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- 04/06/2023 00:00
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La industria del cine japonés cuenta con más de ciento veinte años de existencia y desde sus inicios se caracterizó por la excelencia de sus directores, por tanto, ha obsequiado al mundo con muchas y maravillosas películas. Cuando se habla de sus maestros del cine el primero que vendrá a la mente es Akira Kurosawa como referente, sin embargo, hay muchos otros que fueron tan talentosos como él, pero poco conocidos en nuestro continente, este es el caso de Yasujiro Ozu (1903-1963) a quien honraremos hoy.
Ozu fue un prodigio que trabajó en tres momentos diferentes del cine: inició con las películas silentes o mudas, siguió con los talkies como en un principio se conocieron las sonoras y finalmente con las películas en color. Desafortunadamente Ozu murió a los sesenta años cuando su productividad era asombrosa. Había creado cincuenta y cuatro películas: treinta y cuatro mudas —de estas, dieciséis se han perdido y de dos, solo se conservan menos de quince minutos de metraje—, otras catorce sonoras y seis en color. Como director Ozu fue prolífico.
Nuestro primer acercamiento a sus trabajos fue hace poco tiempo, relativamente hablando. En 2004, gracias a una clase de doctorado sobre los mejores exponentes del cine japonés pude acceder a siete de sus películas que estaban disponibles en la videoteca de la Facultad de Ciencias de la Información, luego conseguí algunas otras en DVD y pues ya me había fascinado su trabajo.
Ozu fue un director especial pues no se dejaba llevar por lo que se hacía en el cine en el momento que le tocó vivir. Desde un principio sus creaciones carecían de disolvencias —el pase suave de un plano a otro—, estas eran reemplazadas por tomas de objetos, paisajes o cuartos vacíos que precedían a la siguiente secuencia, a lo cual David Bordwell les llamó “intermedios” porque en muchas ocasiones no representaban algo de la siguiente toma, sino que simplemente estaban allí. Burch los bautizó como “extradiegéticos” —que no pertenecen a la narración— y este estilo siempre ha sido motivo de diálogo entre los especialistas.
Pero esa no era su única característica, Ozu utilizó trípodes bajos —que no llegaban a noventa centímetros— con lo cual lograba que el foco de las cámaras fuese un poco más bajo, como un actor en cuclillas sobre un tatami —esteras de paja tejida—; de ese modo hacía tomas tanto en exteriores como interiores y con dichos encuadres sus personajes se ven desde una perspectiva poco común en el cine de oriente u occidente.
Como explico a mis estudiantes, en el cine no hay reglas sino sugerencias, y Ozu rompió hasta con la más sagrada de ellas, que es el Salto de eje y consiste en grabar a los personajes de un lado de un eje imaginario creado por su mirada y la cámara no debe 'saltar' la línea imaginaria que los une. Sin embargo, a él parecía importarle poco e incluso podría decirse que saltaba el eje a propósito.
La mayoría de sus películas se enmarcan en los géneros gendai-geki —dramas contemporáneos— y shomin-geki —dramas de gente común—. Sus tres películas más destacadas fueron conocidas como la “trilogía Noriko”: Primavera tardía (Bashun, 1949), Principios de verano (Bakushu, 1951) y Cuentos de Tokio (Tokyo monogatari, 1953). Dicha trilogía contó con la actuación de su actor fetiche Chishu Ryu (1904-1993) quien apareció en más de treinta de sus obras, además de la talentosa Setsuko Hara (1920-2015). Según la escritora Ishii Taeko, Ozu se refería a Hara como una verdadera profesional: “Para una actriz el rol más difícil es el de una mujer de casa, una mujer común y Setsuko Hara lo hace a la perfección”.
A nosotros las películas de Ozu pueden resultarnos un poco difíciles de entender, ya que el cine de Hollywood nos tiene acostumbrados a saltos trepidantes, acción o misterios, mientras que sus producciones son más parecidas a una historia común del día a día, algo que podría pasar en cualquier familia de su época. Filmográficamente hablando, las secuencias y ritmos son tranquilos y los diálogos son conversaciones domingueras entre familiares.
No obstante, Ozu es un director que se ganó el aprecio a nivel internacional, por lo que en la actualidad es posible acceder a varias de sus creaciones en plataformas especializadas como el canal Criterion. Los francófonos corren con suerte, en 2019 la compañía francesa Carlotta Films elaboró un cofre de veinte películas remasterizadas en DVD y Bluray en 2k y 4k entre las que se presentan las más icónicas del director, ellas cuentan diálogos en japonés original y subtítulos en francés. Es probable que con algo de suerte todavía estén accesibles.
Para acercarse a los trabajos del autor existen en internet varias listas de las que se consideran sus mejores películas, personalmente recomendaría cinco como mínimo: He nacido, pero... (“Otona no miru ehon - Umarete wa mita keredo”, 1932) de su época muda; entre sus creaciones sonoras en blanco y negro la “Trilogía Noriko”, que mencionamos con anterioridad, es imprescindible y cerraría con la que, en mi opinión, fue su mejor producción en color, El sabor del sake (Sanma no aji, 1962).
En caso de que usted esté familiarizado con el director y sea amante de su cine, hay dos libros cuya lectura recomendamos: Ozu and the Poetics of Cinema de David Bordwell y Ozu his life and films de Donald Richie, además de una obra escrita por el propio Yasujiro Ozu La poética de lo cotidiano: Escritos sobre cine y cerraría con uno específico de la trilogía Noriko: En torno a Noriko de Antonio Santos. Aunque estos dos últimos no lo hemos podido leer, confiamos en que ampliarán muchísimo su y nuestro conocimiento sobre las admirables facetas del director Yasujiro Ozu y el hermoso legado que nos dejó.
Quiero agradecer a la Dra. Laura Montero Plata por su ayuda en la creación de este artículo.
El autor es doctor en Comunicación Audiovisual y vicedecano de la Facultad de Arquitectura y Diseño.