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- 14/10/2018 02:00
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El objeto inmediato de esta ponencia es el libro de cuentos titulado Perdedores. Cuentos, cuentos, cuentos, del escritor panameño Andrés Antonio Villa Ortega.
En esta obra escrita en el siglo XXI, intento rebuscar ese ‘verdadero papel' del cuento panameño al que se refiere Rodrigo Miró Grimaldo en su obra el Cuento en Panamá : el ambiente, la época, la familia no aparecen todos a la vez ni muy rigorosamente en un cuento, pero su capacidad de sugerencia puede constituirse en un método de conocimiento de lo que nos acontece o aconteció, aunque no obligatoriamente. Si el lector coopera, puede elaborar una creación paralela auspiciada por su propia memoria, a partir de las ideas que sea capaz de evocar el cuento, o invocar mediante otras lecturas.
Porque interesa a las reflexiones que se harán a continuación sobre Perdedores , es bueno mencionar que en Memorias e imaginarios de identidad y raza en Panamá. Siglos XIX y XX , Premio Ensayo del concurso Ricardo Miró en el 2010, Patricia Pizzurno recoge una asociación metafórica elaborada por los historiadores Celestino Andrés Araúz, Argelia Tello y Alfredo Figueroa Navarro sobre el número de residentes antillanos en las ciudades de Panamá y Colón en 1914: ellos dicen que entonces estas ciudades fueron convertidas en ‘un vertedero de los trabajadores que ya no se necesitaban' en la Zona del Canal. También da Patricia Pizzurno los datos de Jos Joseph, quien informa que en 1916 y en 1920 las autoridades zoneítas desalojaron 15,000 obreros tras las huelgas de los trabajadores silver roll , y que los casatenientes panameños los recibieron con los brazos abiertos y los alojaron en casas de alquiler en condiciones deplorables en las ciudades terminales. Súmense a esta cantidad las personas que ya vivían allí.
En ese mundo enriquecido por uno de sus componentes, el antillano, se desarrolla ‘El secreto de Peter Williams'. Al iniciar su lectura, al lector lo guía el espacio: gran casa de inquilinato con dos plantas, platos sobre pequeñas mesas frente a cada puerta, escaleras de madera, balcón, pasillos, hojas de zinc, patio: hileras de cuartos donde no entraba el sol. Nos situamos en alguna de las ciudades limítrofes de la Zona del Canal de Panamá. El modelo de contexto temporal elegido selecciona algunas décadas después de terminada la construcción del canal.
En uno de esos caserones, la policía persigue a Peter Williams, figura sigilosa, elástica, como un gato, enjuta, casi una centella, capaz de colarse entre las hojas de zinc. Ha salido del cuarto de su amante negra, y los policías le disparan sin que las balas lo hieran. Ellos infiltran los celos en los sentimientos de Carola, y le piden que averigüe cuál es el secreto de Peter Williams.
Este recuerda su niñez, cuando recibió un don (como el de Sansón, personaje bíblico) de parte de una Madama santera.
Carola está celosa. La mujer ha descubierto su secreto y lo delata: para matar a Williams hay que tirarle a su sombra. Al final de la narración, un policía negro está parado junto al cuerpo inerte del famoso ladrón.
En una interesantísima ponencia del 2004 titulada John Peter Williams y una resistencia basada en la ‘mala reputación' en Panamá: la política de raza, delincuencia e identidad en el Istmo, presentada por Michael Donoghue, de la Universidad de Connecticut en un congreso de LASA (Asociación de Estudios Latinoamericanos), reivindica la imagen historiográfica de John Peter Williams, personaje olvidado. Donoghue vincula la exclusión de Williams de la narrativa historiográfica panameña con el modo como han sido construidas las ideas de raza, clase e identidad entre los panameños: por un lado, quienes han escrito la historiografía han sido los blancos y mestizos panameños; por el otro, resultaba arriesgado que se interpretara como ‘resistencia respetable' contra la segregación racial, los hechos que habían sido registrados como ‘criminales'.
