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- 19/10/2014 02:00
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A dolfo Hitler comenzó su visita a París el 28 de junio de 1940 temprano, cuando no había un alma en las calles. Sus botas pisaron desde las seis hasta las 8 y 15 de la mañana los principales monumentos de la Ciudad Luz. De ese recorrido relámpago, solo la visita a la Torre Eiffel quedó grabada en la memoria, todo gracias a una fotografía que el Führer escogió para ilustrar la ocupación.
En la imagen, Hitler aparece posando en la explanada de ‘Trocadero’. Detrás de él, se ve majestuosa la dama de hierro con sus 324 metros de altura. Su presencia al frente de tan insigne monumento significaba que él no quería conquistar únicamente Francia o Europa, sino al mundo.
Hoy, 125 años después de su inauguración, la Torre Eiffel sigue siendo un símbolo histórico universal incontestable. Para celebrar, la Alcaldía de París renovó el primer piso, que ahora luce un impresionante suelo de cristal. Pocas veces desde su creación su arquitectura ha sido modificada. La torre fue concebida en 1884 por los ingenieros Maurice Koechlin y Émile Nougier, cuyo diseño luego retocó el arquitecto Stephen Sauvestre, todos miembros de las empresas Eiffel.
Gustave Eiffel, cabeza de la compañía, empezó a construirla en 1887 para dejarla lista en 1889, año de la Exposición Universal, durante la cual se pretendía mostrar el desarrollo de la industria francesa. El resultado fue una estructura de hierro de tres pisos sobre una base cuadrada cuyos lados miden 125 metros. Se trataba de la estructura más grande del mundo en ese entonces.
FUNCIONALIDAD A LA FRANCESA
Paradójicamente el monumento más amado del planeta estuvo a punto de ser destruido poco después. La torre tuvo un gran éxito durante la exposición, pero muchos pensaban que era fea e inútil. Se dice que el escritor Guy de Maupassant, que la detestaba, comía en uno de sus pisos. ‘Es el único lugar donde no la veo’, decía. Ante la posibilidad de tumbarla, Gustave Eiffel le encontró una razón de ser muy práctica: la torre servía de observatorio meteorológico y antena radial. Durante la Primera Guerra Mundial fue un punto de interferencia de las comunicaciones del enemigo.
Poco a poco se convirtió en el referente de Europa, más allá del Big Ben de Londres o el Coliseo de Roma. Hoy la visitan 7,1 millones de personas al año y es el monumento con entrada paga más frecuentado en el mundo. Todos los 14 de julio, cuando el país conmemora la toma de la Bastilla, un espectáculo de fuegos artificiales desde la torre enciende el cielo parisino.
Pero además la Torre Eiffel es un distintivo de Occidente, que se ha anclado en el imaginario colectivo universal. ‘La torre solo pudo ser plenamente el símbolo de París cuando superó la hipoteca del pasado y se volvió el símbolo de la modernidad (…) Edificio inútil e irremplazable, mundo familiar y símbolo heroico, testimonio de un siglo y monumento siempre nuevo, objeto inimitable y reproducido sin cesar, señal pura, abierto a todos los tiempos, a todas las imágenes y a todos los sentidos, a la metáfora sin freno’, escribió el semiólogo Roland Barthes en su obra La Torre Eiffel , publicada en 1964.
SÍMBOLO DEL PASADO
Aunque es visto con admiración en todo el mundo, el monumento se enfrenta al desdén de su ciudad. Muchos parisinos se enorgullecen de nunca haber subido a la torre, que ven como un lugar lejano de la verdadera vida de la capital.
A pesar de esa visión local, muchos disfrutan de picnics o del jogging matinal en el jardín Campo de Marte, al frente del monumento. ‘Es cierto que quienes han nacido y crecido acá son indiferentes a su encanto, pero a mí me parece majestuosa, elegante, bella. Cada vez que paso al lado la observo y me impresiona, me emociona’, dice Nadèje de la Tour, parisina de 25 años que vive a diez minutos del monumento.
El 25 de agosto de 1944, por primera vez en tres años, una bandera francesa ondeaba en la Torre Eiffel. Las fuerzas aliadas habían liberado París y el bleu-blanc-rouge en lo alto de la dama de hierro encarnaba a la humanidad, que había vencido a la barbarie.