Miles de feligreses celebraron este lunes el Día de los Reyes Magos en Bolivia con la costumbre religiosa de llevar las imágenes del Niño Jesús a los templos...
- 15/09/2013 02:00
- 15/09/2013 02:00
Esta ciudad está llena de gentes que van y vienen con la marea. Cuando digo marea no digo caos, no digo descontrol, no digo diablo impredecible, mucho menos proceso confiable, ni suceso despiadado desentendido de la maquinaria de la vida; cuando digo marea digo yo. Yo soy el señor de la marea. Mucha gente (hombres y mujeres con toda su carga de derrotas y victorias pírricas) pasa por delante de mis ojos y se esfuma de inmediato apenas lo decido. Por ejemplo: Esteban, Gloria, David, Juan, Lucía, Leisy, (ya los vi, ya se van).
Hay otra vida dentro de esta vida, pienso a veces. Debe haberla, si no entonces para qué tanta jodienda. Esa vida -me digo mientras charrasqueo mi guitarra tratando de cazar canciones- es una abejita, pequeñita abeja de antenitas amarillas y culo redondo, es una abejita que revolotea y zumba y se frota las manos a pesar de los cambios de humor que la acosan. Su zumbido es una dulce resignación al encierro definitivo. Sabe que jamás escapará. Hay otra vida dentro de esta vida y esa otra vida no es nada menos que mi abejita resignada.
Me gustaría hacer las cosas con cierto aire de celebración, celebrar la concepción de un poema, de un cuento, una novela, una canción, celebrar la simple chispa de una idea interesante; celebrar un trago, una siesta, una tarde caliente y soporosa, una conversación, mirar a mis contertulios a la cara y ver amigos y por una vez en la vida no desear otra que cosa que un abrazo que prevalezca.
Pero no, nada para mí es festejo, ni un aplaudir de manos ni silbidos de alegría; cada cosa que hago es un escape, una forma de huída, fuga, abandono, retirada, pedazo de dolor impulsado hacia una tierra en donde no haya demonios ni pirañas bípedas. Sólo por un rato, sólo un ratito, un ratito más, ‘un poquiiiiiiito más’, tarareo la lastimera canción.
Existen escritores que quieren meter toda la vida en una novela; yo no. Yo deseo lo contrario, quiero meter toda una novela en la vida, sólo así la vida (la vida y sus respiraciones) tomará un curso lógico, un transcurrir lento y sano y ya no sangraré, ya no sangraré, ya no sangraré. No habrá sangre y eso estará bien. Me voy con mis demonios a cuestas (cayendo, cayendo una y otra vez) como la abejita y pienso: ‘Traer un pequeño demonio con mi sangre a este mundo está cabrón, pero ni modo, va, qué carajo’. El cielo está negro, como mi corazón, como mi alma. Alzo la mano para detener un taxi, porque ando con la placa del carro vencida pero no se lo digan a nadie. El rechinar de las llantas me asusta. El taxi, milagro, se ha detenido. Abro la puerta con destreza, entro, saludo al taxista y digo en alta voz mientras balanceo la cabeza con los ojos cerrados: ‘Sin demonios la vida sería muy aburrida. Mi vida es buena, es entretenida.’ El taxista me mira con sospecha, hace una mueca de desprecio y pregunta: ‘¿A dónde va ?’.
-----No lo sé -trato de esbozar inúltimente una respuesta- No sé dónde vivo...
-----Usted está loco, compa, me responde
-----Ah, ya recuerdo... Yo vivo en el dolor, pero por favor, no me lleve allá...
MÚSICO Y POETA