creación de una República-Protectorado, “en la que la soberanía y la misma existencia del Estado recién fundado, importaban menos que la construcción del Canal y el mantenimiento de la paz que garantizara el éxito del emporio comercial”.
Más allá del enfoque de una y otra autora, el libro de Lasso pone los reflectores sobre una línea de investigación fascinante: que para cuando se construyó el Canal, a principios del siglo XX, Panamá tenía ya varias décadas de experiencia republicana, y que los istmeños eran, por tanto, parte de una modernidad que luego les fue negada, al catalogarlos como “nativos”.
Esta “nativización”, este afán de Estados Unidos de concebirse como portadores del progreso y, en consecuencia, encargados de guiar y tutelar, fue lo que hizo posible, o sirvió de excusa, para todo lo que vendría después: el paulatino vaciamiento de la Zona del Canal.