'Muchos artistas son bastante ingenuos'

Actualizado
  • 13/03/2022 00:00
Creado
  • 13/03/2022 00:00
Para la curadora Gladys Turner Bosso, los artistas 'no solamente ven con mirada más aguda, sino que tienen urgentes hallazgos que compartir'. Y muchos se ven involucrados en mecanismos de violencia espacial de los que muchas veces no son conscientes
'Muchos artistas son bastante ingenuos'

En esta versión de Facetas, entrevistamos a Gladys Turner Bosso, arquitecta, curadora independiente, gestora cultural y amante del cine y la ciencia ficción, que siente vivo interés por los fenómenos mediáticos, tecnológicos y urbanos. Fue miembro del Consejo de Exhibiciones del Museo de Arte Contemporáneo de Panamá (MAC-Panamá) de 2017 a 2021. Fue co-curadora por Panamá para la X Bienal Centroamericana (2016), celebrada en Costa Rica. Es miembro activo de Quorum Laboratorio Cultural, colectivo que constituye entornos creativos y colaborativos para impulsar y desarrollar propuestas que involucren las artes visuales, la arquitectura y el urbanismo. Ha participado en varios proyectos artísticos y curatoriales a nivel nacional e internacional. En 2012 escribió para la publicación De mi barrio a tu barrio. Streetart in México, Central América and the Caribbean, recopilatorio de ensayos sobre arte urbano del Goethe Institut, y en 2015 fue uno de los especialistas que escribieron para el libro Entre siglos. Arte contemporáneo de Centroamérica y Panamá, editado por la Fundación Rozas-Botrán de Guatemala.

Hace poco participaste de la presentación del libro, Centroamérica en acción, del curador Pancho López. ¿Cuál es tu lectura del estado del arte con respecto a la performance en la región?

En primer lugar, el libro Centroamérica en acción, del artista, curador e investigador mexicano Pancho López, es sumamente revelador con respecto a la fuerza que tiene el performance en nuestra región. Los países centroamericanos poseen importantes ejemplos de obras performáticas de gran fuerza, generalmente realizadas en espacios públicos, y con un contenido político descomunal; basta mencionar nombres como los de Regina José Galindo y Alejandro de la Guerra. Panamá no ha sido una excepción, aun cuando creo que el performance ha demorado más en desarrollarse en Panamá, sin embargo, la crítica Adrianne Samos comentó una vez que los panameños son “performáticos por naturaleza”; de hecho, en la historia del país, uno de los eventos históricos más importantes fue tipificado como performático por Adrianne Samos, y tiene toda la razón. La colocación de banderas en astas improvisadas durante los acontecimientos del 9 de enero de 1964, no pudo haber sido un gesto más dramático, desesperado y significativo. Por otro lado, también se puede advertir que la actividad performática de los artistas panameños, en muchos casos, suele estar mediada por el vídeo y la fotografía, es decir, se convierte en foto-performance o vídeo-performance, como en los casos de obras de Donna Conlon, Jonathan Harker, Manuel Quintero o Ana Sofía Camargo.

Has publicado tres artículos en la Estrella de Panamá, 'Una ciudad repensada desde el arte', y cómo explicas que la ciudad de Panamá, desde la década de 1990 del siglo pasado, ha sido objeto de la producción artística.

Creo que una de las cosas más importantes que debemos tomar en consideración es que durante la década de 1990 del siglo pasado, la ciudad era estimulante, pero no opresiva. Era una ciudad que podía recorrerse en auto con un tráfico relativamente fluido, en donde un paseo en bus tipo “diablo rojo” no implicaba demorar horas incómodo, aplastado contra otras personas, y donde se podía caminar todavía con cierta seguridad, aun en localidades que hoy tipificaríamos como barrios rojos. Las ciudades en general suelen contener miles de estímulos sensoriales, inmensa cantidad de experiencias espaciales, muchos intercambios simbólicos y transacciones sociales, buenas o malas. Por supuesto, nada de esto pasa desapercibido para los ojos de un artista, que miran más allá de lo que suele ver la persona promedio en sus derivas por la ciudad. Recuerdo en particular una variedad de intervenciones, como las obras de Gustavo Araujo, por ejemplo, que entre tantas cosas también analizaba las dinámicas de intercambio de información desde las vallas publicitarias, o María Raquel Cochez exhibiendo en esas mismas vallas otros cánones de belleza, o el uso de las calles como espacio expositivo planteado por la joven agrupación Junta Colectiva, o las acciones dramáticas de Maritza Vernaza en la vía pública haciendo comentarios sobre la vida social o política en la urbe, o los performances colaborativos de Humberto Vélez con la banda independiente de El Hogar. Los artistas no solamente ven con mirada más aguda, sino que, además, tienen urgentes hallazgos que compartir y lo hacen a partir de sus prácticas creativas. No olvidemos, además, esas manifestaciones de creatividad popular que pertenecen al ámbito de la calle: las pinturas de los buses y barberías, el grafiti, los rótulos en comercios barriales, las uñas femeninas como efímeros e improvisados lienzos.

