Ciclistas, atletas, patinadores y paseantes de la capital colombiana tienen una cita infaltable desde hace 50 años: la ciclovía de los domingos y festivos,...
- 17/05/2020 00:00
Culillo
El 10 de enero del año 2010 publiqué un Aullido que se titulaba 'Miedo', el tema era una reflexión sobre la histeria colectiva y el pavor que se extendió sobre el mundo a raíz de la andanada de ataques terroristas que hubo por esa época.
En esa columna advertía sobre la utilización del miedo como truco efectista y efectivo por parte de los políticos para logar que les dejáramos mangonearnos y entregarles a manos llenas y ojos cerrados nuestra privacidad y nuestra libertad en aras de una falsa seguridad.
En aquel entonces y a pesar de todo, no lograron cerrar aeropuertos. Diez años después, les han crecido las espuelas, nos tienen bien tomadas las medidas y aquí estamos, presos en nuestras propias casas, con libertades conculcadas y derechos restringidos. Y con casi todos los aeropuertos cerrados.
Lo que no lograron una sarta de asesinos explotando cosas lo ha logrado una gripe. Una gripe, señores, una gripe contagiosa, sí, muy contagiosa, sí. Pero una gripe.
Una gripe que, magnificada por políticos, agoreros, periodistas y alguna que otra señora histérica, ha logrado instalar en nuestras casas, en nuestras manos y nuestras mentes el miedo pánico. Una gripe que, soplando la flauta del capridivino, nos ha expulsado de nuestra normalidad hacia otra normalidad. Una nueva, dicen, diferente, insisten. A estrenar, nos engatusan. Una nueva normalidad donde todos seremos mucho mejores, más amables y los unicornios se acercarán a nosotros para comer gentilmente las hierbitas que cultivaremos en nuestros huertos orgánicos.
Dios y padrecito Estado nos están cuidando, ellos son sabios y conocen, mejor que nosotros, cómo debemos vivir nuestra vida.
“Pero una vez que hemos dejado clara la inevitabilidad de la muerte, hablemos de la dignidad de la vida, cosa que me interesa mucho más, y nunca me ha gustado esconderme cual gazapillo asustado en un hueco. Un hombre sin su dignidad está mejor muerto. Aun así, la gente se aferra a su vida y están dispuestos a negociar con su orgullo por una falsa seguridad. Es falsa, señores, no se engañen, (…). Quieren hacerles creer que, con quitarles su libertad(…), con ponerlos sobre aviso y exacerbar el miedo, conseguirán que ustedes crean que todo está bajo control”.
Y no lo está, por lo menos no la muerte; pero a nosotros sí que nos tienen bajo control, encerraditos en casa como cerdos en sus porquerizas, aculillados, queriendo salir, pero sin querer salir.
Nos regañan, nos sueltan la rienda, nos la recogen otra vez, nos ofrecen la zanahoria y nos endiñan un palo, nos pasan la mano por el lomo y nos gritan que así no, que en realidad nos pegan por nuestro bien, porque nos quieren, que les duele más a ellos que a nosotros, pero que como no nos portemos bien nos van a castigar sin salir de nuestro cuarto y sin cerveza de postre por lo menos hasta Fiestas Patrias.
Hace diez años avisé. “Estamos permitiendo que nos quiten una gran parte de nuestra libertad en aras de la seguridad… empiezan por los aeropuertos, pero si no lo paramos el Gran Hermano nos vigilará a todas horas, teléfonos, mensajes de correo, chats. Acostúmbrense. Cuiden sus palabras, sus gestos, sus exabruptos. Ya no podremos llevar miel en nuestras maletas, ni podremos bailar la canción de King África por exaltada, tendremos que cuidar lo que decimos y a quien se lo decimos, no podremos ser libres de ir y venir a nuestro antojo. Mundo más triste, chico…”
Y dicho y hecho, les ha costado diez años y una gripe, pero lo han conseguido. Aquí nos tienen. Niños burbuja, encerrados, protegidos y mangoneados.