Conquistados por gigantes

Actualizado
  • 07/07/2024 01:00
Creado
  • 05/07/2024 20:48
El amor por los robots gigantes en Japón es verdaderamente palpable, de los míticos robots Gundam de Sunrise existen tres a escala natural en Tokyo, Yokohama y Fukuoka, mientras que en Kobe podemos disfrutar del Hombre de acero

La ciencia ficción ha influido en autores a nivel mundial, nombres como Asimov o Bradbury resuenan en nuestra mente, pero ella también apareció en forma de historias ilustradas en revistas como la mítica Heavy Metal, que dieron la vuelta al mundo. Por supuesto que los japoneses también fueron ‘tocados’ por la «esu efu» —SF, pronunciación fonética de las siglas de Ciencia ficción en inglés— y al igual que con los kaiju —monstruos gigantes— los nipones soñaron en grande.

Un poco de historia

Antes de comenzar con los mecha —pronúnciese meka—, recordemos la obra teatral de 1921 «Robots universales de Rossum» (Rossumovi univerzální roboti), del Checo Karel Capek (1890–1938), quien crea la palabra robotderivada del checo robota: trabajo servil o esclavo—. Dos décadas después en Japón, los fanáticos de los robots crearon sus propias historias tales como: «El pulpo eléctrico» (Denki Dako, 1940) o «Androide de energía atómica» (Genshiryoku Jinzoningen, 1948), ambos pilotados pero de escaso tamaño. A pesar de que los robots pululaban en revistas y luego la televisión, personajes como Astroboy o Eightman —ambos a escala humana— fascinaron, pero no tanto como los gigantes. El primer mecha —abreviatura de mecánico, para referirse a diversas máquinas— o como se les conoce actualmente, «robots gigantes», aparecería ocho años más tarde en el manga de Yokoyama Mitsuteru (1934–2004). A Panamá llegó la serie animada «El hombre de acero» (Tetsujin Nijūhachi-gō, 1960), fue el primero animado, un robot de dieciocho metros de altura controlado remotamente por Shotaro Kaneda.

El género comenzó a crecer en la década de los setenta, con «Astro Ganger» (Astroganga, 1972-1973) un robot «automático» y su contraparte humana quienes luchaban contra el mal. De la mano de Go Nagai vino un cambio de paradigma, pues con «Mazinger Z» (Majingā Zetto, 1972-1973) nos coloca dentro del robot como pilotos. Koji Kabuto manejaba a Mazinger Z en las luchas contra «monstruos mecánicos» enviados por el Doctor Hell y controlados de forma remota por sus acólitos el Barón Ashler o el Conde Decapitado. Esta no fue la única primicia, Nagai introdujo la primera piloto femenina, Sayaka Yumi.

En los setenta, los robots gigantes proliferaron como setas y el siguiente cambio también sustancial vino con «Getter Robo» (Getta Robo, 1974-1975), la unión de tres vehículos que dependiendo de cómo se acoplaran podían crear hasta tres versiones diferentes del mismo. Pero esto no sentó bien a la compañía de juguetes que patrocinaba la serie, ya que podía vender las naves y el robot, pero no había logrado que dichas naves se encajaran para formarlo. El «Super magnetrón» (Magunerobo Ga Kiin, 1976-1977) por su parte fue la primera serie en que para controlar al robot se necesitaban dos pilotos... ¿Les suena familiar?, a Guillermo del Toro sí, mucho, en especial en «Titanes del pacífico» (Pacific rim, 2013).

La fórmula episódica comienza a sentir el agotamiento, ya que las historias donde el malo envía un robot a atacar un lugar, el bueno defiende y termina venciendo al enemigo comienza a tornarse aburrido entre el público y a pesar de que las fábricas de juguetes estaban contentas, los fans ya estaban deseando algo más y diferente.

Los seriados

TOEI y Shueisha —ahora conocida como Sunrise studios— producen la «Robot romance trilogy», tres series de mecha que superaron el género añadiendo mayor dramatismo, desarrollan los personajes dándoles mayor profundidad lo que a su vez atrae una demografía mayor, pero el golpe de gracia lo darán con «Super máquina Zambot 3» (Muteki Chōjin Zanbotto 3, 1977-1978). La guerra es tratada de forma realista, se percibe el sufrimiento humano, tanto en los héroes como en los pobladores civiles e incluso, se llega al culmen del drama cuando al final de la serie de los tres niños que manejan el robot, dos mueren.

Sin saberlo, Sunrise estaba a punto de ganarse el premio gordo cuando inician el proyecto «Space battlegroup gunboy» y dedican tanto tiempo a la creación de los mechas que se quedan sin tiempo para el diseño de los alienígenas. Este es el momento en que los ‘adversarios’ se manifiestan con extraterrestres, por la premura Sunrise se refugia en nuestro mejor enemigo, nosotros mismos. La serie podría considerarse una guerra civil entre humanos, muestra el drama y la miseria de los personajes e incluso hace que el protagonista no quiera manejar el mecha que salvará a su gente —apártate Shinji Ikari—. Cerrando los setenta debuta con el nombre de «Mobile suit gundam» (Kido Senshi Gandamu, 1979-1980), al principio parece destinada al fracaso, la venta de juguetes no es lo que esperaban, pero la explicación es sencilla, hecha para un público infantil, la misma cala entre adolescentes y jóvenes adultos.

La productora cinematográfica Shochiku les propone hacer una película y gracias a una jugada maestra de su creador, Tomino Yoshiyuki, el tema se convierte en tres películas. El día de su estreno más de diez mil personas se reúnen frente al cine a escuchar a Tomino, quien declara que este es el inicio de una «nueva era del anime» —Anime shinseiki sengen— con temas dirigidos a todos los públicos, no solo el infantil.

Gigantes entre nosotros

El amor por los robots gigantes en Japón es verdaderamente palpable, de los míticos robots Gundam de Sunrise existen tres a escala natural en Tokyo, Yokohama y Fukuoka, mientras que en Kobe podemos disfrutar del Hombre de acero. Esta fascinación abrazó al mundo y ha logrado que el género mecha no solo se mantenga vivo sino que sigue evolucionando en series como «Evangelion» (Shinseiki Evangerion, 1995-1996) y «Gasaraki» (1998-1999), no solo con los personajes, sino con el grado de realismo con que han actualizado a esos robots gigantes.

Quiero agradecer a Oriol Estrada Rangil por su cooperación en este artículo.

*El autor es Doctor en Comunicación Audiovisual y Vicedecano de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Panamá

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