Arde Amazonas

Actualizado
  • 06/07/2021 00:00
Creado
  • 06/07/2021 00:00
En agosto de 1894, el franciscano Tomás Hernández y el italiano Santiago Bocio, más tarde designado cónsul de su país, se internaron en las tierras bañadas por las aguas del río Perené en la Amazonía peruana

“Don Casimiro Pariachi, natural de Andamarca, se dirigió esos días a su chacra, para traer comestibles, no ocurriéndosele siquiera el peligro que le amenazaba, y menos los planes de venganza que habían formado ya los feroces y altivos Campas. Éstos […] cayeron sobre Pariachi en buen número […] y le clavaron trece flechas que lo dejaron tendido” (Fray Bernardino Izaguirre, Misiones Franciscanas en el Oriente del Perú, 1926).

En agosto de 1894, el franciscano Tomás Hernández y el italiano Santiago Bocio, más tarde designado cónsul de su país, se internaron en las tierras bañadas por las aguas del río Perené en la Amazonía peruana hacia las cuencas de Ipoquí, Satipo, Saniberiqui y Mazamarique para intentar restablecer una misión franciscana en el valle del Pangoa destruida cincuenta años antes por la fiera tribu de los Campas.

Con grandes penurias levantaron la casa misional y la capilla al tiempo que se les unía el padre José Hormaeche, en diciembre de 1895, que llegó por la vía de Andamarca abriendo así una nueva ruta que los forasteros no tardaron en utilizar. El irlandés O'Malley y sus compañeros decidieron aprovecharla para buscar oro en el río Ené. En vano trataron los misioneros de disuadirlos indicándoles que era una empresa temeraria, O'Malley y su gente fueron emboscados por el jefe campa Churihuanti muriendo hasta el último de ellos con lo que los Campas entraron en posesión de machetes y escopetas. La situación en aquella ocasión no devino en rebelión porque -azar de la historia- se desató una epidemia de cólera que el brujo de la tribu asoció con el asesinato del irlandés (P. Sala, 1926).

Los infortunios de la misión no terminaron ahí. El frenesí guerrero se reavivó nuevamente cuando una niña condenada a muerte -víctima de rituales tribales- fugó para refugiarse en casa de un agricultor chino -conocido como Ping- en la orilla opuesta del río Sonomoro. La furia campa arrasó el lugar y como funesta advertencia dejaron escapar a Ping y a la niña. Tales eran las circunstancias previas al aciago mes de marzo de 1896 en que cae asaeteado Casimiro Pariachi.

El 3 de abril de ese año, los misioneros de Pangoa pidieron ayuda a los pobladores de Ocopa quienes organizaron una expedición conducida por el franciscano Manuel Navarro y los gendarmes Cárdenas y Rosales, acompañados por el joven panameño Antonio García que hizo de relator de tan arriesgado rescate. Los expedicionarios -la crónica no indica su número- llegaron a la misión a finales de abril y decidieron parlamentar con Churihuanti utilizando a un intérprete llamado Seroti. La exigencia Campa era una: que los 'wiracocha' (los colonos) se retirasen de Pangoa. El 2 de mayo de 1896 se produjo el ataque general de los Campas, entre los primeros heridos se contó al estadounidense Santiago Morris y se destacó García por su puntería. Para el 13 de mayo la situación era insostenible y tanto misioneros como colonos decidieron abandonar el valle. Una larga columna se formó entonces que, sin ser hostigada por los Campas, llegó a Andamarca. Frustrada la fundación del Pangoa, los franciscanos no volverían a la región sino veinte años después bajo el impulso del prefecto apostólico padre Francisco Irazola que contó con el apoyo de la señorita María Candamo, hija del entonces Presidente de la República Manuel Candamo. Para el año 1903, la jurisdicción franciscana abarcaba todo el Bajo Ucayali en cuyas márgenes residía gran número de pobladores originarios. Y en 1905, el gobierno peruano favoreció la producción de caña, café, tabaco, cacao, arroz, shiringa, cera de abeja y yuca, por lo que los franciscanos se preocuparon por reducir las tensiones entre colonos y Campas, así como de éstos con los Amueshas. El punto culminante de ese esfuerzo evangelizador se alcanzaría en 1907 con la fundación de Requena -hoy ciudad- en el corazón amazónico peruano. En 1945 el Estado asimilará a la estructura de la administración pública peruana a todas estas colectividades y territorios utilizando a las Fuerzas Armadas como eje articulador de una presencia estatal en esas zonas.

Gracias a las misiones franciscanas se contó con las primeras narraciones etnográficas de las tribus que habitaban el oriente peruano, estudios que fueron presentados en el Tercer Congreso Científico Panamericano celebrado en Lima en 1924.

Lejos está aún el lenguaje inclusivo e integrador que aplicó el Estado peruano -setenta años después- pero es menester, cercanos al Bicentenario de la Independencia política, hacer reminiscencia de acciones que configuraron el ulterior futuro de una parte de la Amazonía peruana.

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