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- 18/02/2018 01:00
- 18/02/2018 01:00
El éxodo masivo que inunda las carreteras de nuestro istmo, (que es así de pequeño para caber todo entero dentro de nuestro corazón), con motivo de las fiestas y ferias de guardar, nos muestra las graves deficiencias en infraestructuras viales que sufre un país que presume de ser primermundista en cemento y asfalto. Y que inaugura con bombos y platillos tramos de vías prístinas entre ciudades, en las que las señales verticales te obligan a ir a velocidad de trocha polvorienta a lomo de burro.
Porque en este país o nos pasamos o no llegamos. O se nos va la mano en pollo o es bueno el culantro pero no tanto, compadre, que se te quedan los pedacitos de yerba verde pegados en los dientes.
La señalética de las carreteras panameñas parece colocada por un ciego con el apoyo de un borracho. Debes pasar de cien kilómetros por hora a ochenta, a treinta, y de vuelta a cien, luego a cincuenta, a ochenta, a cincuenta de nuevo, a ochenta, luego a treinta, y de nuevo reasumir la velocidad, cuando ya no tienes nada claro cual es la velocidad que debes asumir de nuevo. Y eso, sin contar con que en las zonas pobladas debes ir a sesenta, pero también debes saberte de memoria el mapa de los distritos y corregimientos de Panamá, ya que la mayor parte de las zonas pobladas no están señalizadas, y muchas de ellas no tienen señal que indique la velocidad, de modo y manera que cuando el tongo sale de detrás del matojo y te hace señales de que pares el diálogo puede desarrollarse de la siguiente manera:
—Ciudadano, su licencia.
—Buenos días, ¿qué hice?
—Circulaba usted a 100 en zona de sesenta
—¿Sesenta? ¿Dónde está la señal?
—Esto es un poblado
—¿Un poblado? ¿Cuál? ¿Dónde está la señal de poblado?
—Es que se la roban, pero todo el mundo sabe que esto es La Higuera.
—¿Esto? ¿¡Pero quien coño va a saber que esta mierda es un poblado!?
—Yo soy de aquí, deme los papeles del carro.
Así que, a las malas, te vas aprendiendo los nombres de los caseríos que salpimentan la única carretera que corta el istmo.
Algunas veces tratamos de fomentar el turismo, pero ¿quien coño va a querer explorar las maravillas naturales que se esconden en las provincias? Un turista que llega a Panamá tendría que estar loco o ser un insensato para arriesgarse a alquilar un carro y lanzarse a la aventura, o ser napolitano, egipcio o hindú, claro está, en cuyo caso esto les parecería normal y cotidiano, solo que, en lugar de elefantes cruzando la calle, tendrían que esquivar borrachos tirados en el arcén.
No es posible que en una carretera nacional, de cuatro vías, se señalicen cientos de kilómetros con una máxima de cincuenta kilómetros por hora.
Cuando vemos estas estupideces no podemos menos de pensar que están hechas para la coima y la extorsión. Para que el policía tenga una excusa para pararnos y pedirles dinero a los poco honestos si quieren salvarse de la boleta, o para clavarnos a los demás la multa correspondiente para llenar las arcas de unas instituciones que, aparte de hacer retenes y poner boletas, hacen muy poco para mejorar la calidad del tráfico.
Y así seguimos, evaluando muy mucho el tomar el timón y salir a la carretera, no sea que haya surgido un nuevo poblado, que aún no has tenido tiempo de aprenderte, y te pillen a ochenta en zona de sesenta. Ciudadana, la licencia.
COLUMNISTA