El barrio de Chualluma en Bolivia, es único en la ciudad de La Paz ya que todas sus paredes están pintadas de colores que resaltan los rostros de las cholas,...
- 08/01/2012 01:00
- 08/01/2012 01:00
PANAMÁ. No es fácil escribir verdadera literatura, aunque se puede discutir qué se entiende por verdadera. Exorcizamos el abismo a través de la escritura. Y es esto lo que realiza Castellanos Moya con su novela corta El asco: Thomas Bernhard en San Salvador, publicada varias veces en El Salvador, antes de que fuera editada por Tusquets, seguida de una nota del autor y de Roberto Bolaño.
En efecto, a través de una prosa hablada y dura -que tiene como ejemplo los textos del iconoclasta autor austríaco Thomas Bernhard, nombre que incluso adopta el personaje principal- el autor recurre a una especie de monólogo interior de una pieza de teatro, apenas interrumpido por la continúa referencia a un oyente, en este caso, al m ismo escritor Moya, que no dice una sola palabra en toda la narración. Escuchamos la voz de Edgardo Vega – su nombre salvadoreño – que no reside en su país de nacimiento, sino en Canadá, con su nombre adquirido, y que regresa temporalmente para el sepelio de su madre, después de 18 años de ausencia. Si no hubiese sido por la muerte de ella, que le había pedido que regresara a su país para su sepelio, el narrador jamás se hubiera imaginado regresar a esa pesadilla.
"Si no tuviera este pasaporte canadiense no me hubiera animado jamás a venir...’, señala el narrador. Ciertamente, fue necesario que Edgardo Vega – Thomas Bernard en San Salvador – pasara 15 días en su país para que nos llevara por el abismo de su narración, una historia que comienza sentado en un bar de la ciudad, y que realizara (o confirmara) que en ese país no tenía nada que hacer.
La cerveza, las pupusas (especialidad popular salvadoreña), la iglesia, los militares, los partidos políticos, la universidad, los periódicos y su familia, especialmente, su hermano, que no deja de abrigar la esperanza de sacar el mayor provecho de la herencia familiar, es el recorrido de ese abismo que el narrador no deja de calificar como vomitivo. No hay nada que ate o una a ese personaje con su país, salvo el asco, y, precisamente, es a través de este desprecio que leemos la trágica historia de un país, de una sociedad, de unos individuos, marcados por las guerras, las opresiones, la corrupción y la ausencia de valores como el respeto y la decencia. Es escuchar el abismo.