Lo que observo, además, en esos tres artículos es que no se hace referencia a los inmigrantes, no del campo a la ciudad, sino los que vienen de afuera, los desplazados globales, que parece que todavía no han llegado al arte panameño, citadino y urbano contemporáneo.
¿Hay algo que todavía no estamos viendo o estamos invisibilizando?

Hay muchas cosas de la ciudad de Panamá, y del país entero, que no se han hecho visibles desde la esfera artística aún. Una de ellas es el tema de las migraciones; creo que no hay muchos artistas que hayan tocado ese asunto, quizá porque de alguna manera estas migraciones que se han dado en los últimos tiempos, principalmente desde Colombia y Venezuela, han terminado en una absorción y una adaptación, tanto de los panameños como de los grupos que han migrado. Ha habido tensiones que han bajado de tono a medida que pasa el tiempo. Sin embargo, existe otro tipo de situaciones que no son muy visibles; una de ellas tiene que ver con las relaciones de poder sobre el suelo urbano. Las decisiones sobre el territorio de las ciudades están determinadas desde esferas de poder que controlan las tierras urbanas y que promueven el desplazamiento de comunidades enteras como fichas en un tablero de ajedrez: me refiero a la gentrificación. Recordemos el muy reciente desplazamiento en masa de los habitantes de la ciudad de Colón hacia Altos del Lago. Generalmente, los barrios y localidades que experimentan este tipo de agresiones y violencias suelen poseer ventajas o amenidades susceptibles de convertirse en un valor agregado en una transacción comercial. Estas amenidades incluyen la vista al mar, la cercanía a focos de verdor, o el atractivo de vivir en un sector de valores arquitectónicos y urbanos históricamente relevante y atractivo. Si algunas de estas características se dan en un barrio con cierta degradación, lo más común es que se activen operaciones del mercado inmobiliario, con la complicidad de la administración pública, para desplazar a la población original. Estas poblaciones desplazadas suelen caracterizarse por su vulnerabilidad económica, escasa capacidad de gestión, bajo perfil socioeconómico, e incluso hay componentes de segregación racial. En casos, como el de las ciudades de Panamá y Colón, y por supuesto, en muchos países de Latinoamérica, los cambios y transformaciones urbanos suceden sin que la mayor parte de los ciudadanos pueda tener ningún tipo de injerencia en las decisiones que se tomen, principalmente porque existen pocos mecanismos de consulta y transparencia, o porque aun existiendo estos, los funcionarios tratan de pasar por encima de ellos para favorecer intereses empresariales diversos. Por otro lado, un sistema educativo que ya tiene 40 años de degeneración progresiva, no permite la formación de ciudadanos críticos listos para asumir un papel de habitantes activos que fiscalicen a los administradores públicos como alcaldes, representantes de corregimiento, e incluso a legisladores, ministros y presidentes. La mayor parte de los habitantes de la ciudad no hacen más que mirar cómo el capital y el poder político toman decisiones unilaterales que favorecen la especulación mercantil, deterioran el tejido urbano de los barrios históricos, y crean un rosario de “no lugares” en las zonas suburbanas en las que solo reinan los malls. Algo que sí ha sido criticado por artistas como Alfredo Martiz, Darién Montañez o Pilar Moreno, son las pretensiones de una urbe de plástico que aspira a reproducir, solo de manera superficial, la imagen de gran ciudad de otras latitudes y otras realidades socioeconómicas a partir de arquitecturas ostentosas, estéticas kitsch y un skyline construido al ritmo del lavado de dinero. Creo que algo muy importante que tienen que tomar en cuenta los artistas, y son pocos los que lo hacen, es que las acciones artísticas, por estar vinculadas a la construcción de imaginarios, a la manipulación de una serie de signos y símbolos que tienen una función enunciativa, son discursos a partir de los cuales se producen acciones micropolíticas. Esto, por supuesto, conlleva responsabilidades para con los habitantes de la ciudad, sobre todo si la acción artística se realiza en el espacio urbano. Muchos artistas son bastante ingenuos; en su libro La clase cultural, Martha Rosler habla de estos mecanismos de violencia espacial de los que muchas veces los artistas no son conscientes. Agencias de bienes raíces utilizan la penetración de estos grupos educados, aunque no precisamente ricos, que son los artistas con sus actividades culturales y sus proyectos creativos, para suprimir o alterar las dinámicas existentes en un determinado barrio, y muchas veces ocurre que estas dinámicas terminan siendo útiles para justificar el desplazamiento de los pobladores de menores recursos. Hay pocos ejemplos de proyectos culturales que han sido benéficos para las poblaciones vulnerables del barrio en el que se asientan, pero sí que los hay.

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