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- 21/03/2020 06:00
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Como se recordará en entregas pasadas, el conocido diálogo de Platón en donde se aborda el problema de lo bello –el Hipias Mayor– culmina con la admisión de “Lo bello es difícil” (304e); sin embargo, esta dificultad será resuelta en el Fedro, un texto complejo que no solo se ocupa de temáticas dentro del campo de la estética, pero que sin embargo revitaliza la doctrina acerca de lo bello en la filosofía platónica.
Tal como se indicó, el Fedro no es un texto que estrictamente aborde temáticas del campo de la estética, más bien se podría decir que su principal preocupación será el lenguaje y sus determinaciones. La dificultad de precisar las palabras –definirlas, colocarles límites, etc.– se podría decir que es la principal ocupación de este diálogo, lo cual es evidente desde el inicio del mismo. Aquí, Sócrates y Fedro (los dos interlocutores del diálogo) analizan, por ejemplo, el concepto del amor presentado en el discurso de Lisias y en los dos discursos ofrecidos por Sócrates; aunque cabe aclarar que los griegos tenían distintos conceptos para abordar las diversas formas de experimentar el amor, así que en un determinado momento hablan de Eros (amor erótico) y en otro de Philia (amor fraternal).
El Fedro también analiza el problema de la supuesta permanencia que otorga la palabra escrita, en tanto que prolonga la vida del discurso de un orador más a llá de la inmediata temporalidad de la voz y el instante (258b); también se trata la dificultad de precisar las palabras si se carece de los paradigmas (paradeígmata) adecuados (262c); se podría decir que son temas propios de la crítica literaria, aunque ciertamente todo está muy mezclado con la epistemología platónica. Pese a lo anterior, en dicho diálogo aparecen varias alusiones a la belleza [(238c), (244a), (244d), (245b), (246e), (248d), (267c), entre otras]; pero será ya casi al final de la primera mitad del mismo en donde –a través de Sócrates– se ofrecerá una explicación sobre la estructura del alma, la cual servirá para que Platón pueda presentarnos su nueva doctrina de lo bello.
Para explicar el alma, el filósofo griego emplea la conocida alegoría a través de la cual se equipara la misma a un carruaje tirado por dos caballos, con lo cual el alma estaría dividida en tres partes: dos caballos y una auriga. Pese a que el procedimiento alegórico es criticado desde un punto de vista pedagógico en su República (II, 378b), Platón respeta la dignidad cognitiva de las alegorías, en tanto que son un instrumento que nos facilita tomar consciencia de nuestra dependencia hacia una dimensión sobrenatural y superior a la del universo sensible. Por lo cual, en diversos diálogos se sirve del pensamiento mítico para explicar sus doctrinas, y el Fedro no es la excepción.
En este sentido, la alegoría presentada en el Fedro sirve para explicar el conflicto constitutivo e interno del alma humana, una lucha entre el ámbito intelectivo-racional, frente al entusiasmo y la pasión. De esta forma, en la alegoría uno de los caballos es dócil, se contiene y no salta alocado ante el estímulo externo; el otro, al contrario, se lanza, es impetuoso y apasionado, con lo cual el segundo termina “poniendo en toda clase de aprietos al que con él va uncido y al auriga, y les fuerza a ir hacia el amado y traerle a la memoria los goces de Afrodita” (254a).
Pero, ¿por qué los goces de Afrodita causan tal impacto en nuestra constitución interna? La explicación que ofrece Platón consiste en señalar que la belleza es aquella frontera entre el conocimiento sensible y la forma superior e intuitiva del saber, cuyo supremo esplendor no podemos ver. No obstante, la Belleza si se deja ver, “solo a la belleza le ha sido dado el ser lo más deslumbrante y lo más amable” (250d). Si bien la Belleza es un ser fronterizo que nos ata a la visión del instante (un bello rostro, una bella doncella, etc.); también es capaz de traspasarnos hacia ese deseo por la verdad trascendente, provoca que aspiremos a algo más allá de la temporalidad inmediata que nuestros sentidos aprehenden.
Y aquí es preciso acotar que para Platón la belleza es la “reminiscencia de lo que vio, en otro tiempo, nuestra alma, cuando iba de camino con la divinidad, mirando desde lo alto a lo que ahora decimos que es, y alzando la cabeza a lo que es en realidad” (249c). Es decir, la Belleza está vinculada a la Verdad y al Bien (características de lo divino); por ende, es una ventana que nos estimula hacia la búsqueda de lo divino.
Ahora podemos comprender por qué la tarea que emprendió el Hipias Mayor estaba destinada al fracaso desde sus inicios, y es que la búsqueda de la Belleza estaba sujeta en aquel diálogo al terreno de la sensibilidad, el cual está inmerso en el cambio, carece de límites claros y está afectado por la doxa. Para evitar estas consecuencias negativas, Platón inventa un universo que trasciende el terreno del error y la opinión, siendo la Belleza un reflejo del paraíso perdido. Ahora –a diferencia de la estética negativa del Hipias Mayor– el Fedro nos ofrece una “estética constructiva” o una “estética del entusiasmo” (Bayer, 37).
Sin embargo, dada la naturaleza de nuestra alma, la belleza también puede ser causa de grandes males si dejamos que el caballo impetuoso tome el control; pero, indica Platón “…si vence la parte mejor de la mente, que conduce a una vida ordenada y a la filosofía, transcurre la existencia en felicidad y concordia, dueños de sí mismos, llenos de mesura, subyugando lo que engendra la maldad en el alma, y dejando en libertad a aquello en lo que lo excelente habita” (256b).
A Platón, por supuesto, le interesa que sea el segundo caso, aquel en donde lo mejor de nosotros termine dominando. Por ello es que en la República fue tan crítico de los poetas. Su condena posee razones históricas y culturales, pues la poesía era una actividad pública en las polis griegas, la cual influía considerablemente sobre la formación de sus ciudadanos. Esta crítica se comprende en la distinción que Platón hace entre éidolon y éidos; si bien ambos términos se relacionan con el verbo idéin (ver), en el primer caso se ve con el ojo, es la visión física; por el contrario, en el segundo caso se ve con una visión mental.
No obstante, mientras que en la doctrina de lo bello la relación entre estos dos conceptos es positiva, pues el éidolon como apariencia “remite al mundo de las Ideas suscitando así en las almas el deseo de la Verdad” (Lombardo, 54), esto se revierte cuando el filósofo griego ofrece su doctrina sobre el arte, pues aquí esta misma relación se entiende de forma negativa, puesto que la “inadecuación mimética de la éidolon a la éidos” (Lombardo, 55) provoca que el arte solo represente de forma aproximada a la Idea. En la pedagogía platónica esto es peligroso, pues nos aleja del camino de la Verdad, con lo cual pervierte a la ciudad y por ende a sus ciudadanos.
Ahora, Platón no estaba en contra de todas las manifestaciones artísticas, solo de aquellas que podían afectar negativamente a la Polis; de modo que la actividad mitopoética podría acontecer con tranquilidad dentro de la ciudad ideal de Platón siempre y cuando que se hiciera conforme a los patrones indicados por la política (II, 379a). No obstante, tanto la doctrina del arte de Platón como la crítica platónica a la inspiración poética deberán ser abordadas en futuras entregas y en mayor detalle para su mejor comprensión.
Bayer, R., Historia de la estética. Fondo de Cultura Económica, México, 2011.
Platón, Fedro. Editorial Gredos, Madrid, 2011.
Platón, Hipias Mayor. Editorial Gredos, Madrid, 2011.
Platón, República. Alianza Editorial, Madrid, 2019.