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- 15/05/2021 00:00
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Estar de acuerdo es la peor de las ilusiones.
Aquel día los contertulios del círculo de lectura se reunieron temprano. El coordinador les había dicho que fueran puntuales porque Tulio Corteza, una figura puntera de la literatura contemporánea, había aceptado una invitación para oír los comentarios que quisieran hacer a uno de sus cuentos.
Después de las sonrisas y los apretones de manos el famoso escritor dijo que leería el cuento, escucharía los comentarios de los lectores y después daría las explicaciones que se le pidieran. Todos se pertrecharon de papel y bolígrafo, y don Tulio empezó a leer:
«Julián llegó a su casa cansado y hambriento después de una agotadora jornada de trabajo. Acababa de dejar a Luisa en la estación de autobuses para que fuera a quedarse unos días con su mamá, que enfermó de repente.
Se quitó la ropa, calentó en el microondas la ración doble de paella que había comprado en el restaurante español de la esquina, sacó una cerveza de la refrigeradora y se puso a cenar mientras veía el combate de boxeo a quince asaltos que estaban dando en la televisión entre Sopapo García y un tailandés de nombre impronunciable.
Apenas iban por el tercer asalto y ya se le veía el fondo al plato de la paella, escoltado por tres botellas de cerveza vacías también. Engulló la ensalada que sobró del almuerzo, abrió el congelador y acabó con lo que quedaba del helado que Luisa había comprado un par de días atrás. Depositó los trastos sucios en el fregadero, desalojó gases sonoramente por entrambas canales, como diría Cervantes, y sonrió pensando en la cara avinagrada que habría puesto Luisa si hubiera sabido todo lo que tragó antes de acostarse, si hubiera oído los truenos gastrointestinales y, sobre todo, si hubiera contemplado en la cocina los platos y los cubiertos sin lavar. Después se tendió sobre la cama para terminar de ver la pelea.
El tailandés se acercaba peligrosamente a la pantalla sin dejar de lanzar golpes hasta que uno de ellos alcanzó el ojo izquierdo de Julián. Este se tapó la cara con ambas manos, pero un gancho al hígado le dejó el vientre dolorido. Instintivamente bajó la guardia para protegerse el estómago y el tailandés aprovechó para darle un golpe directo en la mejilla izquierda que lo dejó knockout.
Despertó sudoroso e hizo ademán de quitarse los guantes para palparse el vientre, que le dolía más que el ojo. Por la pantalla del televisor corría un cintillo diciendo que iban por el sexto asalto cuando Julián vio al árbitro agitando un brazo y contando. Se levantó de un salto, describió un swing con el brazo derecho y golpeó el rostro del tailandés. Este reaccionó lanzando varios jabs. Julián aprovechó un descuido para mandarle otro golpe, pero el tailandés lo esquivó y le conectó un uppercut que lo durmió de nuevo. Los gritos del público se oían como murmullos lejanos mientras el árbitro contaba y contaba. Julián ya no volvió a despertar».
El coordinador les fue dando la palabra a los compañeros del Círculo.
Empezó Pedro explicando que la pesadilla de la paliza que recibió en sueños el protagonista se debió al atracón de paella y el narrador, cuando dijo que Julián no volvió a despertar, era porque este había muerto de una indigestión.
A continuación Roberto mencionó la evidente tendencia izquierdista de Tulio Corteza, por lo que estaba claro que el combate de boxeo era un símbolo de la lucha del pueblo contra la oligarquía. Los gritos del público que se oían lejanos significaban las reivindicaciones de las clases marginadas que no llegaban a los oídos del mandatario de turno, personificado en el árbitro. El hecho de que Julián no volviera a despertar porque muriera o porque siguiera durmiendo era intrascendente. Representaba solamente el destino fatal de los que luchan por redimir al pueblo y caen en el olvido.
Después le tocó el turno a Paco, un viejo sin formación literaria moderna que permanecía anclado en unos cuantos libros que había leído de autores de hace más de un siglo. Dijo que él prefería los relatos directos y verosímiles, sin esa mezcla de lo real y lo imaginario, sin esa literatura surrealista que lo desorientaba y aburría. El coordinador miraba de reojo la cara de Tulio Corteza, arrepintiéndose de haberlo invitado a escuchar críticas de un ignorante.
Leticia estaba segura de que la indigestión que sufrió Julián fue el justo castigo por desobedecer a su prudente esposa, que no le habría permitido aquel exceso en la cena. Era una advertencia feminista a los hombres para que tengan en cuenta la sabiduría de sus mujeres.
Carmen comparó el combate contra el tailandés con la lucha que siempre hemos tenido los panameños contra los extranjeros hambrientos de nuestras riquezas, desde los conquistadores españoles hasta los gringos y los colombianos, que parece que quisieran colonizarnos de nuevo.
Rodrigo opinó que el empeño de Julián por ganar aquella pelea no era más que el deseo de todo ser humano por alcanzar la eternidad. Cuando el narrador dijo que Julián no despertó era porque esa batalla la ganó después de muerto y su victoria fue el encuentro con Dios.
Lucho vio en el cuento la interacción de la realidad real con la realidad virtual, que a fin de cuentas se trata de la misma realidad, porque la imagen que vemos de cada cosa no es la cosa en sí, sino la idea que cada uno de nosotros tenemos de ella. Para él era evidente que el autor se basó en el concepto de sustancia de Baruj Espinosa, y mencionó a un par de otros filósofos para apoyar su teoría.
Así fueron exponiendo sus opiniones los veinte miembros del círculo de lectura.
Tulio Corteza, que no había dejado de sonreír mientras oía los comentarios de los lectores, dijo después de preguntar si ya habían terminado:
«Lo que el autor escribe deja de ser suyo desde que se publica. Todas las teorías que ustedes han expresado sobre mi cuento son válidas, aun las contradictorias, pero ninguna de ellas es mía, sino de cada uno de ustedes. No sé si los decepcionaré, pero les confieso que cuando escribí este cuento no pasó por mi mente nada relacionado con las ideas que me acaban de atribuir. No descarto que algo de lo que ustedes dijeron estuviera en mi subconsciente, pero, si fue así, no lo supe. Tengan en cuenta que la literatura es un arte y yo simplemente quise jugar combinando situaciones distintas como el pintor combina distintos colores; sin pretender nada que no fuera llamar la atención del espectador, digo del lector».
Tan rotunda explicación cerró las bocas de los miembros del círculo de lectura y el famoso escritor se despidió de ellos.
España, 3 de julio de 1939. Fue esposo de la pintora panameña Sandra Cotes de Moreno, y reside en Panamá desde 1968.
Ha publicado dos novelas: 'La piedra de Rosita' y 'Fuego y ceniza', un libro de cuentos titulado 'Un puñado de ocurrencias' y un libro sobre el uso del idioma titulado 'La herramienta más usada'.
Ha escrito artículos en periódicos y revistas. Pertenece al círculo de lectura Extramuros, de la Universidad de Panamá.
Tiene inéditos poemas, cuentos, reseñas de obras leídas y ensayos.