Ante los ojos de los antillanos pobres de la ciudad de Panamá, en cambio, Williams se transformó en un héroe popular, capaz de humillar y frustrar a los gringos. Esto le aseguraba una legítima heroicidad, como pasa con Robin Hood o El Zorro. John Peter Williams murió de muerte violenta a los veinte años y ascendió al reino del mito y la leyenda entre los antillanos. Años después de su muerte, la desaparición de objetos tan comunes como un dulce recién horneado en el hogar, fue atribuida al fantasma de Peter. Añade Donoghue que la actuación de aquel negro Robin Hood (como lo llama el cuento) les dio muestras claras a los panameños de la vulnerabilidad de los estadounidenses: las malas (o buenas) lenguas decían que él había robado hasta en la casa del Gobernador de la Zona, y había dejado una nota bromista como recuerdo. Peter Williams, quien finalmente estuvo preso en la cárcel de Gamboa, como los personajes de Joaquín Beleño, murió acribillado por la policía de la Zona del Canal en 1922.
El cuento de Villa Ortega toma como asunto un período corto del final de la vida de Peter Williams, y, a pesar de las pocas páginas, logra reunir paulatinamente datos fundamentales para mostrar una imagen de Williams que lo convierte en símbolo del modo zumbón como proponía que se luchara contra la situación de pobreza en la que vivía su gente y contra la segregación imperante en la Zona del Canal. En el cuento, Williams manifiesta un ego sostenido por la convicción de que es un hombre especial. De hecho, a él no le entran las balas, se vuelve humo, dice la gente; pero él sabe que fue santiguado por una madama santera que supo resguardarlo, y quien predijo que sería un hombre importante (para bien o para mal) pero que lo traicionaría una mujer. Estos elementos de lo real maravilloso sostienen la coherencia del cuento, que se vincula claramente a la cultura caribeña.
Para relacionar el discurso con la portada de Perdedores, podríamos decir que Peter Williams tiene puesta una ‘máscara' de persona que no se adapta a las normas que la sociedad occidental piensa que él debe desempeñar. La máscara que esperan los blancos es la proyección de la norma: una actuación como taxista negro sumiso y tranquilo. Pero él se salta las reglas y se viste de hombre blanco poderoso (muy bien trajeado y con joyas), y actúa como piensa él que este debería actuar cuando tiene dinero: con buen humor, gozando de la vida y de muchas mujeres, sin olvidar a quienes lo rodean.
‘En uno de esos caserones, la policía persigue a Peter Williams, figura sigilosa, elástica, como un gato, enjuta, casi una centella, capaz de colarse entre las hojas de zinc. Ha salido del cuarto de su amante negra, y los policías le disparan sin que las balas lo hieran...'
Así que, con aquella máscara de Robin Hood, en el cuento Williams no encarna el arquetipo de un negro; este se ha corporizado en la sombra, encarnación de los aspectos reprimidos de la cultura occidental. Para matar a John Peter Williams había que tirarle no al blanco disfrazado de negro, sino al negro oculto en la sombra, con toda su historia social de violaciones y violencias. Pero, además, con todo el peso de las fuerzas psicológicas propias del ser humano: fue traicionado por una negra celosa (Dalila, personaje de la cultura occidental, tenía también sus propias motivaciones) y ejecutado por un policía negro, el único que le tiró a la sombra. Finalmente, el personaje es un perdedor, por la traición. Pero también los traidores son tristes perdedores.
Los cuentos de Andrés tienen múltiples motivaciones y formas. Sus personajes han salido de las calles panameñas, de la historiografía, de los grandes libros. Nos hablan de la guerra, del deterioro causado por el tiempo, de lo misterioso, de los límites de lo feo, de los merecimientos para evadir la peste, de los sucesos del 9 de enero, de los celulares, del terrorismo y la Quinta Sinfonía de Beethoven y mucho más. Los espacios repetidos son las viejas casonas de madera de la ciudad de Panamá, pero también aparece el gueto, el resort, el palacio, la batalla. Por esos lugares andan tanto los Peter como los Rupertos, la mujer con barba como el trompetista, y su lenguaje adopta, unas veces, el vocabulario modernista y otras, se viste de pueblo.
El recorrido a través de estas páginas nos ha mostrado las derrotas, las pérdidas de Andrés Villa, según él mismo reconoce cuando explica que ha estado contando su propia historia como habitante de las viejas caseronas de madera. He entendido lo siguiente: una derrota es también un camino que nos conduce a la magia de la vida, una vereda para entrar al alma, una senda de tierra para localizar lo nuestro.
Fragmento de un ensayo presentado en la Universidad de Panamá en 2012